Como si fuera camino al calvario, cargando la pesada cruz, tropezando, con gente hurgándole las heridas y sometido al escarnio público. Así debió sentirse el presidente Gustavo Petro la semana anterior, una de pasión para él y su gobierno.

Comenzó con la decisión previsible de reorganizar el gabinete luego de filtrarse la carta en la que tres de sus ministros manifestaron sus discrepancias con el proyecto de reforma a la salud que se tramita en el Congreso. Alguno tenía que irse y el nombre estaba cantado porque era el menos cercano a sus afectos, el que no contaba con respaldo político y el que había llevado más para congratularse con esa mitad del país que no votó por él.

Sí, la caída de Alejandro Gaviria, ministro de Educación, era cuestión de días. Las que no estaban en las cuentas de un posible revolcón eran las ministras de Cultura y Deporte. Y aunque Petro tendría sus razones -políticas o estratégicas- para tomar la decisión, se vio feo que ellas se enteraran durante la alocución presidencial.

Hay formas y maneras de hacer las cosas, más cuando afectan a personas que en teoría son de confianza. Claro que Urrutia firmando cientos de contratos después de su despido no tiene la mínima presentación y deja entrever que en el fondo Petro tenía razones para sacarla.

Al final ese resultó el evento menos trascendente de los que sucedieron en esa semana de pasión. Más duros fueron los golpes propinados por el Consejo de Estado al suspender como medida cautelar el decreto que habilitaba al Mandatario para regular los servicios públicos y establecer las tarifas, y la Corte Constitucional al prevenir que la reforma a la salud se debe tramitar como ley estatutaria para que no corra el riesgo de ser tumbada después.

Ese mismo día estalló la bomba: un comunicado del Mandatario pidiendo a la Fiscalía General de la Nación investigar a su hermano Juan Fernando Petro y a su hijo Nicolás Petro Burgos prendió las alarmas. Lo del primero se veía venir e incluso estaba demorado porque ya se habían revelado denuncias que lo comprometían con ofrecimientos a criminales para incluirlos en la política de paz total.

La sorpresa por lo del segundo se despejó minutos después, cuando la revista Semana publicó la reveladora entrevista con la exesposa de Petro Burgos en la que asegura que él recibió a nombre de la campaña de su papá dineros de personajes de dudosa reputación, que se apropió de ellos para enriquecimiento propio y que además en estos meses del gobierno se reunió con varios ministros para gestionar cupos laborales. Eso sí, Day Vásquez, la dolida ex, fue categórica al afirmar que Gustavo Petro no sabía nada hasta cuando ella le contó hace un mes todo en una reunión en Casa de Nariño.

Se le abona al presidente su decisión de pedir que investiguen a sus familiares, así el comunicado llegara tarde, cuando el escándalo le iba a explotar de frente.

El remate de la semana de pasión fue el secuestro y humillación de 79 policías así como el asesinato de uno de ellos en San Vicente del Caguán. Deja mal parado al gobierno que su Ministro del Interior haya minimizado los hechos, asegurara que lo que hizo la guardia campesina en su protesta contra una petrolera fue un “cercano humanitario para salvaguardar la vida de los integrantes de la Fuerza Pública” y calificara como retención lo sucedido.

Con justa razón la opinión pública ha criticado al Gobierno Nacional por ello y también por no enviar el apoyo por el que clamaban los uniformados que se vieron superados en número y en capacidad de reacción. Los dejaron solos, a su suerte y por eso duele más el crimen contra el subintendente Ricardo Arley Monroy. La moral de las tropas debe estar por el piso y eso un riesgo para la estabilidad nacional.

Menos mal se terminó esa mala semana para Gustavo Petro, lo que no quiere decir que las heridas propiciadas y las llagas abiertas se le cierren pronto.