Hay quienes en su esfuerzo por inventar su propia vida rompieron modelos y abrieron más caminos a la expresión y al conocimiento. Es el caso de artistas e intelectuales como Feliza Bursztyn (1933-1982), que lo hizo no sin sufrir ramalazos de una sociedad violenta y machista que persiste en algunos círculos, incluso en los menos esperados.
La personalidad y dificultades de esta legendaria escultora motivó a Juan Gabriel Vásquez a mostrar una vez más -después de su novela ‘Volver la vista atrás’- el pasar de una persona real y sus vicisitudes por pertenecer a un entorno social cerrado y ser mujer, en su tiempo. Ahora, ‘Los nombres de Feliza’ responde a la obsesión del autor sobre el hecho de que los sucesos de un país inciden en la suerte de las personas y desde estas es posible visualizar nuestra historia nacional.
Cuenta Vásquez que Feliza, colombiana, de ancestro judío polaco, fue rechazada por la familia y atacada por apartarse de los cánones. Su marido le lesionó la mano derecha y sentenció: “Nunca vas a ser artista”. El medio social se escandalizó con sus esculturas y actitud libertaria, siendo una mujer, incomodó a fuerzas oscuras cuyas amenazas la llevaron al exilio, pero siempre la apoyaron sus amigos hasta el final, cuando murió de tristeza, según dijo García Márquez.
Por querer “conocerla tan bien como para contar el mundo desde sus ojos”, el escritor fue tras las huellas de Feliza y sus encuentros con grandes de la cultura colombiana.
Ellos, en medio de una envidiable bohemia y tertulias, escribieron, pintaron, esculpieron y lograron valiosas obras con talento y empeño, en una época dorada que enriqueció las posibilidades artísticas. Vendrían más generaciones con sus creaciones para la posteridad, mientras despierten una estética y un sentimiento, más en símil con el refrán español, para verdades el tiempo.
Lo cierto es que la rebeldía y los caminos los hicieron al andar personas como Feliza, hace mucho tiempo, no los Adanes y Evas que se sienten precursores sin preparación ni contribución alguna, y, en cambio, van en contravía de las luchas de aquellas en pos del derecho a forjarnos libres de discriminación o violencia.
Actuaciones del gobierno son contrarias a una cultura de paz, educación y respeto a la mujer. El culto a la espada de Bolívar en la posesión del presidente (la misma arma al lado del cuerpo del sindicalista José Raquel Mercado, en fotografía del M-19); al sombrero de Pizarro, a la bandera de aquel grupo o a un armatroste sin condiciones para ser monumento, es una utilización de fetiches guerreristas con fines politiqueros.
Fue un atentado contra las periodistas llamarlas ‘muñecas de la mafia’, al cosificarlas y exponerlas a la difamación, insultos y amenazas. También lo es que el Presidente al tiempo que pregona la igualdad de género, designa en ministerios, embajadas, direcciones o asesorías a alfiles machos alfa, vistos imprecando y amenazando, o acusados de acoso o violencia familiar. El mayor exponente es Armando Benedetti con su lenguaje soez, bien compensado por su rol en la campaña, instalado ahora al pie del Mandatario gracias a su oculta llave maestra de acceso al palacio presidencial.
Si por un milagro volviera Feliza Bursztyn, partiría de nuevo con la misma tristeza al encontrar que la cabeza del Ejecutivo en el país, entroniza objetos de guerra y premia machistas sin cultura, ni ética.