La alianza transatlántica entre Europa y Estados Unidos está tambaleando. Este bloque que opera ha sido pilar fundamental del orden internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Basado en el consenso democrático y militar, existe a través de vehículos como la OTAN y los acuerdos de cooperación económica, entre otros.
Hoy, esta unidad histórica está en veremos, producto de las acciones y declaraciones de Donald Trump, que estrenó su segundo mandato con un discurso pro-Putin y agresivos desencuentros con el presidente Zelensky. Hoy, aunque parezca una exageración, existe la posibilidad de que Estados Unidos se siente a negociar con Rusia sin considerar los intereses europeos, lo que representaría la ruptura de la unidad histórica que ya se encuentra debilitada. El panorama geopolítico ya se empieza a realinear, reaccionando a los vaivenes de Estados Unidos, un fenómeno que se siente en Europa y el resto del mundo.
El desafío principal es para los líderes de la Unión Europea, que enfrentan a una Rusia fortalecida de un lado, y del otro, la retórica agresiva y la sorpresiva posición de Estados Unidos frente a Ucrania. Esta semana, en el marco de la cumbre europea en Bruselas, los líderes se comprometieron a fortalecer la defensa del continente y el apoyo a Ucrania.
El consenso no fue fácil, ya que países con mandatarios de derecha extrema como Hungría, Italia y Polonia, afines a Trump, mostraron diferencias con sus pares sobre las inversiones pactadas. Al final hubo acuerdo en fortalecer el compromiso con Ucrania y redoblar el apoyo a su pueblo. Además, decidieron fortalecer a Ucrania con paquetes de ayuda financiera además del armamento. El Reino Unido, por su parte, ha mantenido una postura firme, alineada recientemente con Francia y Alemania.
En lo comercial entre Estados Unidos y Europa, la situación también es compleja, pero la UE también ha tomado medidas de contrapeso, como lo hizo el Reino Unido. Lo grave es que las amenazas proteccionistas de Trump, muchas de las cuales cambian cada día, como la imposición de aranceles a productos europeos y en medio mundo, han acabado con la confianza en el comercio global, generando preocupación en Bruselas y otras capitales del continente sobre el futuro de los bloques económicos.
Para compensar, la Unión Europea desde ya ha acelerado políticas para la diversificación de sus mercados y la búsqueda de nuevas fuentes de energía para disminuir su vulnerabilidad frente a Rusia y de suministros que puedan reemplazar las importaciones estadounidenses. Incluso existe una búsqueda urgente de acuerdos con América Latina y Asia, así como la apuesta por tecnologías, servicios y energías renovables en otras partes del mundo.
La ruptura de la alianza transatlántica tendría consecuencias profundas para Occidente. Una Europa dividida y unos Estados Unidos aislados abrirían espacio para que potencias como China y Rusia aumenten su influencia en el orden mundial. Ni hablar de la erosión de la democracia, el comercio justo y las libertades individuales.
El fenómeno que parecía lejano, ya está sucediendo. Europa intenta prepararse para consolidarse internamente, un reto para un continente con crisis de inmigración, desempleo, crecimiento económico y extremismo política. Quizás el continente que ha acercado de nuevo al Reino Unido, logre fortalecer su autonomía estratégica, consolidarse por dentro y reafirmar su compromiso con los valores democráticos y el multilateralismo. Es una tarea difícil, especialmente con las amenazas internas y externas, y por la ausencia de líderes suficientemente hábiles para pilotear la transformación. Pero no es imposible.