El contundente triunfo electoral en Bolivia del candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) demuestra una vez más la vigencia y popularidad de los programas de la izquierda democrática en América Latina, máxime cuando este triunfo se dio contra todo la maquinaria de un gobierno de extrema derecha que se tomó el poder por un golpe de Estado y usó todos los medios, hasta los legales, para tratar de mantenerlo.

El triunfador fue Luis Arce, quien fuera el ministro de Hacienda durante casi todos los tres períodos de Evo Morales y se considera como el arquitecto del milagro económico boliviano. Con el 52,5% de los votos derrotó en primera vuelta a los dos candidatos de la derecha, mayoría absoluta que confirmó que el triunfo de Evo en las elecciones del año pasado no había sido resultado de un fraude como quiso hacer creer el desprestigiado señor Almagro, secretario de la OEA.

No hay duda de que el apoyo popular al partido socialista, que se mantiene mayoritario después de 15 años de la primera victoria de Evo, se debe a los excelentes resultados de su gobierno. Bolivia fue el país latinoamericano que logró mayores avances económicos y sociales en lo corrido del siglo.

Según los datos de la Cepal la población en situación de pobreza se redujo del 66,6% al 35,1%, mientras que la disminución de la pobreza absoluta fue aún mayor: del 45,5% al 14,7%. Como consecuencia Bolivia dejó de ser el país más desigual de la región y el índice de Gini bajó de 61,2 a 43,8.

Contradiciendo la tesis neoliberal de que es necesario crecer la torta primero para luego repartirla, estos impresionantes logros en la mejora de la calidad de vida de los más pobres no afectaron el crecimiento económico, ni espantaron a los inversionistas. Por el contrario el PIB boliviano pasó de 9.000 a 40.000 millones de dólares y no solo no hubo fuga de capitales sino que la inversión extranjera volvió a ser positiva y la tasa de cambio se revaluó de 8 a 7 pesos bolivianos.

En el 2005 tuve la oportunidad de participar en una misión de las Naciones Unidas en Bolivia para asesorar en el diseño de las políticas económicas primero a los candidatos y, después de las elecciones, al gobierno recién elegido del MAS. Las perspectivas eran pesimistas, pues como el país había aplicado sin éxito todas recetas neoliberales del Consenso de Washington, el crecimiento estaba estancado y la pobreza seguía creciendo.

Elemento clave del cambio de rumbo fue la decisión de Evo de nacionalizar los hidrocarburos, medida que adoptó el 1 de mayo de 2006 para sorpresa de todos, incluso de la misión de la ONU que en ese momento estábamos en La Paz. Con la recuperación del gas, que estaba siendo exportado por las multinacionales a precios irrisorios, el gobierno tuvo los recursos para adelantar sus ambiciosas reformas sociales.

Cuando a Evo le preguntaron si pensaba implantar el socialismo en Bolivia respondió así: “Si socialismo significa una vida mejor, con igualdad y justicia, y que no tendremos problemas sociales y económicos, entonces es bienvenido”. Eso no es el fantasma del castrochavismo con el que quieren asustarnos para el 2022, ni es copiar el modelo venezolano que quebró ese país. Es el liberalismo social demócrata que necesitamos en Colombia para que todos vivan mejor.