Madre era el encanto en mi escuela los días de la madre, cuando me ponían a recitar poemas a la madre de otros poetas, madre nos hablaba de los paisajes de la tierra de los tres juanes donde los frutos no dejaban ver los árboles, madre nos bañaba a todos uno por uno con estropajo y jabón de la tierra de las orejas a los tobillos y se ponía feliz cuando luego de los incesantes oficios domésticos de la jornada sacaba unos minutos para sintonizar El derecho de nacer, esa radionovela cubana que me sacaba de quicio. De tarde en tarde, cuando coincidíamos en el patio del totumo y ella lavaba la ropa mientras yo ‘hacía versos’, término con que la abuela definía el ‘no hacer nada’, sin ninguna suspicacia ni celotipia me pedía que le leyera los últimos poemas amorosos que le había escrito a papá. Porque papá se había convertido en mi héroe. De él heredaba la talla y el modo de amarrarme los pantalones. Desde mi experiencia escolar había concluido que escribir poemas a las madres era desde todo punto ridículo. ¡Ay, mamá!
Y ay, hermanitos, que heredamos los tic de Jesús y Elvia, Estelita, Graciela, Toño, María Eugenia, Marta, Chabela, Ceci, a quienes la vida ha de llevarnos por los senderos de la felicidad en cadena. Por algo se salvaron los antecesores de Ambato.
Me trajo a cantar como un disco rayado a un mundo igual de rayado, tres grados más arriba del Paralelo Cero con el Meridiano 76° hace 76 años, de los cuales desde que dilapidé la virginidad he dedicado 60 a la poesía.
Nunca diré que me emboqué mal, a pesar de las carencias que por tantos años, mientras me hacía respetable haciendo respetar lo que hacía, hice pasar a mi pobre casa del barrio obrero. Vi cómo bajo el efecto de las lluvias la goteras atravesaban el techo y había qué seguir durmiendo con los paraguas abiertos. Mientras me cubrieran con plásticos mis libros me daba por bien servido.
Las muchachas trabajaban para comprar tejas nuevas y pagarle a los albañiles. Entretanto me ejercitaba con todas las fichas en el ajedrez del poema. Hasta que al fin salió uno bueno, El profeta en su casa. Ernesto Cardenal que me vigilaba me pidió que siguiera por ese camino. Son 60 años peluqueados de desventuras, llevado de la mano por maestros perfectos que por aire, mar y tierra me conducen a países que ya ni existen. Me han protegido hasta el momento de todo mal y peligro y si por algún motivo me vieron flaquear o cojear, me han acercado solícitos bastón de fresno. La poesía me lo dio todo, los amores, los trabajos, los amigos, los viajes, los premios, los homenajes. Y aquí viene lo más bello de todo.
El poeta Xavier Oquendo y su equipo preparan en Ecuador el encuentro poético Paralelo Cero 2017. Como se han dado cuenta de la ecuatoriedad de mi ancestro, organizan un acto de reconocimiento en Ambato. No tengo muy claro si el homenaje es a mi madre por haber engendrado a este cabeciduro, o a mí por haber brotado como un durazno de su vientre fecundo. Debo a ella el haberme parido y además mis disculpas por haberla puesto a seguir pariendo por mis flaquezas tanto tiempo después del parto. En nombre de mi madre, que me estimuló hacia el poema extrayendo a hurtadillas del presupuesto las monedas para adquirir mis preciosos e indispensables Blakes y Huidobros y Maiacowskys, agradezco la distinción. Y les informo que mi otro hermano, Jan Arb, es también poeta, y mucho mejor que yo.
Envío. De la mitad del mundo hacia sus extremos, cubra la poesía tu memoria, la memoria de tus dichas y tus pesares, la memoria de la familia que te trajo y la que creaste, y también de la que dejaste, de tu cuna ambateña a la fosa de tus despojos en ‘la sucursal del cielo’, madre adorada.