Haití, el primer país de América en abolir la esclavitud y el faro de la libertad en América Latina en el Siglo XIX, es hoy el escenario de la peor tragedia humanitaria y política del continente. Y la comunidad internacional parece mirar para otro lado mientras el caos, la ausencia de autoridades confiables y el imperio de las pandillas lo destruyen.

Se sabe que hay un brote de cólera que se ha llevado por lo menos cincuenta vidas en los últimos días, casi todos niños. Pero es casi imposible conocer cuántas muertes ha causado la guerra entre pandillas que controlan la vida de los haitianos y un Estado que en la práctica no existe.

Los criminales se apoderaron de la distribución de alimentos que llegan a través de la ayuda humanitaria, de los combustibles, de los medicamentos y artículos de primera necesidad, en tanto la ayuda del exterior es como una gota en medio del mar de carencias que padece la población. Sin alimentos, sin trabajo, sin educación, los haitianos se arriesgan a huir de su país, a morir por decenas en su huida o a padecer los estrictos controles y los duros tratamientos que les imponen. Tan grave es la situación que su vecino la República Dominicana está construyendo un muro en la frontera para tratar de detener la avalancha de haitianos que llegan a su territorio.

Según la Organización Internacional de las Naciones Unidas, ONU, la violencia de las pandillas ha multiplicado por tres el número de desplazados en los últimos cinco meses. Por lo menos 113.000 personas fueron desplazadas de Puerto Príncipe entre junio y agosto de este año, 90.000 de ellas debido a "violencia urbana vinculada a conflictos entre pandillas, pandillas policiales y conflictos sociales", dice la ONU y nadie sabe cuántos han muerto en su intento por llegar de cualquier forma a los Estados Unidos, a Puerto Rico o a las islas vecinas.

Al referirse a lo que sucede en Haití con los grupos criminales y la incapacidad de imponer un orden que proteja a la población, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, condenó una “situación absolutamente de pesadilla”. Pero no hay movilización ni de la ONU ni de la OEA para rescatar a Haití de la anarquía y el imperio del terror que vive esa nación, la más golpeada además por los terremotos y huracanes en la última década.

El precario gobierno de Haití ha dicho que puede hacer elecciones si le proporcionan la ayuda militar para hacerlo. Pero nada se soluciona con elecciones: a través de las últimas cinco décadas se ha demostrado la incapacidad de la dirigencia haitiana y su proclividad a la corrupción, ahora incrementada con el hecho de que ese país se convirtió en epicentro de distribución del narcotráfico, aprovechando la ausencia de autoridad.

El desastre que padece Haití es de proporciones incalculables. Tragedia humanitaria, crisis sanitaria, pobreza que llega a dimensiones inimaginables, caos y ausencia de autoridad, guerra entre pandillas que asesinan a cualquiera en cualquier parte. Todo eso y mucho más aguarda la intervención de la comunidad internacional que no puede seguir ignorando lo que pasa en ese país.