Hace unos días, mientras buscaba mi diploma de la universidad (alguien escribió con acierto que la de los 80 es la generación que no enmarcó sus diplomas), me encontré en un closet un legajador azul que hacía años ya había dado por perdido. Estaba entre unas sábanas de una antigua casa familiar, lleno de polvo.

De inmediato lo limpié con un trapo húmedo y se me aceleró el corazón. Adentró están los primeros artículos que escribí para El País, desde que era un estudiante de comunicación y social y periodismo de la Universidad Autónoma. Cuando vi las fechas de publicación no podía creer que hubiera pasado tanto tiempo. Yo los recuerdo como si fueran de la semana anterior.

El primer artículo que publiqué en El País salió el miércoles 19 de octubre de 2005, en una de las secciones más leídas y en la que siempre quise trabajar: Vivir. Eran las páginas de Cultura, editadas por Guido Correa, hoy director de 90 Minutos.

El artículo se tituló ‘Las plumas del anonimato’. Era la historia de siete escritores de la región que empezaban a publicar sus primeros libros y que tenían, además de la literatura, otros trabajos. Entre ellos estaba el cuentista Humberto Jarrín, quien fue profesor mío en la universidad, y la poetisa de Guapi Lucrecia Panchano.

Por esos días trabajaba en varios medios, así no me hubiera graduado. Escribía para el periódico El Giro de la universidad, en las tardes o en las vacaciones hacía notas para el noticiero CVN y editaba El Periódico del Sur, fundado por Esaúd Urrutia Noel. Esaúd no solo era uno de mis profesores de prensa, el que me enseñó los secretos del oficio en el día a día, sino que además había trabajado en El País y era amigo de Guido.

Un día Esaúd me dijo que tal vez le podría enviar artículos a Guido para publicarlos en El País. “Usted no sabe lo que agradece un editor tener un reportaje listo para publicar”. Yo me lo tomé muy en serio y no había semana en la que no propusiera alguna historia. Guido, tal vez para librarse de mí, no tenía otra opción que publicarlas.

Un domingo me hizo una invitación maravillosa: “Vení al periódico y montas tu artículo”. Esa tarde me presentó a quien años después sería mi editora en el equipo de Domingo, Merit Montiel. ‘La Seño’, con su vocación de maestra, me enseñó con paciencia cómo funciona el sistema editorial, el Shell, qué estilo darles a los títulos, al texto, a los pie de fotos, mientras yo confirmaba que el periodismo es mi lugar en el mundo.

Al otro día compré varias de las ediciones de El País de ese lunes 25 de septiembre de 2006 y guardé en el legajador azul copias del artículo, un perfil de Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo, a propósito de los 30 años de su muerte.

Un año después ya trabajaba para la sección Revistas, también, gracias a Guido. Había una vacante, y él me recomendó. La prueba consistía en escribir dos artículos. Uno de ellos fue una entrevista al escritor mexicano Guillermo Arriaga, autor de los guiones de las películas ‘Amores Perros’, ‘21 gramos’ y ‘Babel’, a quien entrevisté en la Feria del Libro de Bogotá. Se publicó en la revista TV y Farándula del periódico el viernes 27 de abril de 2007 con el título ‘Guillermo Arriaga, un cazador que escribe’ y volví a hacer lo mismo: comprar varias ediciones para guardar el artículo en el legajador azul.

En la sección hacíamos, entre otras, Gaceta. Era el mejor lugar en el que podía estar un periodista. Teníamos tiempo para contar historias, y espacio para publicarlas. Con Catalina Villa como editora, Lucy Libreros, Ricardo Moncada, Roy Chávez, estábamos convencidos de que hacíamos la mejor revista cultural del mundo.

Una vez Cata me dijo algo que he cumplido a cabalidad. “¿Qué haces acá?”, me preguntó después de que llegara al periódico. El día anterior habíamos cerrado la primera edición del regreso de Gaceta. “Un reportero tiene que pasar más tiempo en la calle que en la redacción”. Yo pienso lo mismo.

Esta semana en la que he tratado de ordenar el montón de artículos que tengo guardados por ahí, en cajas y en bolsas, que corresponden a los publicados en mis otras etapas en el periódico, primero como periodista de Domingo, luego de la Unidad de Crónicas con ese maestro, Jorge Enrique Rojas, y ahora como editor de la Unidad, confirmé que con El País tengo una gran deuda. Es el lugar donde me han permitido hacer lo que amo, que es escribir historias, y además me pagan, lo que es un privilegio. Es algo que agradeceré toda la vida.

Por eso que el periódico continúe después de tres años difíciles de crisis económica es una gran noticia no solo para quienes continuamos en la redacción, sino para los periodistas que se preparan en las universidades de la región. Tienen garantizado un lugar para seguir narrando el país que nos tocó, dejar testimonio de nuestra época.