“Yo tenía 35 años. Era comerciante de joyas bañadas en oro, muy hermosas. En una de mis ventas fui a ofrecerles a unas amigas las joyas, de repente llegaron unos tipos, llamaron a una de las amigas y no supe qué pasó. Dicen que fui impactada por dos tiros. ¿Qué pasará con mis dos hijas y qué pasará con mi esposo?”. Elisa Lara Alzate. Justicia. Justicia. Justicia.
“Era una quinceañera, muy bonita. Quería ser modelo, me invitaron a participar en un reinado de los Carnavales de El Tigre. Nunca olvidaré ese reinado. Me gustaba el baile, tenía muchos pretendientes. En el 2002 mi vida terminó. Camino a la Balastrera me encontraron desnuda. Había sido abusada sexualmente. Me apuñalaron. Me introdujeron un puñal en la vagina”. Anabel Guerrero. Justicia. Justicia. Justicia.
“Era madre soltera con 4 hijos. El 17 de diciembre viajé con mi hijo de 6 años a La Hormiga. Pasaron diez minutos, me encontré con un amigo, pasaba al frente al hotel cuando explotó el carro bomba. Mi hijo quedó herido, le amputaron una pierna”. Dora Santacruz. Justicia. Justicia. Justicia.
“Tenía 7 meses de embarazo. Unos tipos llegaron y dijeron que venían a llevarme. Me arrastraron delante de mis hijos que se aferraban a mis piernas. Los empujaron y me subieron a la camioneta, no supe el rumbo. A la semana siguiente encontraron mi cuerpo destrozado, a un lado, el de mi bebé. Ellos decían que tenía un hermano guerrillero y querían vengarse de él”. Elsa Morales. Justicia. Justicia. Justicia.
Las historias de Elisa Lara Alzate, Anabel Guerrero, Dora Santacruz y Elsa Morales se entrelazan como los hilos de un tejido. Ellas murieron, fueron asesinadas en medio del conflicto que ha convertido a Putumayo en un departamento de víctimas, pero su memoria sigue viva, gracias a la labor de las otras mujeres: las que sobrevivieron.
Las otras, las que vivieron, también han sufrido, pero descubrieron que unidas son más fuertes, unidas sanan sus heridas. Ellas, las sobrevivientes, contaron las historias de las que partieron. Vestidas de negro con un velo y una máscara blanca se pararon detrás de asientos vacíos con los nombres de varias de las mujeres asesinadas en El Tigre, en el Valle del Guamuez, Bajo Putumayo, para darle voz a Dora, a Nancy, a Elisa…
Este acto de memoria fue la culminación de un proceso en el que mujeres víctimas de la violencia en el Bajo Putumayo, plasmaron en murales de las poblaciones de La Dorada, Puerto Colón y El Placer su dolor, su esperanza y su fuerza sanadora.
Más de 60 de ellas, integrantes de diferentes organizaciones apoyadas por la Alianza de Mujeres Tejedoras de Vida, el Centro Nacional de Memoria Histórica y el programa de Justicia para una Paz Sostenible de Usaid, se reunieron en el Centro de Convivencia Ciudadana de Puerto Caicedo en la presentación de los ‘Muros de la vida’.
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Este homenaje a la vida y trabajo de las mujeres, que por su liderazgo fueron víctimas de desaparición forzada y feminicidios en el Putumayo, fue posible con recursos de Usaid, acompañado por el CNMH.
“Los muros surgieron de cuando nos reuníamos con las mujeres a hablarles de sus derechos. Ellas salían llorando al contarnos las historias. Una nos decía: ‘en el árbol detrás de mi casa está enterrada mi hija, no hemos podido sacarla’. Otra decía que ‘a mi marido lo mataron, sé donde está y no he podido sacarlo para que descanse’. Descubrimos que ellas querían era contarnos sus historias, decirnos los nombres de las mujeres asesinadas, sus hijas, sus abuelas, sus tías…”, cuenta Fátima Muriel, de Mujeres Tejedoras de Vida.
Ella fue una de las mujeres que lideró el proceso, en el que las otras, las sobrevivientes, se reunían para contar sus historias.
Antes de pintar los muros, se realizaron talleres con las mujeres. Eran terapias de sanación colectiva, en las que hablaron, recordaron y sanaron.
Filomena Caicedo fue una de las mujeres que participó en los murales. Ella pintó el sol que acompaña el muro del corregimiento de Puerto Colón, en el municipio de San Miguel. Pero antes, ellas, las sobrevivientes de Puerto Colón, una población a orillas del río San Miguel, que demarca la frontera entre Colombia y Ecuador, hablaron de sus muertos, de ellas, las que fueron lanzadas al río o enterradas en fosas comunes.
