Era viernes, dos de la madrugada, del 16 de octubre de 1914 cuando Rafael Uribe Uribe expiró. Las heridas a golpe de hacha propinadas por Jesús Carvajal y Leovigildo Galarza eran necesariamente mortales. Con el tiempo, la emboscada que le tendieron el día anterior sobre la carrera 7a, costado oriental del Capitolio, daría lugar a una placa, lo único que queda del General y de su ideario.
Era viernes, una y cinco de la tarde del 9 de abril del 48, en el momento en que Jorge Eliécer Gaitán cayó herido de muerte casi frente a la puerta del edificio Agustín Nieto Caballero. Juan Roa Sierra había martillado un desvencijado revólver 32 corto marca Lechuza al menos tres veces sobre la humanidad del caudillo. Comenzaba el fin del gaitanismo.
Era viernes 18 de agosto de 1989 el día en que en la plaza principal de Soacha “mataron la esperanza”. Luis Carlos Galán Sarmiento caía asesinado por Jaime Rueda Rocha y Henry de Jesús Pérez, autores materiales de un siniestro plan elaborado por un monstruo de tantas cabezas como tentáculos. Casi de inmediato, El Nuevo Liberalismo empezó a dejar de existir.
Y era viernes, muy de mañana, en esa Bogotá a medio despertar del 13 de agosto de 1999 en que desde una motocicleta hicieron blanco en Jaime Garzón para apagar su risa y la de un país.
Viernes, una casualidad que de hecho lo es. No, en cambio, la impunidad como manto. Impunidad que más bien sabe a consigna.
Impunidad en el caso Uribe Uribe. Como dijo Gil Blas, el irreverente periódico de la época, apenas dos meses después del hecho: “Alrededor de este crimen no se ha podido hacer luz, porque quizá no conviene a los intereses políticos de los que fraguaron en la sombra el plan y lo llevaron a la práctica. El país va convenciéndose ya de que los verdaderos culpables son hombres astutos e inteligentes, que meditaron mucho este crimen verdaderamente científico, del cual no quedará rastro alguno”.
Impunidad en el del Gaitán, asunto sobre el que se han elaborado centenares de hipótesis que suelen terminar casi siempre en que Roa Sierra fue un desquiciado mental que actuó a cuenta y riesgo propios. La mejor pista la dio el propio Roa antes de ser linchado, cuando respondió a Elías Quesada, dependiente de la Droguería Granada, sobre si había alguien detrás de la atrocidad que acababa de cometer: "ay señor, cosas poderosas que no le puedo decir".
Impunidad en lo de Jaime Garzón, en donde a cada respuesta le siguen apareciendo nuevos interrogantes que tropiezan con instancias muy poderosas de la época, interesadas en desviar el curso de las investigaciones.
E impunidad, cómo no, en ese hecho que nos sobrecogió ayer hace 30 años y que es razón de esta galería del absurdo: el asesinato de Luis Carlos Galán Sarmiento, sobre el que aún falta mucho por decir.
Por ejemplo, a dónde fue a parar una de las posibles armas utilizadas en el crimen, si nos atenemos al testimonio de un colega, José Herchel Ruiz, reportero gráfico. Ruiz era el fotógrafo de la campaña y suyas son impactantes imágenes del atentado. En medio de los disparos y de la oscuridad que sucedieron al ataque de los sicarios, él tropezó con un objeto que resultó ser una metralleta “que, así me lo contó varias veces, aún estaba caliente cuando la cogí”.
Lo único que a José se le ocurrió fue entregarla a un hombre de la Policía, y hasta el sol de hoy... Una de las tantas piezas sueltas que siguen siendo eso en el capítulo Galán, y en los de Uribe Uribe, Gaitán, Garzón y tantos otros inmolados que pagaron en este país el precio por pensar diferente y atreverse a decirlo. Muertos en vano y luego víctimas de ese empeño tan nuestro por matar también la memoria.
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