Por John Mario González, analista político e internacional, autor del libro de próxima publicación ‘Ucrania, el precio de la libertad. Viaje por un país en guerra’.
De no tener el apoyo financiero y militar de Estados Unidos y el Reino Unido, Ucrania hace años habría desaparecido como estado democrático e independiente. Pero si bien el balance general de Occidente en la guerra contra Rusia y sus aliados es destacado, no pueden dejar de señalarse varios errores estratégicos de Washington.
El solo giro copernicano que Moscú le dio a las condiciones y a la percepción general de los resultados de la guerra indica que los errores han ido más allá de un exceso de optimismo de los mandos ucranianos. Si el 24 de junio, en medio de la rebelión de Wagner y Prigozhin, la sensación era que el régimen ruso estaba próximo al abismo, solo cuatro meses después, por primera vez, desde marzo o abril de 2022, parece que el presidente Vladimir Putin podría ganar.
Un viraje difícil de entender. Como si el principal activo del líder ruso fuera la carencia de EE. UU. de estrategas militares o que la carga burocrática y descoordinación de sus distintas agencias primaran sobre aquellos.
Para empezar, resultaba casi un suicidio que Ucrania hubiera desplegado una contraofensiva sobre sus estepas orientales sin cobertura aérea suficiente, máxime si las fuerzas aéreas rusas superan con vastedad a la casi inexistente fuerza aérea ucraniana, o que los satélites y la tecnología estadounidense no advirtieran la dimensión de las fortificaciones defensivas construidas por Moscú, las más extensas desde la Segunda Guerra Mundial.
Ambas consideraciones indican que tanto la estrategia como la narrativa de Washington debieron ser distintas. Menos aspiracional, pero más pragmática, la prioridad no debió ser entonces la recuperación de territorio, en el corto plazo, sino una guerra posicional de menor riesgo, de trincheras, al estilo de la Primera Guerra Mundial, para la defensa de Ucrania y la derrota estratégica de Rusia.
Una perspectiva más acorde con la resistencia inicial de la propia Casa Blanca y los aliados occidentales de ceder misiles de largo alcance que pudieran cruzar líneas rojas con Moscú y desencadenar un enfrentamiento directo. Menos aún, de pelear una tercera guerra mundial y nuclear por Ucrania.
He allí entonces algunos de los más abultados adicionales desaciertos de EE. UU. y Occidente. Uno de ellos ha sido el desaprovechamiento de la innovación tecnológica en drones como arma de guerra de bajo costo para profundizar el debilitamiento militar ruso.
Aunque Kiev ha logrado avances tecnológicos importantes, al punto de escalar los drones navales hacia un papel decisivo en la guerra, como el ataque que le propinó a la flota rusa del mar Negro en Sebastopol, la falta de recursos y de tecnología ha hecho que esté siendo superada por su enemigo.
Como lo recoge Reuters, en una entrevista del 9 de noviembre a un piloto de drones ucraniano, identificado como ‘Yizhak’: “A veces una tripulación puede tener diez objetivos identificados, pero solo dos o tres drones, así que tenemos que dejar ir a siete porque no tenemos nada con qué golpearlos”.
Pero quizás el mayor error estratégico de Washington ha sido la falta de apropiado asesoramiento a los mandos ucranianos para machacar la mayor debilidad rusa, como es su crónico déficit poblacional, en especial si Putin ha tolerado cifras de bajas muy superiores a las que serían aceptables en los países occidentales.
Una insuficiencia de hombres que se convierte en la principal amenaza existencial de Moscú y que hunde sus raíces en lo que Julie DaVanzo y David Adamson describieron en 1997 como las catastróficas pérdidas de población en la Primera Guerra Mundial, la guerra civil de 1917-1922 y la hambruna de la colectivización forzada stalinista de finales de los años 1920 y 1930. Por supuesto, también en la Segunda Guerra Mundial y, más recientemente, el colapso demográfico con la caída de la Unión Soviética, la pandemia del covid y la invasión a Ucrania.
A pesar de que el Presidente ruso ha estado obsesionado por las carencias poblacionales durante sus 23 años de gobierno, el problema se ha exacerbado, lo que ha desembocado en las protestas de esposas de combatientes para que sus cónyuges regresen a casa o la explotación de estudiantes y presos, reflejo de tal escasez.
Si en el primer año de la guerra Moscú habría perdido cerca de 200.000 hombres, el doble de Kiev, la deslucida contraofensiva de esta última elevó sus víctimas a niveles inaceptables y acercó las diferencias. Hoy se puede hablar de cerca de 300.000 bajas rusas contra unas 250.000 ucranianas.
Así, tal circunstancia y el estancamiento de la guerra frente a las elevadas expectativas creadas no solo obligó a un cambio de estrategia, sino que golpeó el optimismo y ha generado controversia y malestar tanto en Kiev como entre los socios occidentales.
Lo más paradójico es que la guerra ha producido un debilitamiento estructural de Rusia en cuanto al factor demográfico, pero el público estadounidense y europeo muestran signos de cansancio, sin recabar en el hecho de que guerras como las de Iraq o Afganistán fueron mucho más costosas.
La amenaza existencial de la UE
Ha dicho el alto representante de la Unión Europea, UE, Josep Borrell, que si Putin gana la guerra, representará un gran daño y una amenaza existencial para el Viejo Continente. Como si no fuera poco, hay países, como Francia, que hacen la guerra a regañadientes, por remolque, y la UE padece problemas de gobernanza, al permitir el chantaje del presidente de Hungría, Víktor Orbán, en contra de Kiev.
Aunque fue un avance histórico que el 14 y 15 de diciembre el Consejo Europeo decidiera iniciar las negociaciones de adhesión de Ucrania, es un golpe anímico, un riesgo y podría debilitar al presidente Volodímir Zelenski el bloqueo de la ayuda de 50.000 millones de euros de la UE.
Una dilación que afecta los planes militares de Ucrania y cuyo arquitecto no es otro que Orban, el caballo de Troya de Putin que la Unión tolera en contra de sus propios intereses.
Así, no solo el financiamiento estadounidense a Ucrania está en peligro, un enorme regalo de los republicanos hacia Putin, sino que la ambivalencia y vacilaciones de la Unión Europea abonan al riesgo de que la guerra se pueda perder o que Rusia tome un nuevo aire, a la usanza de su historia belicista.
Ojalá Washington y Europea demuestren una vez más su compromiso para que Ucrania salga del atasco de los últimos meses y recupere el optimismo en los resultados de la guerra.