Durante catorce años, el padre Francisco de Roux fue testigo en el Magdalena Medio de la guerra entre paramilitares, Ejército y guerrilla. Por eso, aunque reconoce que hubiera preferido que los perpetradores de crímenes atroces hubieran pasado un tiempo en la cárcel, sigue convencido de la eficacia de la justicia transicional. Pero aún más de las víctimas.

“Nuestro propósito es irnos a las víctimas, al dolor humano de este país, de todas las clases sociales, y desde allí sí tratar de interpretar qué fue lo que nos pasó para que nunca más vuelva a ocurrir”, dice sobre su tarea al frente de la Comisión de la Verdad. Y, en aras de esa verdad, insiste en defender a la JEP, la ‘hermana mayor’ del sistema de justicia del que la entidad a su cargo hace parte.

Padre, un sector de los colombianos tiene la sensación de que la JEP favorece la impunidad. Desde la Comisión de la Verdad, que hace parte de ese sistema de justicia transicional, ¿qué piensa al respecto?

Me pregunto por qué lo dicen, si la JEP no ha producido la primera sentencia, pero entiendo dos razones para esa prevención. Primero, el conjunto de ciudadanos que legítimamente votó por el No se basó en una afirmación interpretativa de las cosas ocurridas en Colombia según la cual aquí nunca hubo conflicto armado interno. Esa afirmación, que es política, prevalece y establece que en Colombia lo que hubo fue unos terroristas que por intereses particulares se levantaron contra la sociedad y, según esa interpretación, con el terrorismo no se negocia, y menos las instituciones. Haber creado la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos, según esa manera de ver las cosas, es un grave error.

¿Y cuál es la segunda?

Esas instituciones son las de la justicia restaurativa y esta hace un balance entre paz y justicia y por eso permite que a los máximos responsables, en lugar de llevarlos a condenas de 60 años por delitos como los sexuales o el secuestro o los de los falsos positivos, por parte del Ejército, se los lleve, en el peor de los casos, a 20 años de cárcel, pero eso es justamente lo que hay que hacer en un proceso de paz.

Otras personas aseguran que, al menos, la Jurisdicción no es imparcial…

La JEP recibe a las personas en la Sala de la Verdad, donde se determina si puede ser sujeto de la justicia transicional, que quiere decir pagar penas de delimitación de la libertad de 5 a 8 años, siempre y cuando reconozca responsabilidad y cuente en detalle qué fue lo que hizo, quiénes se afectaron, qué intereses les movían, quiénes daban las órdenes y muestre la disponibilidad de restaurar y de que esto jamás se vuelva a repetir. Si esas condiciones no se dan, la persona pasa a una segunda sala donde el magistrado la ataca por mentirosa, y si no logra defender que no mintió, va a pagar entre 8 y 20 años de cárcel pura. Pero hay otra cosa que es muy interesante en esa justicia, que para mí es la joya, y es que son las víctimas las que deciden cuál es el tipo de restauración que tiene qué hacer.

¿Cómo se dará eso en la práctica?

Pongo un ejemplo: el asesinato, por las Farc, de los miembros de la Asamblea del Valle; un crimen de guerra atroz: son las familias de los miembros de la Asamblea las que le van a decir a la JEP cuál es el tipo de acciones restaurativas que los hombres que cometieron ese delito tienen que hacer durante los años que van a estar limitados en su libertad y concentrados en un territorio. Esto es muy importante, porque justamente son los caminos para evitar la impunidad en el proceso de la JEP.

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Otra sensación que hay es que la JEP se ha demorado en empezar producir sentencias. ¿En cuánto tiempo se podría conocer el primer fallo?

En el grupo de magistrados de la JEP hay una inmensa determinación de acelerar las cosas, pero quiero advertir que ellos han recibido a un poco más de once mil guerrilleros, dos mil militares y 40 terceros, y los procesos que están enfrentando son muy complejos y están trabajando con mucha celeridad. Estoy convencido de que en los próximos meses vamos a tener las primeras decisiones. Una vez que dominen la complejidad de la totalidad de los instrumentos que están en sus manos, estos asuntos se van a acelerar, por el rigor con el que se han recibido los testimonios y el cuidado con el que se están estudiando.

Muchos ya dan por seguro de que las objeciones a la Ley Estatutaria de la JEP no van a pasar en el Congreso, ¿qué opinión tiene al respecto?

No quisiera meterme en eso, porque el país está muy polarizado y sin duda esta confrontación se hace en el escenario de las próximas elecciones. Muestra de ello son las vallas que aparecieron diciendo ‘JEP es impunidad, ir contra la JEP es democracia’… En la Comisión de la Verdad, queremos estar por fuera de eso.

Precisamente, ¿qué hacer para la superar esa polarización?

En mi convicción, ver la realidad de las víctimas es lo único que puede ayudarnos: los niños que quedaron ciegos con las minas antipersonas, las mamás que reclaman que a sus hijos se los llevaron como falsos positivos, los soldados sin piernas, las gentes que cuentan el sufrimiento de su familia por secuestros que duraron cinco o diez años, las tumbas y las fosas comunes. De esa realidad no nos podemos salir y, si nos fijamos en ese dolor tan profundo, eso es lo que nos debe unir a los colombianos.

