La transmisión del consejo de ministros por televisión el 4 de febrero pasado, a la que tanto se ha referido la prensa, representa sin lugar a duda un punto de ‘difícil retorno’ del gobierno actual, el primer gobierno de izquierda de la historia de Colombia. No soy petrista, pero voté por Petro, motivado por la esperanza de un cambio y por oposición a Rodolfo Hernández. Ahora constato un fracaso. Recapitulemos un poco la situación.

Lo verdaderamente novedoso de las elecciones de 2022 fue el gran no que el electorado dio a la clase política tradicional. Al menos tres cuartas partes del total de votos (21.872.299) fueron contra el ‘establecimiento’, representados en los dos candidatos ganadores en primera vuelta. La cuarta parte restante fue de los sectores que votaron por Hernández en contra de Petro, porque no les quedaba otra opción.

En lo que va corrido del siglo XXI hemos tenido dos momentos límites en los que el ‘orden social’ y la integración nacional se han encontrado seriamente amenazados. El primero en 2002 (elección de Álvaro Uribe), cuando el país se encontraba bajo la amenaza de diversos grupos armados y era prioritario recuperar el control territorial. El segundo en 2022 (elección de Gustavo Petro), cuando el ‘estallido social’ había abierto una brecha profunda en nuestra vida como sociedad. Las soluciones que se encontraron en ambos casos han terminado en un fracaso.

El gobierno de Petro comenzó con un esperanzador discurso de posesión en el que anunciaba la conformación de una coalición de intereses diversos, unidos alrededor de objetivos comunes. Y así transcurrieron los primeros ocho meses, hasta la salida intempestiva de los ministros Ocampo y López en abril de 2023. A partir de allí las cosas han ido de mal en peor.

Los dos grandes errores de Petro han sido, en primer lugar, no entender que el ‘mandato por el cambio’ que recibió del electorado pasaba por la construcción de consensos entre posiciones heterogéneas y no por la imposición del criterio del grupo ganador sobre el grupo perdedor invocando, como fundamento de su fuerza, una difusa noción de pueblo heredada del M-19. Un gobernante que llega al poder con 50,44 % de aprobación debe hacer lo posible por conservar el apoyo de los que lo eligieron y por ganarse el apoyo de al menos una parte de los que no lo hicieron. Y lo que ha ocurrido es exactamente lo contrario.

El presidente nunca ha entendido que este país es profundamente conservador, extremadamente reactivo a las posiciones de izquierda y, por consiguiente, quien quiera impulsar cambios tiene que hacerlo contando con una buena porción del centro político. Había que negociar, conciliar, encontrar, así fuera de manera temporal, soluciones intermedias y no insistir en un proyecto que, por su radicalidad, no tenía viabilidad política.

El segundo error de Petro es no entender lo que significa el poder, su dignidad y su legitimidad.

Uno de los grandes problemas de nuestros gobernantes, tanto de izquierda como de derecha, es que no comprenden que el poder, además de su aspecto coercitivo, tiene un estatuto simbólico que hay que respetar. Uribe, por ejemplo, no entendió que al combatir ‘la ilegalidad con la ilegalidad’ estaba socavando las bases de legitimidad del régimen político.

El poder, como dice el antropólogo Georges Balandier, maneja símbolos, ceremonias, imágenes, retóricas, formas de argumentación y de comunicación, en un tributo cotidiano a la teatralización, porque su ejercicio no consiste solo en represión, sino también en ser fuente de unidad y de integración. Lo que vimos el 4 de febrero es una expresión por excelencia de una concepción desdeñosa del poder, una lamentable ‘puesta en escena’, un verdadero ‘sancocho nacional’, como quería Bateman.

Lo que está comprometido aquí es la democracia, un régimen político que implica una toma de partido por un orden, por un acuerdo fundamental alrededor de una serie de instituciones y de criterios básicos consagrados en una norma constitucional. Pero la democracia no excluye el cambio y la transformación de la sociedad; todo lo contrario: ofrece perspectivas y caminos para lograrlo. ¿Qué vendrá ahora?