El cuestionado arbitraje en el último partido entre América de Cali y Envigado es el escándalo más reciente que envuelve al fútbol colombiano, pero no el único. Como si la historia de hace algunas décadas se repitiera, regresan las denuncias sobre apuestas ilegales, juegos amañados, corrupción que salpica a árbitros o alteración de documentos de identidad de los deportistas. Es la oscuridad que envuelve al balompié nacional y obliga a pedir investigaciones y transparencia.
La caja de Pandora parece haberse destapado de nuevo. Ahora emergen las múltiples irregularidades que se estarían presentando en el deporte nacional que más atrae aficionados y mayores pasiones despierta. Lo del juego entre el equipo de Antioquia y el onceno caleño fue vergonzoso: un penalti que sí existió y se anuló, y otro al final del encuentro que no sucedió pero sí se pitó y le dio la victoria al anfitrión. Las dudas han planeado sobre los árbitros del partido tanto como hacia el VAR, que no estaría siendo confiable.
Días antes, un futbolista del Atlético Bucaramanga fue requerido por las autoridades, cuando entrenaba para un partido en la capital del Valle, por presunta suplantación de identidad. Se tiene información sobre otros dos casos similares que estarían siendo materia de investigación en clubes diferentes. Como si lo anterior no fuera de por sí grave, se vuelve a hablar de jugadores, entrenadores, directivos y jueces implicados en asuntos de apuestas, lo que lleva a la manipulación de partidos. Y otra vez se denuncian amenazas contra técnicos y futbolistas.
La palabra que resume todo ese mal que agobia al fútbol colombiano es ambición, por eso es que muchos se venden o realizan prácticas que desconocen los criterios del respeto y la sana competencia, la única que debería salir a relucir en la cancha de juego. Si bien las denuncias no son, en su mayoría, novedosas, no deja de sorprender el descubrimiento de casos que pisotean la ética del deporte.
Frente a tantos casos que se conocen casi a diario, el silencio no puede ser el que se imponga. La Federación Colombiana de Fútbol, la Dimayor, la Comisión Arbitral, los mismos equipos con sus directivas y, por supuesto, la Justicia colombiana tienen la obligación de actuar sobre lo que está sucediendo.
El fútbol profesional no puede regresar a las épocas aciagas en las que estaba cooptado por las mafias. Tampoco a los años en los que se compraban y vendían partidos o se asesinaban jugadores porque los resultados eran adversos o se negaban a hacer parte de ese entramado ilegal. En juego está la credibilidad del deporte de masas, que debería dar ejemplo de juego limpio, de honor, de responsabilidad y entrega.
Cuando el deporte se pone al servicio de los apostadores, de quienes han montado a su alrededor unas industrias ilegales y mentirosas, de los violentos y de la ambición desmedida, se pierde la esencia de lo que debería ser. La transparencia y la ética deben rescatarse en el fútbol colombiano, para que la credibilidad y la tranquilidad prevalezcan.