Kelly Strack es toda una celebridad de TikTok. Casi 340.000 personas la siguen para ver sus tutoriales sobre cómo lograr el maquillaje perfecto. Pero hasta ella quedó en shock la semana pasada, cuando usó por primera vez el nuevo filtro de inteligencia artificial creado por esa red social para realzar la belleza. “Esto no debería ser legal”, fue su tajante conclusión.

Y es que ‘Bold Glamour’, como lo denominaron sus creadores, puede parecer muy divertido, pero resulta realmente perturbador.
Su capacidad para alterar la imagen de un rostro humano real, creando una persona ‘nueva’ con rasgos mucho más ‘sexys’, obliga a pensar sobre hasta dónde el mal uso de la tecnología puede representar un riesgo para el hombre.

‘Bold Glamour’ no es una aplicación inofensiva. Todo lo contrario. Es insana y su uso representa una amenaza para la vida de millones de personas, especialmente adolescentes, que padecen un trastorno denominado ‘dismorfia corporal’, el cual impide a una persona verse y aceptarse tal cual es.

Quienes lo sufren refuerzan sus pensamientos negativos sobre sí mismos al usar los ‘filtros embellecedores’ de las redes sociales, llevando su baja autoestima a niveles aún más críticos. Y la pérdida de autoestima es un ingrediente del ‘coctel letal’ de condiciones que conducen al suicidio.

Según cifras del Ministerio de Salud, en Colombia hay, en promedio, un intento de suicidio cada 20 minutos. Así que no estamos hablando solo de un divertido truco digital.

‘Bold Glamour’, en realidad, es solo la más reciente de una gran cantidad de alarmas que se han disparado en el mundo en los últimos años, por cuenta de la acelerada ola de creaciones disruptivas derivadas de internet.

Todas esas alarmas tienen un común denominador: cuestionan si acaso nuestra humanidad, ese conjunto de cosas invaluables que nos convirtió en la especie dominante del planeta, está siendo erosionada por el avance desbordado de las máquinas.

Y es que, en muchos frentes, la realidad de este mundo empieza a superar la ficción de la serie ‘Black Mirror’.

Gran parte de la violencia política, social y racial que nos sacude, por ejemplo, es alimentada por las redes sociales. Los algoritmos de Facebook, Twitter o YouTube fueron diseñados para darnos más de lo que nos gusta.

Así, nuestras creencias, preferencias y sesgos ideológicos se refuerzan en cada click, alejándonos de las múltiples perspectivas de la realidad y condenándonos al odio que surge de ver el mundo con un único filtro.
La frontera entre lo real y lo ficticio, entre lo deseable y lo correcto, entre la verdad y la mentira, pueden llegar a borrarse fácilmente con ‘Bold Glamour’ o ‘Chat GPT’.

Muchas organizaciones, construidas sobre la base de historias humanas inspiradoras, han perdido su ‘alma’ y su esencia por una transformación digital que solo se enfoca en la productividad y la rentabilidad.

Miles de familias ya están separadas por el muro invisible de los teléfonos inteligentes que nos acercan a los que están más lejos, pero nos alejan de los que están más cerca.

La tecnología, que en teoría debería traducirse en un mundo mejor, podría estar generando lo contrario.

¿Es posible corregirlo? Hay motivos para creer que sí y todos ellos empiezan a tomar forma en el creciente debate sobre el llamado Humanismo Digital, del que pronto tendremos noticias en Cali.

El problema no está en la tecnología, sino en nosotros. Ella es solo es el reflejo de nuestras ideas y propósitos al crearla y al usarla. Por eso, quizá lo que hoy necesitamos con más urgencia es una nueva visión de nuestra humanidad para esta fascinante y desafiante era digital. Una en la que cada quien elija ser dueño, y no esclavo, del avance tecnológico.