Es una imagen deplorable, preocupante y triste, pero se repite tantas veces en este país, que ya nos parece normal. Cada mañana, mucho antes de que los primeros rayos del sol se asomen, un ejército de niños ‘zombies’ sale de sus casas a esperar la ruta de transporte que los llevará al colegio.
En realidad, parecen pequeños ‘zombies’ sacados de una película de terror. Caminan como autómatas, atolondrados y entumidos por el frío; el rostro adusto y sin sonrisa, la expresión resignada de quien fue expulsado a patadas de un lugar en el que era feliz. Y así viajan, embutidos en pequeñas busetas que zigzaguean peligrosamente entre el tráfico caótico, durante trayectos que pueden durar una hora, quizá más.
Y en esas condiciones llegan por fin a su salón de clase, para iniciar una jornada que en muchos casos se puede extender por más de ocho horas, antes de volver a emprender el largo viaje de regreso a casa, cansados y aturdidos en medio del tráfico terrible de la tarde.
Muchos de ellos fueron sacados de sus camas a las 5 a.m., o quizá antes, por padres de familia, abuelos o cuidadores que, muy seguramente, terminaron la jornada anterior cerca de la medianoche, o quizá después.
Y luego son recibidos por profesores que también llevan encima esa ansiedad contenida de los que inevitablemente vivimos en permanente contrarreloj.
Ese ciclo perverso se repite cinco días a la semana, durante diez meses, por once o doce años de la vida. Nos parece muy normal, e incluso hay quienes lo justifican, pero es allí donde nace mucha de la insania mental que nos caracteriza.
Según un estudio hecho por la más grande red internacional de entidades dedicadas a la estadística, Colombia es el país más madrugador del mundo.
Nos despertamos, en promedio, a las 6:31 a.m., dice esa medición. En realidad, la mayoría de los niños en edad escolar, sus padres y profesores, mucho antes.
Sin embargo, este también es el país más improductivo, porque aunque tiene una de las jornadas laborales más largas del planeta, de 48 horas a la semana, solo aporta US$19,50 a la economía por cada hora laborada (unos $92.100 colombianos).
En un pequeño país como Luxemburgo, para citar solo un ejemplo, se trabajan 40 horas a la semana, pero por cada hora se aportan 110,80 dólares (unos $522.000) a la economía.
Los expertos atribuyen esa enorme brecha entre lo que madrugamos y lo que producimos, a las fallas de nuestro sistema educativo.
Y allí es donde está el problema de fondo de todo este asunto. ¿Qué tan efectivo y positivo para el desarrollo de un país un modelo educativo que enseña a los niños a odiar al colegio porque los somete a una madrugada salvaje? ¿Sirve un sistema basado más en embutir información al ser humano, que en aportarle formación? ¿Cómo puede ser sano un mundo que se ha empeñado en crear individuos competitivos, pero no felices?
El debate de fondo sobre la educación en Colombia, que debería ser una prioridad para este supuesto gobierno del cambio, sigue en la sombra. No ha habido tiempo para él en medio de los escándalos. Lo único que ha sucedido es la renuncia del Ministro.
Mientras tanto, aquí seguimos educando ‘zombies’ mal dormidos, convencidos de un ‘mantra motivacional’ absurdo y primitivo: “Al que madruga, Dios le ayuda”.