Filomena mira una foto, es de una de las carteleras que ellas mismas pintaron: un pueblo de no más de cinco calles, el río, la estación de Policía, el puesto de salud… Y en cada calle una cruz, en cada calle un punto rojo.
“Aquí está mi casa, cada rato me tumbaban la parte de atrás cuando lanzaban las bombas contra la estación de Policía. En una de esas también destrozaron el puesto de salud. Telecom también lo volaron”, recuerda mientras señala la Estación de Policía.
Patricia, otra de las tejedoras de vida y habitante de este corregimiento, muestra un punto rojo: “En la vía al Sábalo queda el cerro, que llamaban el cerro paraco. Allí encontraron fosas con cuerpos de mujeres y hombres. A otros los tiraron al río”.
Es que Putumayo es uno de los departamentos del país en los que la Fiscalía ha encontrado más fosas: 448 con 575 cuerpos.
El proceso de reconstrucción de la memoria realizado en las poblaciones de El Tigre, La Dorada, Puerto Colón y El Placer, dejó como producto la elaboración de tres murales en los que participaron más de 60 mujeres.
Otro punto, otro cuerpo caído: “A una señora que tenía ocho meses de embarazo la mataron porque decían que era pareja de un guerrillero. Cuando el papá, a quien le decíamos ‘El Patilludo’ fue por su cuerpo, lo mataron a él. A una líder comunal, Griselda se llamaba, la mataron porque dijeron que los hijos eran colaboradores de la guerrilla...”.
Las calles de Puerto Colón, las de La Dorada, la de La Hormiga, las de El Placer, las de El Tigre… están repletas de esos puntos rojos. Las vidas que una guerra arrebató.
Estas poblaciones han sufrido la guerra del Frente 48 de las Farc y del Bloque Sur de las Autodefensas. Un documento de Memoria Histórica: ‘El Placer: mujeres, coca y guerra en Bajo Putumayo’, explica que en Putumayo “durante más de dos décadas, la población civil ha sido estigmatizada como guerrillera o paramilitar, según el lugar donde habite, y ha sido víctima de múltiples y atroces repertorios de violencia”.
Con la llegada del Bloque Sur de las AUC en 1999, a los campesinos de la zona los rotularon de ‘guerrillero’, ‘colaborador’, o ‘auxiliador’, para posteriormente amenazarlos o castigarlos. Y a las mujeres: “‘Decente’, ‘indecente’, ‘prostituta’, ‘paraquera’ o ‘recorrida’. Así la categorizaron, limitando su participación en la comunidad y, en muchos casos, sometiéndolas al escarnio público”.
A ellas, las sobrevivientes, les mataron sus hijos, sus esposos, sus hermanos, sus tíos, sus primos, sus vecinos y sus amigos. A ellas, las sobrevivientes, las golpearon, las castigaron y en muchas ocasiones las violaron. Su cuerpo fue botín de guerra.
“El abuso se orientó a castigar a la víctima por sus relaciones laborales y sexuales con la guerrilla; por medio de este crimen, los armados sancionaron el vínculo que la mujer, en el ejercicio de su trabajo, sostuvo con miembros de las Farc. Un segundo propósito de la violación fue “limpiar” a la mujer de la “suciedad” que, según los paramilitares, le impregnó el enemigo”, cuenta el documento de Memoria.
Pero el dolor, ni las huellas físicas o psicológicas, frenaron a ellas, las mujeres que sobrevivieron. Ahora velan por la memoria de las que se fueron y sanan sus heridas hablando, contando lo que sufrieron y pintando. Filomena dice que en el muro reflejaron la violencia que se vivió en Puerto Colón.
Cuando pintaron los murales, gran parte de la comunidad se reunió a pintar: mujeres, niños y hombres, guiados por artistas.
“El sol que ustedes ven al respaldo es la luz que nos llega nuevamente con este tratado de paz y esas flores son porque aquellas mujeres no murieron sino que florecen en estos jardines. El azulejo es vida.
Queremos reflejarles que a pesar de todo lo que hemos sufrido seguimos viviendo porque somos mujeres de paz, mujeres de armonía, mujeres luchadoras, mujeres que le decimos sí a la paz, no a la violencia”, dice.
“Las víctimas queremos que se haga justicia. Perdonar, perdonamos, pero olvidar jamás. Justicia. Justicia. Justicia”: gritaron a coro las mujeres vestidas de negro.