Si en algo debe trabajar América Latina con espíritu de unidad, es en la conservación de su medio ambiente. En esa naturaleza tan diversa, rica e imprescindible que comparte, para la cual no existen fronteras físicas, es donde está su futuro tanto como el porvenir y el bienestar de sus pueblos.

Esa conciencia ecológica conjunta va tomando más fuerza en el continente y se refleja en las decisiones y en las acciones que se van adoptando. Ya sea entre naciones vecinas, por bloques de países o por coincidencias en políticas públicas, son cada vez más comunes las propuestas en las que muchos o todos los gobiernos se involucran y trabajan con un solo norte, sin que las fronteras limítrofes o las diferencias ideológicas impidan llegar a acuerdos.

Son varios los ejemplos de los que se está haciendo o de lo que se propone hacer en un futuro inmediato. Como el Pacto de Leticia, firmado por Colombia, Brasil, Ecuador y Perú, que es un intento por salvar la selva amazónica y su biodiversidad. Nuestro país también participa del llamado Corredor Triple A, que busca restablecer y mantener la conectividad entre los ecosistemas de los Andes, Amazonas y Atlántico.

En un acuerdo tácito, este año varios países latinoamericanos y del Caribe se han unido a la iniciativa de prohibir el ingreso de plásticos de un solo uso a sus parques naturales o zonas de reserva ecológica. Costa Rica, junto con Jamaica, Bahamas, Trinidad y Tobago y seis países más lo hicieron en enero, en Colombia comenzó a regir en marzo, Argentina acaba de ponerlo en práctica y Ecuador lo viene haciendo desde el 2018 en sus Islas Galápagos.

A comienzos de esta semana se conoció la propuesta del movimiento ‘Nuestra América Verde’, del que hacen parte exministros del medio ambiente, representantes de organizaciones ambientalistas, legisladores y representantes de las comunidades, para proponer una hoja de ruta que permita mitigar los efectos del cambio climático, garantizar las sustentabilidad de los recursos naturales y al mismo tiempo se puedan reducir las desigualdades en el continente y asegurar la calidad de vida de la población.

Sus propuestas van desde crear una institucionalidad ecológica latinoamericana, adelantar planes de cooperación fiscal y judicial o hacer un banco de desarrollo verde. Los cambios cotidianos son esenciales, como generar energía sin emisiones de carbono, pensar ciudades sostenibles, contar con un transporte limpio, trabajar en una soberanía alimentaria sostenible y tener una economía circular basada en reutilizar, reciclar y reducir desechos.

En el centro de las iniciativas ambientales que se trabajan en América Latina hay un denominador común: poder brindar a quienes viven en el continente, un mejor presente y un futuro más justo y sostenible, en armonía con su entorno natural y en comunión con él. Para lograr que esas buenas intenciones sean realidad, es más práctico y responsable que las naciones trabajen unidas, con objetivos comunes que sean compatibles con sus políticas internas.

La experiencia le ha enseñado al mundo, algunas veces a punta de azotes como el que hoy padece la humanidad por cuenta del Covid-19, enfermedad relacionada directamente con la naturaleza y la intervención indebida que se le hace, la importancia de conservar el medio ambiente y de proteger los recursos ecológicos. Ojalá América Latina se comprometa, unida, en esos propósitos.