La frase es de Aristóteles: “Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad”. Y dentro de esa filosofía es preciso iniciar diciendo que el montaje de la escena en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que nos entregó el presidente Petro hace pocos días, al lado del Canciller y de la señora Sarabia -fuera de otros allegados-, no tenía más allá del impacto visual, ninguna otra trascendencia. Nada aporta como parte de un orden mundial. No es más que lo que los criminalistas conocemos como la “mise en scéne”, que solo induce, pero carece de otros valores. Solo fue un impacto visual y, por supuesto, un gasto. Lo sabe el gobierno y lo sabemos todos.
Sin duda alguna, se trata de descrestar, que esa es la palabra. Como está por lo demás descrestando -el gobierno- con un “gran acuerdo nacional”, pero con imposición de todo su bagaje por parte del gobierno.
Pero la pesadilla apenas comienza. El señor Olmedo López ha declarado, llamado por la Corte Suprema de Justicia, con pelos y señales y documentos, de qué manera se ha entrado a sobornar a una parte clave del Congreso, a base de contratos y dinero en efectivo. Esto ciertamente ya se sabía, pero no en detalle ni ante unos magistrados que no pueden obrar sino conforme a la ley y la lógica judicial. Y, ¿qué es lo que puede ocurrir?
Bueno, ciertamente es una pesadilla que cobija al señor Ministro de Hacienda y al anterior de Gobierno o Interior y a muchos más en relación con el manejo de las mayorías del Congreso. Y a pesar de que ninguno menciona directamente al presidente Petro, nadie puede desconocer que todo era una política del gobierno a la que no podía faltar la aquiescencia del jefe de Estado. Además, las reuniones eran en el propio palacio de San Carlos y en la sala del Consejo de Ministros, aunque Petro calculadamente no asistía.
Nunca se había visto tanta corrupción palpitante, viviente, galopante. Un Congreso permeado por el gobierno con lo peor que se pueda imaginar, que es la corrupción, el soborno y la disposición de los dineros del Estado. ¡Por Dios, por Dios!
Habrá, por supuesto, un examen crítico de las situaciones planteadas. La verdad se busca y se contrasta y la mentira -si es que la hubiera- termina demostrándose; y que sea lo que debe ser. La Corte, por supuesto, es experta en esos trámites y manejos.
Allí están los gravísimos relatos del señor Olmedo y el de su segundo hombre a bordo Sneyder Pinilla, y se torna imperativo que esta pesadilla se aclare, como lo hará sin duda alguna la Corte. Porque golpea en el punto que más repudia la sociedad colombiana que es en el desgreño y el latrocinio de los dineros públicos.
¿Qué va a pasar? Pareciera que nada bueno. Pero que sea la verdad, aunque dura y dolorosa, la que se imponga. Antes era costumbre decir por algunos políticos “Tapen, tapen”. Hoy ya debe decirse “muestren, muestren”.
Entre tanto, al señor Petro parece no importarle nada que no sea su hiperegolatría. Su colmo se encuentra cuando para exaltar a la Selección Colombia, la comparó en su virtud con aquellos de la Primera Línea que mataron, robaron e hicieron invivible la república.
Pero para él, Petro, estos eran los héroes que no alcanzó a ser él mismo. ¿Cuál acuerdo nacional, cuando para su hiperestesia del ego solo su vanidad cuenta? Es cosa de sicología. Oírlo echar un discurso en la ONU como si estuviera en la cocina de la Casa de Nariño descrestando calentanos. !Válgame Dios! Como anota la Biblia en el Eclisiastés, “Ah vanidad de vanidades. Todo es vanidad”.