“Cercanía, ternura y compasión, estas son las tres actitudes de Dios. Y mirando el pesebre, rezando ante el pesebre, podemos sentir estas cosas del Señor, que nos ayudan en nuestra vida cotidiana”. Esta, una de las frases que el Papa Francisco pronunció el pasado miércoles durante su acostumbrada Audiencia General, devela el misterio de la Navidad.
Es decir, permite entender por qué la tradición que San Francisco de Asís inició hace 800 años, la de recrear el nacimiento de Jesús, cada año se convierte en algo tan importante para creyentes y no creyentes.
Es la magia de la Navidad, aseguran unos; es el poder de la fe, sostienen otros, pero lo cierto es que con la llegada de esta época del año pareciera que fuese más fácil sentirse cerca de los demás y menos vergonzoso dejar que la ternura se desborde hacia los otros.
Pero tal vez la palabra más importante que se ‘descubre’ en la temporada decembrina es la compasión. No en vano la Real Academia de la Lengua Española dice que alude al “sentimiento de pena y de identificación ante los males de alguien”, que equivale a ponerse en los zapatos de los demás, a ser capaces de entender sus problemas, y algo muy esperanzador, a querer ayudar a solucionarlos.
Es por esto que es la época en la que muchas personas y entidades se ocupan de recoger regalos para los niños, de darles de comer a quienes viven en las calles e incluso de visitar a los enfermos o a los reclusos. Pero además lo hacen con tal devoción y dedicación, que logran suplir también la falta de compañía y de amor que sus asistidos acusan.
Tal vez a eso se refiere el Santo Padre cuando nos invita a rezar ante el pesebre y asegura que esa práctica nos ayudará en la vida cotidiana. Porque, a través de su pontificado, él les ha enseñado a católicos y a quienes no lo son que el pesebre puede ser real, que hay muchas Marías que no tienen dónde dar a luz a sus hijos y que hay muchos Josés que no tienen recursos para atender a sus familias, y que por eso se requieren muchos Reyes Magos que les lleven los presentes que necesitan.
Y llámese justicia divina, ley de compensación o de cualquier otra manera, pero la sensación de plenitud que genera el llevarle bienestar a las demás personas termina por traducirse en un gozo que no debería reservarse para el final de cada año sino que debería disfrutarse en el día a día de los otros once meses que tiene el calendario.
Así que la invitación es a no permitir que todos esos hermosos sentimientos y esas generosas acciones que ‘florecen’ a propósito de la conmemoración del nacimiento del Niño Jesús cedan ante el consumismo que pretende dominar el mundo de hoy sino, por el contrario, a que la armonía y la alegría propias de estas festividades lleven a establecer verdaderos lazos de unidad con la familia, los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo, los migrantes, de manera que cada vez haya menos espacio para la confrontación y la intolerancia, que lo único que hacen es abrirle más caminos a la violencia.
Solo así podremos pensar en una Cali, una Colombia y un mundo más humano, más solidario y más parecido a los valores de la familia de Nazareth que buscamos recrear en los pesebres. ¡FELIZ NAVIDAD!