Llega el momento en que uno tiene que ir haciendo el balance de lo vivido, de lo bebido y de lo bailado, de lo deseado logrado y lo irrealizado, de lo que recibió y de lo que deja, y entre todas las cosas la gratitud con los amores y los amigos que han sido siempre las otras manos invisibles del cuerpo que le han permitido valerse por entre los reveses del mundo.

Con dolor en el alma que me fue dada para sopesar alegrías y quebrantos he visto irse a algunos de mis más apreciados compañeros de ruta. De la infancia en San Nicolás a Víctor Mario Martínez, el héroe de la gallada, el más guapo para las trompadas y seductor de chiquillas. También se llevó el taxi del cáncer a Iván Bueno, el duro del bachillerato en Santa Librada, la pinta brava, quien me hospedó en Nueva York mientras regaba mis poemas en lo que queda del Greenwich Village. Y Armando Holguín, la inteligencia deslumbrante y el conquistador imbatible, que se descarriló en la política. Y Elmo Valencia, el ‘monje loco’, mi compañero inseparable desde 1960 cuando ingresó al nadaísmo y nos deslumbró con sus obras escritas en Norteamérica. Terminó de 91 en el ancianato San Miguel. Muchos otros se montaron en el tren sin regreso y a cada uno le tengo su paginita en el libro que espero terminar antes de que él termine conmigo, ‘Todos no están’, pues un día terminaremos por irnos todos.

En el entretanto hay que celebrar y cantar el invicto de los otros ejes de mi carreta poética, aquellos que se han pasado la vida disparando poemas para ahuyentar a la parca. Como Eduardo Escobar, Jaime Jaramillo Escobar, Gallinazo, Jan Arb, Patricia Ariza, Dina Merlini, Alcántara, Barrios, Dukardo, Rafael Vega, Álvaro Medina.

Pero el personaje que voy a contemplar hoy se llama Armando Romero, compañero de San Nicolás y del Barrio Obrero, del Santa Librada College y del movimiento en que militamos desde que éramos adolescentes de teta. Se fue desde muy joven a caminar por el mundo con sus poemas bajo la axila, primero por Suramérica y luego por los Estados Unidos, donde escampa desde hace 33 años en la Universidad de Cincinnati. Ha publicado igual número de libros a lo largo del mundo, de los cuales su novela Cajambre se ha vertido al italiano, turco, danés y francés, y ahora espera turno en griego e inglés. En España tuvo ya dos ediciones, mientras en Colombia la edición de ‘Ediciones B’ ha casi desaparecido, y los ejemplares que restan en manos de Panamericana para distribución juegan a las escondidas con los lectores.

En cuanto a su trabajo poético, en los últimos años han aparecido varias antologías en Venezuela, México, Colombia y España, así como dos libros de poemas en España, Amanece aquella oscuridad y El color del Egeo. La editorial Sinopia, de Venecia, sigue publicando sus libros en traducción al italiano. El año pasado apareció allí la traducción de su novela La rueda de Chicago. Los griegos también han demostrado gran interés por su trabajo literario, y así la revista Poesía (Piitiki) de Atenas ha publicado selecciones amplias de sus poemas acompañados de análisis críticos por intelectuales griegos. En Bulgaria se publicó una traducción de sus poemas con gran acogida en el mundo literario de Sofía.

Una amplia antología de sus poemas traducidos al francés apareció en París. En inglés acaba de publicarse la traducción de Versos libres por Venecia y la misma editorial de New York-New Hampshire publicará este año una antología de sus poemas en inglés. La revista Poesía, de Milán, publicó una selección amplia en italiano. Recibió hace 2 años el homenaje del Festival de Poesía de Bogotá.

Todo esto ha conllevado también lecturas y presentaciones de sus libros en Portugal, España, Francia, Italia, Bulgaria, Grecia, Estados Unidos, México y Colombia. Prepara el libro sobre Mutis ‘No era aquí: rostros y rastros de Maqroll Gaviero’, que será presentado este verano por el Centro de Arte Moderno de Madrid. La Universidad de Cincinnati le confirió como máximo honor el título de Charles Phelps Taft Professor. Y la Universidad de Atenas, Grecia, el doctorado Honoris Causa. No creo que ninguno de los contemporáneos haya logrado coronar tamaña proeza. Qué orgullo siento por mi compañero.