A Joseph Goebbels, ministro de Propaganda e Información del Tercer Reich, un periodista le preguntó cuál había sido la fórmula para que el Partido Nacionalsocialista dirigido por Adolf Hitler se hiciera con el poder absoluto de un pueblo tan culto e inteligente como el alemán, que bajo el liderazgo del Führer puso en jaque al mundo, que si no es por el ingreso de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, la humanidad entera hubiese caído bajo su dominio siniestro.
La fórmula nazi es bien sencilla, respondió el tenebroso Goebbels: sumir a la nación en un terrible miedo al comunismo implantado en Rusia por los bolcheviques después del asesinato del Zar; e idear un enemigo al cual odiar: la comunidad judía, a la que se atribuyen todas las desgracias sufridas por Alemania, incluida la derrota en ‘La Gran Guerra’ (1914-1918).
Con el auge del nazismo, la derecha colombiana dirigida por Laureano Gómez copió la fórmula y pretendió imponerla en el país: el responsable de todas las dolamas de la patria era el comunismo, aquí representado por el Partido Liberal, al que había que liquidar para la salvación nacional, conato para el que contaba con el decidido apoyo del clero católico. Para eso les servía el ejemplo de Eugenio Pacelli, nuncio en la Alemania nazi y luego papa Pío XII, y quien se hizo de la vista gorda ante los crímenes de los esbirros de Hitler. Todo justificado porque Hitler combatía las hordas satánicas del camarada Stalin.
Todo eso, desde luego, era una farsa. La verdad es que el comunismo en Colombia jamás prosperó porque hubo un partido, el Liberal, que interpretó mejor el sentimiento popular y supo dar respuesta acertada a sus reclamos. Prueba de ello es que dirigentes comunistas tan brillantes como Gilberto Vieira White y Augusto Durán, jamás pudieron llegar al Congreso por falta de electores.
Ahora la receta política del doctor Goebbels trata de darse a la sociedad colombiana. Desde hace 20 años el más destacado líder de izquierda es Gustavo Petro. Por su brillante tránsito en el Congreso haciendo recia oposición a los gobiernos de Uribe y Duque, a los ojos de esta nueva derecha es un sujeto que infunde miedo. Y el otro componente -el enemigo- también con él lo asocia.
Petro es incómodo por ser opuesto al modelo presidencial que tuvimos por dos centurias. No se parece a ninguno de los anteriores jefes de Estado ni siquiera a aquellos acusados de ‘comunistas’, como Alfonso López Pumarejo. Petro es Petro, y no va a cambiar porque así lo deseen sus malquerientes. Y como dice cosas chocantes, levanta ampollas.
Petro llegó al poder con un programa de cambio de muchas de las estructuras nacionales, y por eso tiene tantos censores. Aquí todos alegan querer el cambio pero que el cambio no toque a nadie, y eso es imposible.
Los críticos no reconocen que todos los proyectos del presidente han sido puestos a consideración del Congreso, máxima instancia de la voluntad popular, y que de allí saldrán aprobados, modificados o negados.
No hay presos políticos, ni censura de prensa, ni gente migrando al exterior, ni políticos asilándose en embajadas extranjeras para escapar del régimen petrista. Nada de eso sucede ni sucederá. Con cualquier resultado de su gestión, Petro saldrá de la Casa de Nariño el 7 de agosto de 2026, y le sucederá un mandatario que continuará su programa, o uno extraído de la derecha, que nos regrese al paraíso que tuvimos hasta el 7 de agosto de 2022.