Tres hechos marcaron la historia del país en doce días: La firma del acuerdo para cerrar el conflicto, el rechazo ciudadano en las urnas y el Premio Nobel de Paz al Presidente de la República.

[[nid:584238;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/10/colombiamacondiana.jpg;full;{Desde hace doce días el país está montado en una montaña rusa que lo ha llevado desde la felicidad absoluta hasta la incertidumbre histórica, para regresar a la esperanza.}]]

"Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba  toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén, entre el alborozo y el desencanto, la duda  y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber  a ciencia cierta dónde estaban  los límites de la realidad”.

Gabriel García Márquez, 1967

Cuarenta y nueve años después, estas líneas salidas de Cien Años de Soledad no pueden reflejar mejor lo que le ocurre a Colombia. Solo que a diferencia de Macondo, la historia actual está pasada por doce días  en los que el país lloró incontables veces de tristeza, de rabia, de alegría. Todo, por la paz. Lea también: Las razones de fondo que le dieron el Nobel de Paz a Santos

I

Lunes 26 de septiembre. “¡Cesó la horrible noche de la violencia que nos ha cubierto con su sombra por más de medio siglo!”. Así terminó el presidente Juan Manuel Santos su  discurso, tras plasmar su firma en el acuerdo para la terminación del conflicto con la guerrilla más antigua del mundo, las Farc.

Lo dijo delante de miles de invitados en Cartagena y millones de personas que lo vieron a través del televisor. Muchos lloraban ante cada frase porque desde hace tres generaciones Colombia no sabe qué es vivir en paz. Otros se mantenían escépticos.

Entonces hubo banderas blancas, palomas engalanando el cielo, niños, mujeres, abuelos sonriendo, gritos de ‘¡Sí se pudo!’, un optimismo desmesurado. Pero apareció la lluvia en una ciudad rodeada por el mar.

La guerrilla que tanto miedo infundió, empezó a repartir solicitudes de perdón por algunos  territorios que devastó; se deshizo de explosivos que durante años amontonó para atacar a sus enemigos y hasta a la población civil;  y, como un hecho para enmarcar, anunció que declararía los  “recursos monetarios y no monetarios” que posee, para cumplir con la reparación de las víctimas, pactada en el acuerdo.

 “Esto muestra que estamos cumpliendo los acuerdos, que todo va a operar de acuerdo a lo previsto”, dijo Humberto de la Calle, jefe de la delegación de paz del Gobierno, un día antes del plebiscito con el que los colombianos refrendarían dichos textos.

II

Domingo 2 de octubre. A las cuatro de la tarde se cerraron los 11.034 puestos de votación instalados en el país. El optimismo se mantenía, pero bastaron 60 minutos para que el país se sumiera en una incertidumbre como la que vivieron los habitantes de Macondo cuando Remedios La Bella se elevó a los cielos.

Con el 98 % de las mesas escrutadas se conoció que el 50,21 % de los colombianos que participaron en la jornada no aprobaron los acuerdos de paz. 53.896 votos alejaron a los de Sí de materializar la esperanza.

Entonces hubo llanto, rabia, ataques verbales por redes sociales, recriminaciones de los del Sí a los de No. Y en quienes votaron No nació un sentimiento de nobleza, de convocatoria a la unión, de llamado a la calma  y a la esperanza. Reacciones inesperadas.

Al día siguiente multitudinarias marchas se tomaron las calles de las ciudades; jóvenes exigiendo que se preservara el cese el fuego bilateral que por meses mantuvo la vida de todos los militares y guerrilleros  intacta.  

El expresidente Álvaro Uribe regresó después de seis años a la Casa de Nariño para cobrar su victoria y presentar lo que serían algunas objeciones a los acuerdos de paz. Bajo la lente de cientos de fotógrafos le extendió la mano a su sucesor, a quien en los últimos años acusó de traidor.

Y cuando parecía que el Presidente de la República estaba en su peor momento, el jueves  el país amaneció con un ‘tsunami’ político que —para muchos— lo puso de nuevo en la posición de ‘confort’: Juan Carlos Vélez, el gerente de la campaña que promovió el No por el Centro Democrático, reveló que la estrategia para ganar votos se basó en no explicar los acuerdos, y sí en “centrar el mensaje en la indignación”. 

En la noche Vélez ya había renunciado al partido. Pero el día fue un vaivén de sentimientos para los electores. En medio de la lluvia los colombianos se fueron a dormir.

III

Viernes 7 de octubre. Y aunque García Márquez dijo que en Macondo las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad, en Colombia, Juan Manuel Santos la tuvo: Desde Oslo, Noruega, —donde hacía cuatro años  instaló formalmente los diálogos para la terminación del conflicto armado— lo llamaron para decirle que era el ganador del Premio Nobel de Paz.

Entonces quienes sueñan con la paz volvieron a reír, a llorar, a expresar mensajes de esperanza. También lo hicieron muchos de quienes apoyaron el No en el Plebiscito, y todos los negociadores de la guerrilla de las Farc, quienes dijeron que el reconocimiento era un impulso para seguir trabajando para encontrar la igualdad.

Colombia, otra vez, como en los últimos doce días, fue el centro de la prensa mundial porque un día su Gobierno firmó un la paz tras cuatro años de negociaciones; al otro, sus ciudadanos rechazaron el acuerdo; y a la semana su Presidente, pese a todos los pronósticos, resultó elegido entre 376 aspirantes como ganador de un Nobel, y equiparó a  Gabriel García Márquez el escritor que hace 51 años contó la historia de Macondo, un pueblo cargado de realismo mágico que terminó por parecerse mucho a este país.

País esquizofrénico Dos días luego de que el presidente Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño plasmaran su firma en los históricos acuerdos de paz, el expresidente de Uruguay dijo que:  “si Colombia dice No en el plebiscito, daría la impresión de ser un pueblo esquizofrénico que se aferra a la guerra como forma de vida. América Latina difícilmente lo entendería y sería una frustración para lo mejor de Colombia. ¿Quiere decir esto que la paz soluciona todos los problemas? ¿Quiere decir que, al otro día de firmar la paz, todos tendrán trabajo? ¿Que el salario sobrará y todos vivirán en un paraíso? No, desde luego que no”.