Resulta muy fácil atribuir la exhibición de simbología nazi protagonizada por alumnos de la Escuela de Policía ‘Simón Bolívar’ de Tuluá a ‘un error’ o a la simple ‘torpeza’ de unos muchachos que decidieron armar una coreografía que les salió cara. No solo a ellos sino a nosotros, como sociedad.
Esto - tan circense como aberrante - tiene muchas caras. Comencemos por saber de qué se trataba. Según un antiguo instructor de la Escuela, citado por diario El Espectador, la actividad forma parte de un programa académico en el que estudian jóvenes que aspiran a ser patrulleros y que tiene relación con la internacionalización de la Policía. “Busca hacer un paralelo de semejanzas y diferencias entre los cuerpos de policía de las naciones escogidas para que los alumnos entiendan cómo funciona su trabajo en el resto del mundo”, dijo la fuente a ese periódico.
Esta vez eligieron Alemania y vino lo que sucedió: la personificación por parte de los estudiantes del momento en que esa nación vivía bajo el yugo del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, mejor conocido como Partido Nazi. Sin contexto alguno, los estudiantes se dejaron ver con uniformes, esvásticas, perros guardianes y hasta bigotitos tipo Adolf.
Todo, en un recinto destinado a formar a nuestros futuros policías.
Si eso no es grave, ¿entonces qué es grave? Lo digo porque hay quienes han dicho: ‘pero si no es para tanto’. ¿Acaso, pregunto, son gratuitas las vehementes reacciones de gobiernos como los de Israel, Alemania y Estados Unidos? No podía ser menos. Estamos ante una exaltación de quienes, junto con la Italia fascista y el apoyo del exacerbado nacionalismo japonés, llevaron al mundo a la Segunda Guerra Mundial, que costó más de 55 millones de muertos.
¿Es probable que los muchachos de la Escuela desconocieran eso que hizo el nazismo y sus terribles consecuencias, más allá de haber visto una película o una serie de televisión sobre el tema? ¿Son los nazis, Adolfo Hitler, el antisemitismo, el Holocausto judío, los campos de exterminio, forzados y de concentración, más la Segunda Guerra en sí, un asunto desconocido para la mayoría de los colombianos?
Sí así es, pues nos jodimos para siempre. Tal desconocimiento, tal ignorancia, lo que pone en discusión es todo un modelo educativo, el nuestro.
Esa es una parte del problema. La otra, no menos delicada, está en la Escuela de Policía. ¿Cómo es que un caso de tales proporciones sucedió sin que el director de la Escuela, teniente coronel Jorge Ferney Bayona Sánchez, le pusiera freno? ¿Por qué no lo atajó quien, como él, tiene un doctorado en estudios políticos, además de certificaciones en cursos sobre paz, seguridad pública, sistema penal acusatorio y gestión integral?
Aquí hay un dato que no se puede pasar por alto. El mismo profesor que habló con El Espectador dice que el oficial (Bayona) “estuvo mal asesorado”. ¿Por quién o por quiénes, y con qué intenciones?
Porque en el pasado reciente, y solo para citar como antecedente, la Universidad Militar Nueva Granada invitó en Bogotá a dar charlas a un tal Alexis López, autor de la teoría sobre ‘la revolución molecular disipada’, eso que luego generó gran debate. En lo que no nos detuvimos suficientemente entonces es que el mismo López organizó en 2017 en Chile el I Encuentro Ideológico Internacional de Nacionalidad y Socialismo, “una suerte de convención neonazi encabezada por el grupo político de ultraderecha que ayudó a fundar: el Movimiento Patria Nueva Sociedad”, según El Tiempo de Bogotá.
Mejor que sea la Procuraduría General de la Nación la que nos diga, qué pasó y quiénes deben responder. No solo hacia abajo del rango de Bayona, sino de ahí para arriba. Porque esto es todo lo que quieran menos una anécdota o un simple escándalo que no se arregla con un par de destituciones o de llamados a calificar servicios.
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