Absurda la determinación del Concejo de Bogotá de prohibir espectáculos taurinos en la Plaza de Toros de Santamaría, Plaza que es y será siempre eso, una de Toros, por más que quieran cambiarle su destinación o ponerle otro nombre. Olvidan que la historia no se borra a punta de plumazos ni de concejaladas.
Sí, porque eso es lo que acaba de pasar, una concejalada, un microgolpe a la Constitución, chambón hasta más no poder, aparte de jugada abusiva e indigna de quienes tienen obligación de defender los derechos de las minorías. Ya había pasado con Gustavo Petro hace unos años, en una de sus tantas alcaldadas, cuando mantuvo cerrada La Santamaría porque, como acostumbra, le vino en gana.
Y eso sí es lo preocupante: que en este país, donde violar la Constitución es un deporte nacional, las argucias le puedan a la legalidad y terminemos echados de una fiesta popular. No exactamente porque ganaron con argumentos, sino porque quieren asfixiarla a punta de impuestos desaforados y otras cargas, a las que se suma lo más grave: dar supuesto permiso de que se den corridas de toros con la pequeña diferencia de que se prohíbe que sean eso mismo, corridas de toros, sino lo que ellos creen que deben ser. Asunto además del que no saben y tampoco vale la pena ponerse a explicarles.
Igual sería perder tiempo ponerlos en contexto. ¿A quién de ellos les pueden interesar hoy Goya, Bizet, Lorca, Pérez de Ayala, Picasso, Hemingway, García Márquez, Botero, Vargas Llosa, Savater o Caballero? Y eso para no hablar del toro bravo, del que jamás han querido ver uno que no sea en el plato.
Mejor, me siento a esperar a que salga el toro (que va a volver a salir). Lo que sí me pregunto es en qué andan Bogotá y sus administradores. Digo, porque así como tienen tiempo para meter las manos por la debajo de la mesa para llevar un entuerto como este a donde pretenden, tendrán ya solución para tantos problemas que hoy vive mi ciudad.
¿Cuáles son las políticas concretas para evitar que el 72% del comercio de la ciudad (y hablo en especial de los medianos y pequeños negocios) logre escapar a la quiebra y a la desaparición, con todas las consecuencias que eso acarrea para miles de familias?
¿Y de qué manera se trabaja en un tema tan delicado como es la salud mental que deja ya, resultado de la cuarentena, efectos muy preocupantes?
¿Por qué terminaron los contratos de personal médico acusados de hacer una coreografía durante una pausa activa de sus labores y en cambio sostienen a una alta dignataria de la actual administración (Jefe de la Oficina de Asuntos Disciplinarios) a quien se le perdona maltratar a sus subalternos. Porque quien la suspendió provisionalmente por tres meses fue la Procuraduría General y no sus superiores inmediatos, léase Alcaldesa y Secretario de Gobierno. La señora aplastaba a quienes trabajaban con ella. Y quién sabe si lo seguirá haciendo, una vez se reintegre. ¿Cómo? Tal cual lo denunció una de las afectadas, a quien le tiró por la cara esta perla: “A mi no me importa si sus hijitos malpariditos se enferman”. Esa es apenas la cuota inicial.
Además, ¿les importan acaso, a la Alcaldía y al Concejo, la suerte de los desalojados estrato cero del sector Altos de la Estancia? ¿De verdad? ¿Qué pasó con ellos?
Me parece que más bien andan modo antitaurino. Y no gratis. Saben bien por qué lo hacen: no para defender al toro, que en realidad no les importa, sino para ganar elecciones y, luego, recuperar popularidad en las encuestas cuando se ponen a la baja. Siempre les funciona. ¿O no, Luis Ernesto?
Todo esto me lleva a concluir que, muy a su pesar, la fiesta de los toros es muy importante. Tanto, como para seguir existiendo. Así que, como siempre durante los últimos noventa años: ¡Nos vemos en La Santamaría!
Sigue en Twitter @VictorDiusabaR