Mientras se acerca la celebración de la novena Cumbre de las Américas en Los Ángeles, crecen las dudas sobre la asistencia que tendrá. Y todo indica que el propósito de unión entre los países del continente se resquebraja con el pasar del tiempo.
Creada en 1994 a instancias de Bill Clinton, entonces presidente de los Estados Unidos, la cumbre es un foro que reúne a los líderes de Norte, Centro y Suramérica para crear espacios que permitan la unión y el acuerdo sobre propósitos comunes. A partir de entonces, y cada tres años, la cita produce la movilización de gobiernos, instituciones y sectores privados para dialogar sobre el futuro común que deberían construir los integrantes del que fue llamado el Nuevo Mundo en los siglos XV y XIV.
No obstante su importancia, ese escenario no ha sido lo productivo que se esperaba. Las razones empiezan por las enormes diferencias de carácter social, económico y político entre sus integrantes, siguen por las influencias ideológicas que en muchas ocasiones impiden un diálogo fluido y culminan con las realidades que viven sus pueblos. De ahí que sea constante el recelo de muchos países latinoamericanos donde las influencias de las ideas de la izquierda tienen gran peso sean factor de división a causa del poder de los Estados Unidos y las acusaciones sobre su interés en actuar como factor dominante en la región.
Pero también existen factores que dividen, como las tendencias migratorias causadas por problemas económicos como los que se viven en Centroamérica o políticos como los que existen en Venezuela, Cuba o Nicaragua, lo que lleva a crear medidas extremas como los muros para detener esa migración ocasionada en la necesidad de buscar un futuro mejor o por lo menos más estable. Son paredes que reflejan el drama de la desigualdad, de la pobreza y la falta de oportunidades.
Eso pasa en la frontera de los Estados Unidos con México donde se acumulan miles de latinoamericanos a la espera de ingresar al sueño americano. Y se expresa también con el muro que construye Santo Domingo en su frontera con Haití para detener la migración que sale del país más pobre del mundo hacia su territorio.
Y están las diferencias políticas que llevan a situaciones como la decisión de Estados Unidos de no invitar a los mandatarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua debido a sus regímenes dictatoriales y a la enemistad que crece con las sanciones. Lo cual ha desencadenado el anuncio de presidentes como la de Guatemala, el de Bolivia y el de México de no asistir a la cita en Los Ángeles, en solidaridad con los países excluidos por el que será el anfitrión que hace 28 años promovió esas cumbres.
Así, la división, que ya ha resquebrajado la Organización de Estados Americanos, parece ser el norte que guía el diálogo continental y contradice hoy el tantas veces proclamado acuerdo de los países de América. Con lo cual, la novena cumbre va camino de convertirse en la exhibición de un continente dividido, en el cual es cada vez más difícil encontrar razones para la unión de esfuerzos que le lleve progreso a los habitantes de ese nuevo mundo descubierto en 1492.