Dos años atrás, todos perdimos algo. Algunos no pudieron volver a recuperarlo nunca: un padre, un hijo, un hermano, un amigo que cayeron en medio de la barbarie.
Otros, los que vieron arder ese negocio familiar que tanto les costó construir, perdieron la fe en esta ciudad y decidieron irse para nunca más volver. Muchos más, que siguen soñando con irse, perdieron la ilusión de crecer en el lugar que los vio nacer.
Los que nos quedamos perdimos la paz, la tranquilidad, esa cálida sensación de poder confiar. Y aunque lo descubrieron tarde, también perdieron aquellos que hace dos años salieron a destruirlo todo, jactándose de ya no tener nada más qué perder.
Está claro que ese ‘laboratorio’ de guerra civil que sacó lo peor de todos nosotros, en abril del 2021, no fue un buen negocio para nadie. Y por eso mismo, está claro que no podemos permitirnos que vuelva a ocurrir.
¿Qué hacer?¿Cómo evitarlo? Creo que estamos en mora de iniciar una tarea a la que le tenemos miedo: buscar la verdad plena sobre lo que pasó en Cali. Para sanar las heridas y construir la reconciliación, a la que seguimos siendo esquivos, necesitamos ser francos y darnos la oportunidad de construir entre todos el relato doloroso de las responsabilidades.
La segunda tarea es resolver los problemas de fondo que sirvieron como caldo de cultivo para prender la mecha de la ira. Dos años después, el hambre, el desempleo, la falta de oportunidades, especialmente para los jóvenes, siguen allí como fantasmas que nos acechan.
Y llama mucho la atención que mientras el sector privado se ‘pellizcó’ y pasó rápidamente de las quejas a los diagnósticos y luego a las soluciones, la respuesta del Estado ha sido pobre.
Pese a ser la ciudad con el mayor grado de violencia durante el estallido, Cali dejó de ser rápidamente una prioridad para el Gobierno Nacional. Sus graves problemas sociales pasaron a un segundo plano. Y esta ciudad, que votó mayoritariamente por el llamado ‘gobierno del cambio’, hasta ahora no sabe de qué se trata el cambio. El presidente Petro sigue en deuda con Cali.
El tercer gran desafío que tenemos, dos años después, es construir nuevos lazos que nos unan en medio de las diferencias.
¿Qué nos une hoy a los caleños? Hay una respuesta simple, pero también preocupante, a esta pregunta: el 83% de nosotros desaprueba la gestión del alcalde Jorge Iván Ospina. Es decir, de cada 100 caleños, 83 estamos convencidos de que fue una equivocación elegirlo para dirigir la ciudad. Unidos por un error, ¿habrá algo más deprimente?
La buena noticia es que Cali es mucho más que este trago amargo llamado Ospina y podemos contar una nueva historia. Debemos crear un nuevo relato de ‘caleñidad’ que vaya más allá de las coyunturas políticas, pero que también supere los lugares comunes heredados de nuestros antepasados, porque hoy ya resultan insuficientes para definirnos.
Cali es la suma de muchas ciudades diferentes, cada una con visiones e intereses muy particulares, y entre todas ellas hoy parece haber más pugnacidad que solidaridad.
Me sorprende ver que, dos años después, ningún candidato a la Alcaldía parece entender eso. Y quiero creer que lo harán pronto. Porque allí está la clave si quieren evitar que la pesadilla de hace dos años se repita.