Han sido unas semanas difíciles para quienes vemos con preocupación un debate sobre educación que no se da en el país debido a la coyuntura fiscal y política que pareciera tomarse nuestra agenda constantemente. Una coyuntura que le quita espacio a los debates estructurales que generan desarrollo y nos dejan sin espacio para las reflexiones necesarias de futuro de país.

El mes pasado el Consejo Privado de Competitividad presentó el Índice Departamental de Competitividad (IDC) con un nuevo modelo donde a través de documentos técnicos permiten cruzar el debate entre cinco condiciones habilitantes para la competitividad y tres ejes transversales que nos invitan a pensar en soluciones de largo plazo; como lo deben hacer estas instituciones y así escapar de la asfixiante vorágine de peleas y confrontaciones con las que el señor presidente ha decidido darle un sello muy particular a su gobierno.

Uno de esos temas transversales es la educación. Ubiquémonos en el contexto histórico para entender la emergencia y la necesidad de acción que tenemos todos los actores alrededor de uno de los temas que más apalancan el desarrollo, la competitividad, la movilidad social, y la disminución de las brechas de desigualdad.

La pandemia fue la gran generadora de un cambio irreversible para la calidad y apropiación del aprendizaje para nuestros niños y jóvenes. Durante 2020 y 2021 tuvimos el atraso más dramático a nivel global en el aprendizaje de una generación completa en edad escolarizada. Adicionalmente, América Latina fue la región que más sufrió durante este tiempo. Según Unicef, tuvimos cerradas las aulas durante 158 días en promedio; es decir, 166% por encima del promedio mundial que fue de 95 días.

En junio de 2022, el Banco Mundial, Unicef y Unesco se unieron para publicar un informe que marcaba en ese momento un claro derrotero de lo que había sucedido en lo que llamaron la ‘triple maldición’ al enfrentar un impacto en términos de salud, de economía y educación; y lo más importante, lo que se debía hacer a partir de lo aprendido en los dos años posteriores al inicio de la pandemia en América Latina.

A partir de ese momento, el diagnóstico era claro, por tanto, no deja de extrañar que hoy, dos años y medio después, nuestro país siga sin un rumbo claro para abordar una situación tan compleja en términos de formación de capital humano y sus trayectorias a lo largo de la vida. Lo que debíamos estar viendo a partir de 2022 son políticas públicas audaces que fueran cerrando las brechas de aprendizaje ya evidenciadas. Sin embargo, la pregunta es, por qué el gobierno está más interesado en continuar con una agenda de confrontación en lugar de (1) diseñar e implementar un paquete de medidas encaminadas a la recuperación del aprendizaje; (2) reintegrar a todos los niños y niñas que abandonaron el sistema y que permanezcan en él; (3) apoyar el fortalecimiento docente; (4) implementar el Sistema Nacional de Cualificaciones que el gobierno anterior les dejó sancionado y la necesidad de una mayor transitabilidad o permeabilidad hacia el sector productivo; y (5) fortalecer el subsistema de educación superior en Colombia en su estructura mixta.

Seguramente la confrontación no cesará, pero los quiero invitar a construir agendas estructurales de desarrollo en nuestro país y a no dejarnos distraer en medio de la confrontación diaria que tiene un solo beneficiario. ¡Feliz Navidad!