La pregunta que encabeza estas líneas cobra mucha vigencia a raíz de lo sucedido en las elecciones del pasado domingo, cuando la región perdió cuatro de las trece curules que tenía en el Senado.
Puesto que el número de posiciones en la Cámara de Representantes está predeterminado -al Valle le corresponden 13- lograr más puestos en el Senado es un propósito clave. Es lo que permite que una región tenga más interlocución, influencia y una capacidad de negociación fuerte para defender sus intereses frente al Gobierno Nacional, sobre todo a la hora de construir el Plan Nacional de Desarrollo y distribuir el Presupuesto Nacional.
Tener una bancada parlamentaria potente es vital para el desarrollo de un departamento. Y las cuentas (a hoy, sin terminar escrutinios) parecen estar claras: para el periodo 2022-2026 el Valle dejará de estar en el mismo nivel de Antioquia (que tendrá 14 senadores) y Bogotá (que contará con 12), y pasaremos a encabezar una ‘segunda línea’ junto con Atlántico y Santander (que tendrán cada uno 8 senadores).
Repito, ¿qué nos está pasando en el Valle? Muchas cosas dejó la elección de Congreso y de consultas para reflexionar.
La primera es la alta abstención, que rondó el 60%. La pregunta es: ¿Quién se robó la olla hirviente de indignación que dejó aquí el paro nacional?
La segunda no es nueva, pero volvió a ser relevante: el Valle dejó de tener, hace mucho tiempo, liderazgos políticos capaces de pelear por la Presidencia de la República. Hoy, en cambio, Antioquia (con dos candidatos), Santander y la costa Caribe (porque Petro es costeño), son las regiones más opcionadas para conquistar el primer cargo de la nación.
La única aspirante del Valle, la ex gobernadora Dilian Francisca Toro, resignó esa posibilidad y, en un error que cuesta mucho explicarse, apostó su capital político a un Enrique Peñalosa que dejó de ser opción electoral en este país hace bastante tiempo. ¡Plop!
Pero hay más. Las elecciones del domingo tomaron la primera ‘foto’ del panorama político en esta, la región epicentro del paro del 2021. Y es claro que hizo un fuerte viraje a la izquierda.
Mientras el Pacto Histórico obtuvo aquí tres senadores, los liberales y conservadores del Valle quedaron borrados de esa corporación, la poderosa U logró solo dos escaños y Cambio Radical ‘sudó petróleo’ para mantener sus tres plazas.
Y en el Centro Democrático un liderazgo con fuerte sello regional, como era el de Gabriel Velasco, fue ‘canibalizado’ por el de una María Fernanda Cabal a la que -no nos digamos mentiras- todo el mundo reconoce más como bogotana que como vallecaucana.
Así pues, los liderazgos y poderes tradicionales de la región recibieron un duro castigo en las urnas por parte de nuevas fuerzas alternativas que canalizaron el descontento de los electores. Ni hablar de liderazgos mal resucitados, como el de Jorge Iván Ospina, cuyo candidato a Cámara quedó en la ‘primera línea’ de los quemados.
¿Serán capaces esos nuevos liderazgos vallecaucanos de no cegarse con el sesgo ideológico, superar la histeria generalizada de esta campaña electoral e interpretar las realidades de una región que por el bien de todos necesita sacar adelante una agenda de grandes proyectos y propósitos? Es lo que está por verse.
Por último, este nuevo mapa político lanza un mensaje muy fuerte para Cali, una ciudad que necesita urgentemente serenarse, reencontrarse en las diferencias y volver a construir propósitos que unan.
Hay que entender la nueva realidad política regional y superar esas guerritas improductivas de lucha de clases, muros pintados y mentes acaloradas en los extremos, que solo nos dividen, nos desenfocan de lo importante y nos anclan en el pasado. O iremos aún más de para atrás.