Le esperan a Gustavo Petro cuatro años de gobierno, quién sabe si los más difíciles de cuantos períodos han tenido por delante sus antecesores.

Para comenzar, un camino así, culebrero y sin señalización, es consecuencia de los pésimos cuatro años de Iván Duque, su principal elector.

Herencias como la olla raspada y una nación sumida en la institucionalidad más débil en muchos años, harán más complicadas las cosas. No se incurre en tantos desaciertos y no se gobierna a punta de solo amiguismo, tal cual lo hizo Duque, sin dejar altos costos.

Aunque hablamos apenas de una parte de todo lo que espera por Petro.
Serán duros años por delante. Con el ambiente más enrarecido que uno pueda suponer, quizás también sin casos similares en la historia reciente de este país.

En una esquina aguardan los opositores, deseosos de su fracaso. En la otra, gentes con expectativas desbordadas sobre lo que él pueda hacer a su favor. Expectativas que el propio Petro se encargó de vender barato en el mercado del promeserismo electoral.

Y no sé qué sea peor entre lo uno y lo otro. Si el aborrecimiento de los unos, incluso hasta el punto de correr el riesgo del hundimiento propio con tal de verlo fracasar. O el amor ciego de los otros, sus adoradores, dispuestos ellos a poner todos los huevos y las ilusiones en la canasta del Pacto Histórico. Al final, a quien le pedirán cuentas es a Gustavo Petro y a nadie más.

Los pactos, Petro lo sabe bien, como alianzas políticas que son, se evaporan fácil y en cualquier momento. Y el respaldo en las urnas da el poder, pero a medida que pasa el tiempo eso cambia a exigencia, sin que medie a favor del gobernante tipo alguno de plazos. Es un capital volátil, tanto como el de las alianzas.

Cumplir a sus electores, y al país entero, mientras mantiene junta y revuelta a la variopinta clase política que tarde y temprano se le unió, será la tarea del equilibrista desde el primer día y hasta el último de su mandato.

Bastante jodido mantener tantas bolas en el aire al mismo tiempo. Entre otras, porque si el Pacto va a ser esto que pinta de entrada, las mentadas mayorías serán bastante relativas y muy discutible su credibilidad de cara a la opinión pública.

Aparte de que para navegar en las aguas bravas que se vienen, urge una tripulación de primera, tanto en el gabinete como en el acompañamiento desde el Congreso.

Esta última, en Senado y Cámara, pareciera estar hecha de marineros poco diestros, más interesados en ‘likes’ que en cumplir con su deber. Y entre los avezados hay algunos no confiables, menos en el manejo de lo público. ¿Saltarán del barco cuando cambien los vientos? Ya veremos.

Ahí, en esas permanentes circunstancias del desafío diario es donde debe aparecer el estadista, yo preferiría mejor llamar el componedor.
¿Lo es Petro? Pregunto: ¿Es él un componedor por naturaleza? Los antecedentes en la Alcaldía de Bogotá no apuntan exactamente en ese sentido. Mi abuela decía que vaca vieja no olvida el portillo, pero nunca es tarde para intentarlo. Ojalá lo haga.

Porque, le digo a Petro, si no aparece ese hombre dispuesto a escuchar, no solo a los suyos sino a quienes no estamos ni estuvimos en sus filas - ni en las de ningún otro, como es mi caso -, existe el riesgo de que salte el caudillo. Y con él, todo lo malo que trae el autoritarismo.

Este país, presidente Petro, necesita quién componga antes que quién imponga. Hágalo bien, por el bien de todos. Así como hizo bien al dejar las armas y elegir este camino, el de la democracia, a la que usted le debe lo que hoy es: presidente de todos los colombianos. No lo olvide, de todos los colombianos.