Por fuerza de las circunstancias, como tantos otros sectores de la economía, peluqueros, barberos, manicuristas, pedicuristas, esteticistas y demás integrantes de ese gremio han pasado de indispensables a irrelevantes.
Hace días que no sabemos de ellos. Ni sobre qué están haciendo para ganarse unos pesos, más aún cuando ahora sus oficios cargan encima un prejuicio: el distanciamiento social, lo que en su caso y a la hora de trabajar resulta un imposible físico. Como tampoco parecen figurar en las cuentas de algún programa público o privado de los puestos en marcha en la emergencia actual.
David, tiene 51 años y lleva 30 años cortando pelo. Le sobra la clientela con la que ajusta entre millón y medio y dos millones de pesos al mes. Gana para vivir al lado de su mamá, su esposa y dos hijos. “O ganaba, dice, porque no hay a quién atender y se acabaron los ahorros. Me prestaron algo para pagar el arriendo del local (500 mil pesos) porque eso no da espera. Ahora el afán es la comida para los días que vienen”.
Diana arregla uñas en un pequeño espacio que antecede a la trastienda donde vive en la misma ciudad. Hoy está en el municipio de Trujillo, al lado de su padre, donde ha ido a cuidar de él y a soportar el chaparrón.
No hablamos de un pequeño universo. Veo en un artículo, a finales de 2018, del diario económico La República que el negocio de las peluquerías y salones de belleza mueve más de 300 mil millones de pesos al año, con un crecimiento para este 2020 que apuntaba a un 15%.
Son unos 35 mil establecimientos (podrían ser muchos más), dice la nota, que en un 80% pertenecen a un único dueño. El mismo (a) que corta, despunta, lima, pinta, arregla, baña y enjuaga, antes de cobrar los entre 8 y 25 mil, pesos. Para luego limpiar y barrer en segundos, antes de poner a girar de nuevo su mundo infinito hecho de cabezas, manos, pies y músculos, Eso sin contar el papel que ellos hacen de paño de lágrimas.
¿Cómo serían los barrios sin peluquerías? Claro está, hay salones y barberías de élite, pero qué duda cabe de que todos están hoy en el suelo.
La semana pasada, en una de sus intervenciones diarias en la televisión, el Gobierno Nacional hizo una propuesta que retomo en este espacio:¿Por qué no cada uno de nosotros, como usuarios que somos y, además, viejos conocidos de ellos les adelantamos el dinero -a peluqueros, barberos, manicuristas y pedicuristas, esteticistas y demás- de nuestras próximas citas?
También podemos pedir medidas inmediatas del Estado para ellos que, con toda seguridad, se refundirán en medio de una agenda inmanejable.
Claro está, antes, valen todos los gestos de solidaridad a cambio de nada.
Pero en caso de que esta otra la idea le parezca acertada, pues ya dirá usted si puede adelantar el pago de uno, o más bien dos cortes o quizás tres. En muchos casos eso significará, para ellos y sus familias, tener cómo alimentarse y suplir otras necesidades básicas. Sugiero que alguien que sepa manejar el tema, cree un hashtag que bien podría llamarse #yoadelantomipeluqueada, a ver si la gente se anima a colaborar, si tiene con qué.
Eso sí, una vez que salgamos de esto, ahí hay uno más de esos tantos sectores de nuestra vida nacional que no pueden seguir existiendo así, al vaivén de los acontecimientos, sin garantía diferente a echarse la bendición cuando abren sus tiendas y volvérsela a echar al cierre, a la espera que no les caiga encima una bomba como esta que padecemos.
Porque lo del respeto de sus derechos no es ni azar ni se le puede delegar a la Providencia. Es pura política social e incluyente para esos colombianos que hacen grande al país con sus sabios quehaceres y que no cuentan sino a la hora de los impuestos... y de las elecciones.
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