Más que una visita de cortesía a un país amigo, la llegada de la Presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos a Taipei, capital de Taiwán, es un mensaje lleno de complejidades entre su país y China Popular, las que hoy son las grandes potencias militares y económicas del planeta. Descartada por ahora la confrontación bélica, el mundo se pregunta qué fue a hacer la tercera persona más importante del país norteamericano a la isla que desafía al gigante asiático y su régimen comunista.
Taiwán es uno de aquellos símbolos que quedaron de la Guerra Fría, la confrontación entre el capitalismo democrático y el totalitarismo socialista. Como resultado de la llegada de Chiang Kai-shek, el líder del nacionalismo que se enfrentó al régimen encabezado por Mao en el continente, Estados unidos decidió apoyarlo y mantener su reconocimiento como Estado independiente durante dos décadas.
Así se desarrolló un enclave capitalista a pocas millas del comunismo que desde 1947 se tomó a China. Y pudo desarrollarse una economía próspera, mientras China continental., el país más poblado del mundo, empezó a transformarse en la potencia que hoy es, reconocida en el mundo por su poder en todos los órdenes y su capacidad de adaptarse a la globalización, de exprimir el comercio y sacar el mejor partido de sus ventajas comparativas.
Era un equilibrio basado ante todo en el respaldo irrestricto de los Estados Unidos a la isla y su gobierno. Pero en 1972, las cosas empezaron a cambiar con el giro dado por el entonces presidente Richard Nixon a las relaciones con China, reconociendo al régimen de Beijing como el Estado legítimo y visitando a Mao en su país, aunque manteniendo su apoyo en todos los órdenes a Taiwán, cambio que se fue profundizando con el crecimiento del poderío económico, político y militar del régimen de Beijing.
Esos antecedentes son necesarios para entender el porqué del revuelo que produce el viaje de la señora Nancy Pelosi a Taiwán y las reacciones airadas de China, cuyo gobierno encabezado por Li Xin Pin se aferra al argumento de la soberanía para lanzar amenazas contra Estados Unidos y la isla rebelde. Una reacción explicable aunque desproporcionada que desconoce el camino recorrido por la globalización que construyó lazos en apariencia firmes y por encima de las ideologías.
Ahora, y en medio de las dificultades ocasionadas por la invasión de Rusia a Ucrania, la reacción de China a la visita de la señora Pelosi, que incluso no fue del agrado del Presidente de Estados Unidos, aumenta la tensión sobre un posible conflicto de Occidente con el gigante chino dirigido por Xi. Algo inusual que hace recordar las épocas en las cuales el mundo vivía a la espera de una conflagración de incalculables y terribles consecuencias para la humanidad.
Por lo visto desde la llegada de la Presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos a Taipei, las cosas quedarán por lo pronto en una confrontación retórica. Ojalá se mantenga así y la cordura se imponga al afán de imponer la fuerza por encima de la necesidad de mantener la paz y la concordia en el mundo.