Desde que tenía 17 años estoy escribiendo en la prensa sobre temas que en un principio eran vetados -a no ser que se introdujeran con vaselina como la que usaba en exprocurador-, como atacar al gobierno y a la iglesia, hacer la apología descarnada del sexo y promover el turismo lisérgico.
Ello respondía a los presupuestos ideológicos de un movimiento sísmico en las conciencias, al que había adherido, y que no tardaron en aceptar los medios de comunicación, así se supiera de sobra que no comulgaban con ello. He sido columnista -y comunicador esporádico-, de casi todos los periódicos y revistas de Colombia y en todos ellos me han dejado decir lo que el espíritu santo o el espíritu burlón me han ido dictando.
En un principio era rabioso buscapleitos con todo lo que consideraba lesivo contra el bolsillo y la dignidad y la vida de mis congéneres o vecinos de barrio. Me aconsejaron amablemente de algunas redacciones que no fuera tan directo, primero porque podría correr riesgos con los denunciados armados o amparados por los armados, y segundo porque la injuria hace perder el efecto de la denuncia. De modo que apelé a lo mejor que sé hacer, al igual que mis compañeros de grupo, y fue a la gran mamadera de gallo.
Pero resultó de lo más simpático que los que respondían no eran los en directo afectados, los denunciados, los señalados, sino escritores del suelo, rivales que no soportaban que uno se fuera creciendo con la publicación sistemática de sus sarcasmos. Y apelaron a los correos de prensa fingiendo con sucesivos seudónimos sentirse mortificados en su moral de ciudadanos decentes, y pidiendo a los medios que cancelaran colaboraciones tan oprobiosas, de sujeto tan repelente y mal escritor, a pesar de haber recibido los premios más significativos de la literatura española, cosa que más les alborotaba la ira. Me han aplaudido más mis escritos en Calicuta que en Cali, Valle, ve. La directora del Instituto Rabindranath Tagore me dijo a través del intérprete que no entendió bien lo que decían mis poemas, pero que le había fascinado la música de mis palabras. Y eso que en la función estaba acompañado del grupo Chocquibtown.
Ahora tengo 77 años, 60 más que cuando empecé, y la joda de los rivales continúa con la misma saña. Y peor aún cuando he dejado de ser contradictor social o político, y he enfilado mis temas por los senderos de la erótica y de la mística. Referido a la primera, me considera el tramposo lector señalado, un depravado confeso, algo así como el monstruo de los mangones literarios, “porque en este país -como lo señalaba en su momento el poeta X-504- donde asesinan salvajemente a 50 campesinos a diario, no soportan un escrito donde se haga el amor humanamente una sola vez”. Y cuando me refiero a la espiritualidad mística ahí sí que peco. He confesado en repetidas ocasiones que me he reencontrado con el Señor Jesucristo y es anatema. Cristianos cerreros creen que sigo mamando gallo, pues les es más escandaloso que mi antañón ateísmo el que retorne al redil de Cristo, con mis reservas con respecto a las contradictorias iglesias que pretenden representarlo. Apuestan a que el Cristo cristal al que me he convertido es diabólico. Sostengo en mis posiciones que si Dios es Amor, igualmente el amor es Dios, y a ambos elevo mis cánticos enfervecido y enfebrecido. “Hay que hacer el amor de dios con todo el mundo”, escribía la iluminada María de las Estrellas a los 5 años.
De modo que ni para qué sigue el moribundo insidioso buscando que las directivas de los periódicos me cierren las orondas tribunas, logradas merced al Señor y a algunas palancas terrestres. Seguiré cantando en ellas hasta que me dure la cuerda o la pila. Jehová es mi pastor, nada me faltará, como en realidad nada me falta y menos la inspiración nadaísta, ahora alimentada por el viento paráclito.