Tengo 56 años, trabajo desde los 17, cuando comencé la universidad en Bogotá y hacía algunos oficios a tiempo parcial para ayudar con mi sostenimiento. A los 22, en 1989, tuve mi primer empleo formal como periodista, empecé a cotizar para pensión y a aportar en el sistema de salud.
Desde entonces, he estado por fuera de la seguridad social en un par de ocasiones, cuando me casé y nos fuimos del país por una beca que le otorgaron a quien entonces era mi esposo, y en algún intervalo en el que decidí dedicarme unos meses a mis hijos pequeños. Hace ya tiempo completé el número de semanas cotizadas que exige la ley para acceder a la pensión y me falta poco menos de doce meses para cumplir la edad obligatoria.
Si bien durante algunos años tuve medicina prepagada, hoy solo cuento con el servicio de la EPS a la que estoy afiliada hace más de 20 años y pago un plan complementario mensual de $38.000 que me da como beneficio extra poder acceder a diez especialidades médicas de manera directa. ¡Ah!, además soy prediabética e hipertensa, enfermedades por las que me atienden en el Programa de Prevención de Riesgo Cardiovascular y que por fortuna tengo bien controladas.
Este resumen personal es para contarles que, al igual que quienes tienen más de 50 años, me tocó vivir los dos regímenes, el anterior a la ley 100 del 93 y el actual. Y me quedo con el de ahora.
Cualquier reforma que se haga al sistema pensional es improbable que me afecte. Lo que no deja de preocuparme es que dependiendo de cómo plantee el actual gobierno los cambios a ese régimen, el dinero que he ahorrado durante casi toda mi vida adulta se puede poner en riesgo.
Tan importante como garantizar que la gran mayoría de los colombianos tengan derecho a esa mesada al final de sus vidas -lo que se logra en buena parte brindado las condiciones para que quienes estén en la informalidad se regulen-, es que no se ponga bajo amenaza el ahorro de quienes ya gozan de su jubilación o de los que empezaremos a recibirla pronto, porque bastante nos la hemos sudado para que así sea.
Ahora, mi preocupación principal está en la reforma a la salud. Las fallas del actual sistema son visibles, hay lugares del país donde la prestación del servicio es precaria o no existe y hay EPS que son perversas, retrasan los procesos, hay que entutelarlas y aún así no cumplen con los fallos.
A esas, hay que acabarlas o meterlas en cintura, mientras que es el Estado el que tiene la obligación de llegar a todo el territorio nacional, a través de entidades privadas o con la red de salud pública. Lo de las deudas billonarias, hay qué preguntarle al gobierno cuánta de esa plata se ha embolatado o retrasado en sus propias arcas.
Para los jóvenes que aplauden la posibilidad de que el sistema regrese por completo a manos del Estado, les cuento que a los cincuentones y de ahí para arriba, nos tocó padecer lo que había antes. Solo los trabajadores tenían derecho al servicio de salud, conseguir una cita llevaba meses, las medicinas las tenía que comprar uno y así. Ni cónyuges, ni hijos, ni padres dependientes entraban en ese régimen. El actual no sólo cobija al círculo familiar inmediato; con el régimen subsidiado se atiende a la población más pobre y vulnerable.
En mi caso, consigo las citas en menos de una semana, las pido por la página web y por estar en el programa de prevención las consultas por mis enfermedades preexistentes no tienen costo. Lo mismo pasa con las medicinas que me recetan para ellas.
Mi EPS es privada, la que atiende a mi padre de 92 años, pensionado, es la Nueva EPS. Con las dos nos va muy bien. ¿Para qué cambiar lo que sí funciona? ¿Por qué no se interviene solo lo que está mal? Ni negro ni blanco, que el actual gobierno acepte que hay matices, colores, brillantes, luces. Y que trabaje sobre las sombras. Hacer el cambio no significa destruir; es edificar sobre las bases robustas que existen.
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Coletilla. El País es mi casa desde hace 30 años, con un par de idas y venidas, pero siempre mi casa. Por ello me alegra tanto que hoy tenga futuro, que continúe con su misión, para bien de Cali, el Valle y Colombia. Gracias, María Elvira, y gracias a esta gran familia que resistió unida en tiempos difíciles.