Gonzalo Restrepo lleva 33 de sus 53 años de vida en el exilio, fuera del país que lo vio nacer y por el que soñaba poder trabajar y crear un cambio en el que se respeten las diferencias de las personas.

A sus 20 años le tocó alejarse del suelo colombiano, luego de ser víctima de un terrible atentado que le dejó incrustado para siempre un fragmento de bala en el pómulo, para recordarle la inclemencia de la violencia.

Ocurrió cuando era dirigente estudiantil de la Universidad Autónoma Latinoamericana, en donde estudiaba Sociología y lideraba a los estudiantes tanto en movimientos culturales como en protestas, lo que llamó la atención de un grupo paramilitar denominado “Amor por Medellín”, que empezó a seguirle los pasos y tildarlo de guerrillero.

A la salida de la universidad, cuando estaba desprevenido, alguien lo abrazó y le disparó en la cara para matarlo. El sicario huyó convencido de que había podido arrebatarle la vida, mientras él cayó al piso sin entender lo que le había pasado.

“Yo conocía que me estaban persiguiendo y que me querían asesinar porque me habían hecho tres atentados graves. No dimensionaba hasta ese momento la gravedad de las amenazas en mi contra, pensaba que podía enfrentarme a ellos”, cuenta Gonzalo.

Y es que antes de que lograran dispararle, cuenta Restrepo, a Medellín la inundaban panfletos con fotos y nombres de estudiantes que los paramilitares amenazaban de frente.

“Cuando uno está joven se siente invencible, es muy idealista. Yo no les temía a las amenazas. Me dijeron que tenía que irme de la ciudad, perderme, que estaba avisado y en los panfletos que circulaban por ese entonces mi cara estaba tachada con una equis… Cuando por fin me dispararon, yo quedé como desorientado, caí al piso, pero no inconsciente y me toqué la cabeza y vi la sangre. Como ayudaba en el hospital también, sabía cómo tenía que hacer el procedimiento para que me atendieran, así que di las instrucciones y ahí sí me desvanecí”, narra.

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En medio de su recuperación, los paramilitares se enteraron de que no habían cumplido con su cometido y fueron hasta el hospital vestidos de médicos para terminar con el trabajo, por lo que Gonzalo tuvo que salir corriendo, convaleciente, a tratar de resguardar su vida.

Tras varios días de permanecer escondido, decidió junto a un tío salir a Ecuador mientras se recuperaba, pero allí, contrario a encontrar tranquilidad y esperanza, halló constantes hostigamientos.

“Yo llegué herido, me destrozaron el oído y se me dificultaba mantener el equilibrio. Me sentía perseguido, como si todavía estuvieran detrás de mí para matarme y no dejaban de insultarme por ser colombiano, entonces, tras un mes decidí volver a Medellín. Que si me mataban fuera en mi tierra”, asegura.

Esos días no fueron nada fáciles para Gonzalo, tenía que esconderse en una vivienda abandonada y su familia le llevaba comida suficiente para tres días. Luego, decidió que no iba a esconderse más, “que pasara lo que tuviera que pasar” y salir al centro de Medellín a comerse una papa rellena.

En su trayecto, “me encontré con una persona que trabajaba con la Brigada Militar y volvió a sugerirme que me perdiera. No lo pensé más, me fui para Bogotá”, dice el antioqueño.

Con el pasar de los días, la necesidad de una atención médica se fue volviendo más grande, pues no podía caminar, pero también le dolía el alma.

“Me frustraron mi carrera, mi formación política, el amor que tenía por una joven que nunca pude volver a ver. Sé que hubiera podido ser un buen concejal o un buen alcalde, pero las ideas que tenía me las arrebataron de un golpe”, cuenta Restrepo.

Tras entender que necesitaba cirugías que no podía costear y que el grupo armado le seguía los pasos, Gonzalo, junto a un amigo, decidió traducir su historia y pedirle asilo a Alemania, Inglaterra, Cuba y Suecia, hasta que este último país les contestó de manera positiva.

