El ritual aún se repite en la tradicional casona ubicada sobre la Calle 11 con Carrera 15, del barrio Bretaña de Cali. Familias enteras, oficinistas del centro, famosos, llegan hasta el restaurante El Bochinche en busca de una frijolada o esa chuleta que se sale del plato. Mientras están listos los pedidos, que se sirven en un dos por tres, todo es un barullo. En las mesas se cuenta el chisme del día en el trabajo, se hacen chistes, se canta un cumpleaños y al fondo hay un televisor con el noticiero del mediodía o algún partido de la Champions.
Aquel alboroto cotidiano y encantador fue lo que le dio origen al nombre de este restaurante que se convirtió en parte de la identidad de Cali. Todo comenzó en 1958, en un pequeño local de la Carrera 15 con 11 donde, dice la leyenda, las puertas y sillas de madera chirriaban. Allí doña Emma Medina junto a su hijo Fabio y su nuera Rosa, vendían los fríjoles más famosos de la ciudad. La gente hacía cola, como hoy. La receta de doña Emma sigue siendo un secreto. El caso es que hasta su local llegaban taxistas, amas de casa, vecinos del centro y, mientras comían, se contaban a viva voz los chismes de la semana.
Por esos días doña Emma y su hijo Fabio escuchaban un programa radial del humorista Guillermo Zuluaga, ‘Montecristo’, que se llamaba Hotel El Bochinche. El programa comenzaba con el chirrido de la bisagra de una puerta vieja -como en el restaurante- y enseguida ‘Montecristo’ decía: “se abren las puertas de la alegría y el buen humor”.
Un día de esos en los que había tanta bulla en el restaurante doña Emma se quedó pensando y escribió en una tabla: “Esto es El Bochinche”. Los cuentos del programa radial eran tan ruidosos y exagerados como los bochinches que se contaban en el restaurante.
La historia me la cuenta Héctor Gómez, quien trabaja en El Bochinche desde hace 16 años. Empezó como mesero. Ahora es cajero. Justo en la mesa donde conversamos, dice, atendió al cantante Maelo Ruiz, que llegó a la madrugada y sudoroso después de un concierto en la Feria de Cali. Pidió una chuleta con ‘tostón’, como le dicen en Puerto Rico a las tostadas de plátano. En El Bochinche la chuleta se sirve con maduro o papas a la francesa.
“También atendí a Charlie Aponte, del Gran Combo. Al Bochinche llegan todo tipo de personajes, actores, actrices, jugadores de fútbol, políticos, reinas”, dice Héctor.
En 1970 don Fabio, el hijo de doña Emma, trasladó el restaurante a la casa del barrio Bretaña donde funciona hoy. Un año después se realizaron los Juegos Panamericanos. Ese fue el despegue tanto de Cali, como de El Bochinche, cuya comida, advierte Héctor, siempre se ha servido como era su dueño con los empleados: amplio. Con un plato comen dos, incluso tres. Aunque no son pocos los borrachitos capaces de comerse de un envión una chuleta o una sobrebarriga.
Desde sus inicios, El Bochinche era cenadero. Abría a las 6:00 de la tarde y cerraba a la madrugada para saciar el hambre de esta ciudad rumbera. A veces, recuerda Héctor, la gente llegaba a bailar en el salón mientras traían los pedidos: el solo – solo, como los clientes de la vieja guardia le decían al consomé; o el ‘amarillo’, como le decían al arroz con pollo.
“En la Feria de Cali, El Bochinche es un paso obligado, el lugar donde la rumba termina”, apunta Héctor, orgulloso. Tal vez por eso en el restaurante, al principio, solo trabajaban hombres. Les era más sencillo lidiar con los borrachitos.
La pandemia del coronavirus, sin embargo, cambió los horarios. Ahora se abre de lunes a jueves desde el mediodía hasta las 10 de la noche. Viernes y sábados, hasta la medianoche. Héctor se sonríe: no falta el que se estrelle con la puerta a las 4:00 a.m. Aún les reclaman que mantengan abierto hasta la madrugada.
Otros, en cambio, se estrellan con una colección que está enmarcada en una pared. Dice: “Cheques Chimbos del Bochinche del ayer. Si usted conoce al girador, que venga y pague. No cobramos intereses de mora. Atte: la gerencia”.
Hubo tiempos en los que media Cali andaba con chequeras para arriba y para abajo. En El Bochinche muchos pagaron con cheques sin fondos. Don Fabio, el propietario, quien falleció hace más de una década, los coleccionaba. En el restaurante hay 20 exhibidos de bancos que ya desaparecieron como el Del Comercio, el Banco Industrial Colombiano, el Cafetero, y Héctor asegura que ha pasado que llega algún cliente a almorzar, se queda mirando los cheques, y se encuentra con la firma del papá, o de la mamá. Entonces comienzan a contar a carcajadas un nuevo bochinche.