Hace unas semanas causó controversia que una congresista del Pacto Histórico concluyese que obligar a un niño a asistir al colegio era una forma de violencia y adoctrinamiento, y que estamos preparando personas para la explotación laboral y a que se metan un ‘montón’ de horas al día en el trabajo. Ambos mensajes en detrimento de la educación y el trabajo mismo.

Aunque no me sorprendió el mensaje por su origen ideológico, sí me dejó en evidencia que un cambio indispensable en nuestra sociedad es también cultural. Este incluye, entre otros temas recuperar el valor de una sociedad no solo centrada en los derechos, sino en los deberes, darle de nuevo sentido al valor del sector empresarial en oposición a la ‘estatización’ de la economía y reivindicar de nuevo el valor de lo técnico y del rigor en la toma de decisiones de política pública.

Pero otro camino de esta revolución cultural es enfrentar ese equivocado mensaje de la ‘tiranía del mérito’ que vienen acuñando las lógicas ‘woke’ progresistas.

El argumento es que el ‘mérito’ genera desigualdad, reduce la movilidad y aumenta las dificultades sociales. Por ello se descalifica la premiación de aptitudes y el talento, y de paso el esfuerzo por lograr una educación de calidad y el trabajo mismo. En esta línea de pensamiento, poco sentido tienen las pruebas estandarizadas, atar el desempeño y gestión docente a una evaluación o la misma evaluación docente con impacto para la vinculación o no de los maestros que tanto reclamamos los padres de familia para nuestros hijos.

Afortunadamente, esto ya tiene contradictores como Robert Nozick quienes ven en esto un atropello al individuo y sus libertades. Pero me gusta más el análisis crítico que hacen José Joaquín Brunner o Sophie Coignard, quienes reivindican la ‘meritocracia’, pero reconociendo que se necesita en simultánea con el mérito del talento y del esfuerzo, un contexto de nuevas y mayores oportunidades, con un papel activo por parte del estado en ese sentido.

Como dice Brunner “destruir las bases de legitimidad del mérito en nombre de la igualdad social, como hacen ciertos sectores progresistas, anula cualquier posibilidad de movilizar el esfuerzo, perseverancia o productividad… por su parte la visión puramente tecnocrática del mérito es igualmente destructiva, pues entrega el destino de las personas a la suerte de su origen”

Así las cosas, se vuelve indispensable un esfuerzo desde un nuevo modelo educativo en donde no terminemos solo en una ‘escuela happy’, donde no tiene espacio la excelencia y en este sentido se hace indispensable mejorar las condiciones de maestros y del sistema educativo mismo, una exigente evaluación docente atada a resultados, un modelo educativo con visión optimista desde el valor de la tenacidad y en general una combinación perfecta entre talento, esfuerzo y utilidad para la comunidad.

Dicho de otra manera, una sociedad en donde, a diferencia de lo que recomendaba la congresista, sea deseable y exigible asistir al colegio y donde el sistema laboral reconozca el valor del trabajo dedicado y responsable. Terminar en lo contrario es condenar la sociedad a la ‘tiranía de la mediocridad’ y con ello a un inevitable empobrecimiento económico, humano y social.