El padre Jesús Albeiro Parra Solís nació en Ciudad Bolívar, un pueblito antioqueño en los límites con el Chocó, el 1 de febrero de 1961 en una familia numerosa: 16 hermanos, él es el décimo primero.

Helena Storm, embajadora de Suecia en Colombia, entrega al padre Albeiro Parra Solís, el premio nacional de Derechos Humanos en la categoría a toda una vida. Foto Cortesía Coordinación Regional del Pacífico Colombiano | Foto: El País

Testigo del conflicto armado y de las economías ilícitas que se enquistaron hace 30 años en esta región, generando una “guerra total”, desde hace 40 años es un activista de los Derechos Humanos y ha jugado un rol importante en procesos de paz con grupos alzados en armas.

Por eso, el pasado 11 de septiembre fue reconocido con el Premio Nacional de Derechos Humanos en Colombia, otorgado por Diakonia y Act Iglesia Sueca, con el apoyo de la Embajada de Suecia. “La guerra no nos representa; yo hablo de una paz estable y duradera, una paz integral”, dice el presbítero en su defensa de los territorios.

El padre Albeiro Parra en su trabajo con las comunidades en donde sirve de mediador y facilitador de los procesos en los territorios y construcción de paz. Foto Cortesía Coordinación Regional del Pacífico Colombiano | Foto: El País

Padre Albeiro, ¿cómo recibe este premio?

No lo esperaba, primero, porque no sabía que me habían postulado y, segundo, porque uno asume este trabajo sin esperar ninguna recompensa. Me lo dieron por toda una vida en la defensa de los Derechos Humanos de una manera integral y lo que he estado haciendo estos días, en los medios de comunicación, es dando a conocer este trabajo, ayudando a visibilizar todas las situaciones que están viviendo las comunidades del Chocó y el Pacífico.

¿A qué situaciones se refiere?

Llevo 40 años recorriendo estos territorios y siempre he dicho que en las comunidades del Chocó; Buenaventura, en el Valle del Cauca; Guapi, López de Micay y Timbiquí, en el departamento del Cauca, y los diez municipios de la costa nariñense, históricamente ha habido una violación permanente y sistemática de sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, y también una marginalidad por parte de los distintos gobiernos de turno, que lo único que han hecho es aprovechar los recursos naturales que tienen estas regiones ricas en biodiversidad, fauna y flora, además de su estratégica ubicación geopolítica.

A estas problemáticas se sumó la llegada del conflicto armado y la coca, ¿cómo fue esto?

Pues, como si fuera poco, además del conflicto social y político que ya vivían estos territorios, se mete el conflicto armado que para nosotros es más una estrategia de grandes intereses políticos y económicos del país y del mundo para sacar a las comunidades negras, indígenas y campesinas. Luego, aparece la coca. En el Pacífico hace 30 o 40 años no había coca. Entonces, vienen todas estas afectaciones de desplazamientos, confinamientos, asesinatos de líderes y lideresas, reclutamiento de niños y niñas y la cooptación de los procesos organizativos en medio de un abandono total del Estado.

El Clan del Golfo uno de los grupos que más genera violencia en la ciudad de Quibdó. Foto tomada de vídeo | Foto: El País

¿Cómo ha sido la supervivencia de estas comunidades en medio de una guerra total?

En el Pacífico no todo es guerra, hay momentos duros, difíciles, como se han tenido en Baudó y en los últimos años en el Bajo Calima y San Juan; o ahora mismo en Buenaventura y en el Cauca, en el Naya y Timbiquí, y El Charco, en Nariño. Son como momentos en los que la presencia de estos grupos armados genera desplazamiento y confinamiento todos los días.

Actualmente, hay comunidades que están a la deriva, desplazadas internamente o confinadas, pero también tengo que decir que hay mucha alegría, mucha esperanza e iniciativas de construcción de paz. Con mi equipo estamos haciendo toda una sistematización de experiencias sobre iniciativas de paz en medio de la guerra total. Tenemos propuestas de mujeres, jóvenes y de niños, en lo artístico, cultural, salud y educación, solo queremos que nos apoyen.

Las comunidades negras e indígenas en Chocó y el Pacífico son las más afectadas por la marginalidad y la violencia . (Foto: Jorge Orozco / El País).

¿Cuáles son esas iniciativas de paz?

Tenemos propuestas muy interesantes en el Bajo Calima y San Juan, como es la siembra de cacao; en Guapi, López y Timbiquí, de caña, y el mejor viche se prepara en el Pacífico, como lo vimos en el Petronio, en las zonas de Saija y del Naya. En Guapi hay un internado, Casa Mónica, donde el vicariato recoge niños y niñas que están en peligro de ser reclutados o que fueron rescatados, le hemos rogado apoyo a Bienestar Familiar, al Municipio y al Departamento, pero no ha sido posible.

¿Qué cree que se necesita para lograr la paz en estos territorios?

