No pensé que fuera tan difícil encontrar las cosas buenas que deja este 2022. Para escribir esta columna me pasé horas pensando, escarbando, desechando y tuve la intención de darme por vencida. Cómo la derrota no va con mi carácter, persistí y al fin descubrí que es más lo positivo, aunque a veces permitamos que las sombras lo cubran.
La ciudad: entre los escándalos por presuntas irregularidades en la contratación pública, la decadencia del MÍO que puede desaparecer (¿será lo que quieren los socios de Metrocali, incluidos los gobiernos Nacional y municipal?), las calles vueltas nada, la inseguridad que no cede y el espíritu caleño en decadencia, me quedo con la apuesta cultural de la capital del Valle.
En este año del ‘renacimiento’, luego de los dos anteriores signados por la pandemia y la virtualidad, celebro los encuentros literarios como el ‘Oiga Mire Lea’ y la Feria Internacional del Libro de Cali. Dos mujeres, periodistas y con quienes tuve la fortuna de compartir oficio en este, nuestro diario, estuvieron al frente de esos esfuerzos titánicos que se realizaron con éxito. Gracias, Catalina Villa y Paola Guevara.
El Festival Internacional de Ballet, el de Cine, el Petronio, los eventos del Museo La Tertulia, los artistas que llenaron de nuevo escenarios, las salas de teatro local que trabajan con las uñas pero no desfallecen, apuestas espectaculares como Delirio y Ensálsate, o la Salsa con sus escuelas caleñas que son referente en el mundo, todos -y los que me faltaron- se merecen aplausos.
El Valle: las obras inconclusas de infraestructura, las promesas incumplidas de la Nación, el abandono de Buenaventura, la violencia que no cesa y, al igual que en Cali, los señalamientos a la contratación en algunas entidades departamentales, no le quitan mérito a las cosas buenas que se hicieron este año en la comarca.
Los pueblos mágicos, y el turismo, lo mejor. En mi corazón siempre llevo a Roldanillo porque pasé los últimos años de colegio ahí y tengo a los mejores amigos del mundo; uno de ellos es hoy el Secretario de Turismo municipal y ha realizado una labor única que se le debe reconocer. Volví en este 2022 luego de algunos años y lo encontré remozado, bello, alegre y, como siempre, recibiendo con los brazos abiertos a quienes lo visitamos. Pronto nos veremos de nuevo, Roldanillo de mi alma.
Fui también a Ginebra, a donde siempre regreso encantada por la música y su comida ancestral; y aunque me faltó pasarme por Sevilla, conozco bien la belleza de nuestro balcón natural. El trabajo adelantado para convertirlos en Pueblos Mágicos da sus frutos. Como los da el empeño de convertir a nuestro Valle en epicentro turístico del país, como lo reflejan los 4,5 millones de visitantes que han pasado por estas tierras en el 2022, una cifra récord.
Tenemos todo para estar en el primer lugar: playas, montañas, reservas naturales que se están recuperando y conservando, buena comida, la mejor infraestructura hotelera, historia, oferta cultural y una alegría sin límites. Con todo esto tan bueno, me quedo hoy.
Colombia: el 2022 fue tiempo de cambios, de incertidumbres, de temores, que aún no se despejan. Seguimos con viejas heridas en el alma sin sanar y con otras que aparecen nuevas y duelen muchísimo. La corrupción es el peor enemigo, el más difícil de derrotar, el que más le cuesta a la Nación porque significa que por su culpa las oportunidades de un presente y un futuro mejor no llegan o se escapan. A pesar de ello, y por encima de todo, me quedo con su gente, que tiene la capacidad de levantarse del fango, limpiarse, seguir adelante y ponerse la sonrisa en la cara. Resiliencia que llaman.
Mientras sean más los colombianos justos, los que se la luchan a diario, los que creen a pesar de las adversidades, aquellos que respetan al otro y se detienen a ayudarlo, estamos salvados. Con ellos, con los buenos, me quedo.
Que el 2023 sea más positivo, que usted y los suyos estén bien y mejor, y ojalá que al final del año crezca hasta el infinito la lista de las cosas buenas con las que nos quedemos en nuestro país.
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