Gonzalo viajó hasta Europa como refugiado, viaje que terminaría sellando el fin de su historia en Colombia:

“La idea no era irme para siempre. Cuando llegué a Suecia la sensación era indescriptible, sentía soledad, un frío terrible, miedo de no entender nada porque no hablaba inglés, ni sueco. Me llevaron al hospital de Linköping y entré a una zona en donde había heridos de guerra de todo el mundo, fue traumático”.

Estando en Suecia, le practicaron 4 cirugías, le explicaron que no podían retirarle la bala de la cara y que su viaje tenía que alargarse porque su recuperación y tratamiento se iba a tardar más de lo esperado.

Restrepo entendió que tenía que capacitarse, adaptarse a su nueva vida en Suecia y le tocó volver a estudiar, aprender a las malas a hablar inglés y encajar en un mundo en donde lo observaban raro por la seña de violencia plasmada en la cara.

Incluso estando al otro lado del mundo, llamaron a Gonzalo para amenazarlo. Le dijeron que debía quedarse en Suecia, pues si regresaba a Colombia iban a atacar a su familia.

Tras varios años y luchas, fue reconocido formalmente como víctima en Colombia y pudo entregar su testimonio a la Comisión de la Verdad.

Gonzalo es hoy un exitoso Director de Proyectos en empresas a nivel internacional, sin embargo, aún siente miedo y reconoce que el exilio le robó la relación con su familia.

Nota: Crónica escrita como parte de una alianza con la Comisión de la Verdad para contar historias de víctimas colombianas que viven en el exterior, una contribución inédita a la verdad del exilio colombiano.

Esta crónica fue posible gracias al apoyo del gobierno de Estados Unidos de América a través de su Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Sus contenidos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan las opiniones de USAID, el Gobierno de Estados Unidos de América o de la OIM

Tumaco le apuesta a la paz

En La Variante en Tumaco, Nariño conviven 200 personas, entre reincorporados de las Farc y sus familias, quienes tras cinco años de la firma del acuerdo en la Habana, le siguen apostando a la paz y la reconciliación a través de proyectos de producción colectivos e individuales para su sustento.

“Yo sé que tengo mi pasado y seguramente tengo que pagar por todo lo que alguna vez hice, pero no quiero que mis hijos lo hagan. Por eso le apuesto a la paz”, asegura Jennifer, excombatiente de las Farc, quien permaneció 8 años de su vida en las selvas.

Ella, junto a otras 14 mujeres, pusieron en marcha un emprendimiento propio que consiste en la producción y decoración de sandalias. Tienen un salón de belleza y trabajan con uñas acrílicas.

“Yo hago mis artesanías con materiales reciclables y las vendo en las ferias de los pueblos y a los mismos excombatientes. Pero también a dos amigos míos que están privados de la libertad los ayudo y les llevo materiales hasta la cárcel para que ellos hagan las artesanías y yo venderlas”, asegura Edison Perlaza, conocido como el artesano por la paz.

La mayoría de excombatientes reconocen que hay muchas dificultades todavía en el proceso, les preocupa su seguridad tras la conformación de nuevos grupos guerrilleros y delincuencia común organizada, que aseguran, cada día tiene más fuerza en la región.

Otra importante iniciativa es la encabezada por la Cooperativa Multiactiva Nueva Esperanza del Pacífico, un proyecto de 27 hombres y 6 mujeres que van hasta un río conocido como Mexicano. Allí compran más de 12 toneladas al mes de coco para llevarlas hasta Barranquilla y Bogotá en convenios que ellos mismos realizan.

"A nosotros nos favoreció este proceso. Mi idea es poder avanzar, darle un buen futuro a mis hijos, he podido avanzar porque me gradué como bachiller y estoy haciendo cursos complementarios con el Sena. Duré 10 años en la guerrilla y ahora puedo estar en la legalidad, estar tranquilo. Las armas solo construyen muerte y dolor, la paz es muy bonita y nos va a sacar adelante", dijo Segundo Rover Ordóñez.

Además de estos proyectos, los excombatientes estudian técnicos en producción de cacao, enseñan a la comunidad a sembrar y generar sus propias semillas, hacen talleres de servicio y atención al cliente enfocados en el terreno.