Cada mañana, millones de mujeres en Colombia se levantan no sólo para preparar el desayuno, sino para salir a trabajar, sostener un hogar y hacerle ‘el quite’ a un sistema que parece diseñado para hacerles el camino más difícil. Son las mujeres que sostienen solas un hogar, las grandes olvidadas en los discursos, pero que hacen un papel monumental en la economía.

A pesar de este importante rol, sus logros rara vez se visibilizan. Mientras se celebran avances en igualdad, los números muestran otra historia. Según el más reciente informe del Dane, que se expidió el pasado 4 de marzo, las mujeres en Colombia enfrentan una tasa de ocupación 26 puntos porcentuales inferior a la de los hombres. Además, destinan 18 % de su tiempo al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, mientras que los hombres solo invierten el 5 % en estas tareas. La pobreza también golpea con mayor fuerza a los hogares liderados por mujeres: el 38 % de ellos está en situación de pobreza y, en las comunidades indígenas, la cifra alcanza un alarmante 62 %.

Las mujeres jefas de hogar también enfrentan un mercado laboral cada vez más desafiante. La informalidad es un obstáculo permanente: en 2024, el 56 % de las mujeres ocupadas trabajó en condiciones de informalidad, lo que significa menores ingresos, inestabilidad y un acceso limitado a seguridad social o pensiones. Aunque muchas se esfuerzan por emprender, los negocios dirigidos por mujeres han crecido a un ritmo inferior que los de los hombres.

Pero detrás de estas cifras hay historias de lucha y tenacidad de muchas mujeres que, pese a las dificultades, siguen adelante. Como la de Susana, una madre empresaria que sola ha visto crecer a su hijo y su negocio, al punto que hoy está ampliando sus instalaciones. Su reto es incrementar la producción para llevar al mercado uno de los mejores jabones medicados y más refinados que he probado. Ella superó las barreras del emprendimiento, así como la falta de financiamiento y hoy tiene una empresa que va en ascenso.

Cecilia es otro ejemplo. Con título universitario, sostiene su hogar por sus propios medios. Tiene la experiencia para liderar, pero las oportunidades de crecimiento parecen lejanas. No tiene dónde dejar a sus hijos cuando el trabajo le exige más horas y, a diferencia de sus colegas hombres, no puede delegar el cuidado. Como ella, muchas mujeres, pese a su talento y preparación, enfrentan barreras como la falta de una red de apoyo que les permita avanzar sin llevar toda la carga solas. En fin, hay muchos casos como el suyo.

Frente a esta realidad, hay luchas que no pueden pasar desapercibidas. Garantizar la seguridad y la justicia para ellas no es un tema menor, sin duda es algo urgente e inaplazable. Por eso, la reciente condena a Andrés Gustavo Ricci por el feminicidio de Luz Mery Tristán representa más que un fallo judicial: es un mensaje de que las violencias contra las mujeres deben tener consecuencias graves. Durante mucho tiempo, esta realidad ha sido tratada tímidamente, pero este caso demuestra un paso en la dirección correcta, aunque falta mucho por hacer.

Este 8 de marzo brindo por esas ‘mujeres que cargan con todo’. Mientras se reparten flores, pensemos en quienes no tienen tiempo para celebraciones porque siguen luchando por lo esencial: oportunidades, estabilidad y seguridad. Tener un hogar a cargo no debería ser sinónimo de dificultades económicas, sino motivo de orgullo. Con ellas la deuda es grande, así que menos palabras y más hechos.