Me alegra el retiro de Joan Manuel Serrat. Sí, me alegro de que se vaya a descansar a los 77 años, todo un acto de soberanía y de independencia. Un gesto a lo Serrat y a lo que ha querido ser este hombre que nos ha llevado de la mano y de su voz por años sin que pase de moda, precisamente porque Serrat no es una moda.
Soy de Serrat, tanto como de su compadre Joaquín Sabina. Y si no muero antes, voy a llorar mucho por los dos -como ahora lloro a Almudena Grandes, que se nos ha ido muy pronto- cuando ellos también se retiren de verdad, que lejano ande ese día. Tan lejano como ese otro en que alguna generación olvide entonar en manada ‘Mediterraneo’, ‘Cantares’ y todas las demás, entre anocheceres y amaneceres, mientras nos sentimos tan felices como inconformes.
Por los años, soy del viejo Serrat. De ese al que íbamos a oír en un auditorio de universidad con entrada casi libre y segura salida con el corazón encendido. El Serrat de hoy, de conciertos con papel agotado en las taquillas, siguió sonando igual, incluso mejor. Al fin y al cabo, como él lo ha dicho siempre, y como se lo heredó al inmenso Antonio Machado, todo pasa y todo queda.
Qué vaina, sin quererlo, esto parecería ser un obituario y pues está claro que no lo es. Son nada más que unas líneas de duelo por quien decide ahora callar a voluntad. Lo que no es cualquier cosa. Porque a Serrat, como a tantos otros de su generación, los quisieron silenciar. Como ya lo habían hecho con sus padres y sus abuelos, en esos 40 años de dictadura franquista que padecieron como millares más. Algunos fusilados y otros peor que eso: muertos en vida por el solo hecho de tener un color político o ser nada más que hijos de algún opositor. Ese mismo franquismo que hoy algunos intentan refundar, aquí y allá.
Serrat será siempre símbolo de libertad y de resistencia. Como jamás dejará de ser el hijo de Ángeles, esa mujer que nació en Belchite, pueblo escenario de una batalla que terminó convertida en dramático símbolo de la Guerra Civil porque, al final, nadie la ganó y todos la perdieron.
Otra cosa es que torciendo la historia se quiso hacer de ella un mito.
Y es que allí, en Belchite, no solo nació su madre sino su razón de ser para cantar. Porque a Ángeles, tal cual se lo contó Joan Manuel a Juan Cruz, el periodista: “Se (le) muere el novio antes de la boda; sale del pueblo para trabajar en Barcelona; estalla la guerra cuando está en Barcelona; fusilan a su padre y a su madre; 30 miembros de su familia son ejecutados, asesinados en el pueblo; ella se dedica durante la guerra a recoger niños y a viajar con ellos por toda España, de arriba abajo; vuelve a Barcelona; se casa con mi padre; vive la tragedia de todos los años de la posguerra, la escasez, el miedo, la persecución”.
Larga vida a Serrat, que no es un póster. Muchos más fecundos años al poeta que encontró eco y pasión desbordada en esta que no es su tierra, pero terminó siéndolo. Aquí, por siempre, estará tu casa.
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Sobrero: El descarado amaño en el partido entre Llaneros y Unión Magdalena no debería sorprendernos. Sumen: cúpula dirigencial involucrada en el torcido aquel de la reventa de boletas; un expresidente de la Federación, reo de la justicia americana, a la espera de que cante y de juicio; acuerdos bajo la mesa de, al menos, 16 clubes para violar los derechos laborales y humanos de jugadores a los que castigan por exigir que cumplan con las obligaciones contraídas; dirigentes que ejercen cual reyezuelos en sus instituciones; barras bravas que tienen recursos -que se sospecha de dónde vienen- para llevar su violencia de ciudad en ciudad; extrañas decisiones de eso que llaman VAR y que no parecen ser simples errores de apreciación; campeonatos patrocinados por una casa de apuestas; coimas de un mercado negro a las que se ven obligados jugadores que quieren actuar. Eso y más. ¿Y el Estado? Ausente, como si tanto fuese poco.
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