Pero no parece fácil…

Cuando el Papa estuvo aquí, diciéndonos a los colombianos que nos colocásemos más allá del debate político y mirásemos nuestra dignidad humana, dedicó un día a estar con las víctimas y les dijo a los obispos algo que me impresionó: ‘ustedes no van arreglar este problema dando mensajes morales de cómo se deben comportar y escribiendo documentos para los fieles. No, pongan sus manos en el cuerpo ensangrentado de su pueblo y ahí entenderán’, y ese es el propósito de la Comisión, irnos a las víctimas, al dolor humano de este país, de todas las clases sociales, y desde allí sí tratar de interpretar qué fue lo que nos pasó para que nunca más vuelva a ocurrir.

Usted, que ha estado en escenarios muy difíciles, qué sintió el día que se registró el fuerte enfrentamiento entre víctimas y políticos en la Comisión de Paz del Senado?

Allí se puso de manifiesto la verdad: un país enardecido por los odios y muy adolorido. El problema es cuando esa verdad se vehicula a través de discursos políticos con rabia e indignación y se confrontan de manera excluyente: o ustedes o nosotros, pero aquí no cabemos los dos. Es un trauma social profundo, que está cargado de símbolos y nos atrapa a todos los colombianos. Hay que hacer un gran esfuerzo por liberarse de ahí.

¿Pero qué fue lo que más lo conmovió ese día?

Lo que más me costó, viendo el dolor tan salvaje de las niñas de Rosa Blanca y el dolor espantoso de las víctimas del Movice, Movimiento de Víctimas del Crímenes del Estado, fue ver cómo, una vez expresaban el dolor, para hacer referencia a los líderes políticos que estaban allí, lo traspasaban a una justificación del lenguaje político, para decir, de un lado: ‘y por esto hay que acabar con la JEP’, y los otros: ‘y por esta razón, hay que confrontar definitivamente al Gobierno de Duque y al uribismo’.

¿Y qué hacer frente a eso?

Lo que está en juego es el dolor de nuestras víctimas, una causa muchísimo más grande que nuestros partidos políticos, que el Congreso, es la dignidad de los colombianos, el grito profundo de la víctima que está tratando de recoger la grandeza de sus muertos y protegerlos. Eso no puede ser tocado por nadie, tenemos que acogerlo los colombianos desde todos los lados, sumarnos a ese dolor y encontrar un acompañamiento colectivo para que esto jamás vuelva a pasar. La Comisión de la Verdad está en esa tarea.

Porque al escuchar los testimonios del colectivo Rosa Blanca, uno piensa si es el deber ser que sus violadores no paguen un solo día de cárcel…

Los procesos de paz en todo el mundo han sido dolorosísimos. A mí, haber vivido la llegada de las víctimas a La Habana, que les hablaron a los perpetradores con toda tanta crudeza, me dejó un impacto descomunal de hasta dónde hemos sido capaces los colombianos de ahondar en la destrucción del otro, pero la salida no puede ser la justicia penal, que es para tiempos donde no hay guerra. En Sudáfrica no hubo castigo de ninguna clase, se amnistió a todo el mundo. El proceso colombiano recoge todas esas experiencias y por eso el Consejo de Seguridad de la ONU, que viene del holocausto judío, considera que lo que se tiene en la JEP y en el Sistema en su conjunto, es lo más avanzado que hay hoy a nivel internacional.

¿Pero usted reconoce que cuesta aceptarlo?

Quiero decirlo con toda tranquilidad, yo hubiera preferido que los criminales de guerra de todas estas barbaries, de todos los lados, pasaran un tiempo en cárcel, pero eso no fue lo que se negoció… Ahora, la entrada por la verdad a la JEP es dura: no basta con decir ‘yo soy responsable lo que les pasó a esas niñas’. No, tengo que contar cómo las violé, si el caso… si no se va hasta allá, no está diciendo la verdad y esa es la otra razón por la que se le tiene tanto miedo. Mi sensación es que, quienes se oponen, quieren hacer un acto legislativo que borre esta justicia, que se basa exclusivamente en la verdad.

¿Qué hacer con las disidencias de las Farc?

Quisiera invitarlos a que regresen, a que comprendan que cada día que pasen con armas acrecientan el dolor de todos los colombianos y que cada secuestro que hagan destruye su propia dignidad mucho más que la del secuestrado, que no hay ningún sentido para continuar en la barbarie y que Colombia los está esperando. Sé que es muy difícil porque el narcotráfico, con su capacidad de enloquecer a la gente por la riqueza fácil, juega un papel muy hondo en incendiar los ánimos y suscitar los caminos de la guerra.

Finalmente, ¿cree que definitivamente no hay posibilidad de negociación con el ELN durante este Gobierno?

No sé, en días pasados, estando con la gente del Catatumbo y después en Arauca, el mensaje que recibí es: ‘por favor, si usted tiene posibilidades de hablar con el Presidente -estoy hablando de lo que dijeron los campesinos-,

dígale que vuelva a poner en marcha la mesa de negociación, que aunque no se llegue a una solución, mientras haya mesa, aquí la gente no se mata, disminuyen los secuestros, pero desde que se acabó la Mesa, esto se incendió. Veo muy complejo una negociación, lástima, porque el ELN debería comprender que este país está gritando que paren la guerra de todos lados.