Primero, se necesita una voluntad política real por parte de los gobiernos local, regional y nacional; que se puedan coordinar y articular para que realmente los programas y proyectos lleguen a las comunidades y no se queden en los intermediarios. El otro punto fundamental es que, como la casa está incendiada, hablando del conflicto armado, lo primero es apagar ese incendio, y la única manera de hacerlo es por la vía del diálogo, de los procesos de paz. Por eso, ahora me preocupan tantas voces llamando a la guerra.

Usted dice que la guerra hay que acabarla, no humanizarla. ¿A qué se refiere con eso?

A que se habla mucho de que la guerra hay que humanizarla. Sí, estoy de acuerdo, mientras se logra una negociación bien sea política o socio jurídica, pero en el fondo lo que tenemos es que acabar la guerra para poder que haya la paz que tanto queremos. Ningún conflicto, ninguna guerra en el mundo se ha acabado por la vía militar, todas han terminado en una mesa, porque la guerra no nos representa; la guerra no trae nada bueno, lo único que trae es destrucción y muerte. Por eso, lo que queremos es la seguridad humana y la seguridad ambiental, y que todos podamos cuidar la casa común y vivir con bienestar.

¿Cuál ha sido su rol y el de la Iglesia como mediadores en algunos procesos de paz?

La Iglesia históricamente ha acompañado todos los procesos de paz y ahora mucho más. Estamos acompañando la mesa de ELN, la socio jurídica en Buenaventura y la de la Segunda Marquetalia, pero hay otro trabajo que no se ve y es el de los territorios.

Yo me muevo más en los territorios, en los diálogos pastorales, tratando de mediar, de facilitar, es un papel de acompañante para crear ambientes y así poder hacer un desescalamiento de la guerra, ese es mi trabajo.

El padre Albeiro Parra Solís recibió el premio nacional de los Derechos humanos, el pasado 11 de septiembre. Foto Cortesía Coordinación Regional del Pacífico Colombiano | Foto: El País

Padre, ¿cuáles son los mayores retos que enfrenta la paz en el país en este momento?

La paz tiene enemigos. La guerra, a muchos políticos, empresarios y gobiernos les trae más prebendas; vende más que trabajar por la paz, entonces ese es el mayor desafío.

El otro desafío son también las desconfianzas entre las partes, en el caso del ELN y el Gobierno, la mesa se ha congelado por eso, porque no hay confianza. Hay que trabajar mucho para darle credibilidad a ese proceso. El otro desafío grande es que, como sociedad civil, tenemos que juntarnos más, hay que hacer mucha pedagogía para la paz, nos falta mucha solidaridad porque mientras no vivamos los impactos de la guerra, pensamos que la guerra no existe, pero la guerra está ahora en las mismas ciudades. Yo creo que el desafío grande es el de la no solidaridad.

¿Qué piensa de la política de Paz Total del Gobierno Petro?

Lo que creemos es que la paz debe ser una política de Estado, no puede estar supeditada al Gobierno de turno. Por eso creo que es muy importante la Ley 2272 de la Paz Total, porque debe ser una paz estable y duradera, una paz integral. Ahora se le llama Paz Total, pero la paz no es solamente el silenciamiento de los fusiles, tiene que ser un diálogo con todos los actores armados, porque eso es lo que ha pasado antes, dialogaron con unos grupos, el M-19 y el Quintín Lame, y se les dejó coger ventaja a otras organizaciones.

Estoy de acuerdo con que hay que hacer unos ajustes, saber qué es lo que realmente quiere el Gobierno, la metodología, pero, insisto, debe haber diálogo con todos: los armados, la sociedad civil y las organizaciones; que el Gobierno escuche a las comunidades.

¿Qué llamado le hace usted al Gobierno y a los grupos armados para que cese la guerra en estos territorios y en todo el país?

Este es un mensaje para el ELN: por favor, junto con el Gobierno Nacional, descongelen esa mesa de negociación, reanuden los diálogos. Que el ELN dé muestras reales de paz, no por el presidente Petro, sino por las comunidades. Que deje de reclutar niños y niñas, de poner minas, de confinar, de desplazar. Este mensaje también va para las disidencias de las Farc y todos los grupos: como Iglesia, estamos dispuestos a acompañar esas mesas y, como sociedad civil, nos tenemos que unir porque si no, vamos a quedar en manos de estos grupos armados, que lo único que traen es muerte y dolor a nuestras comunidades.

El padre Albeiro Parra solo quiere que vuelva la paz y la tranquilidad, como existía hace 30 o 40 años a los teritorios del Chocó y el Pacífico. Foto Cortesía Coordinación Regional del Pacífico Colombiano. | Foto: El País

¿Qué le pide a Dios antes de irse a dormir?

Le pido a Dios que me dé mucha vida para seguir trabajando por las comunidades, que me dé salud, fuerzas, mucho amor y paz, para llevar ese mensaje. Le pido mucho por mis comunidades, por nuestros líderes y lideresas; también que le ablande los corazones a los gobiernos, los políticos, los empresarios y los grupos armados, a quienes tienen las armas, porque las armas no nos representan. Sueño con un país donde todos podamos vivir con bienestar. Antes vivíamos con muchas carencias y pobreza, pero podíamos ir de un lado a otro, pescar, bañarnos en los ríos, todos esos usos y costumbres se han diezmado por la guerra.