En Cali la intolerancia por poco nos está matando. El 10 de febrero pasado, en Marroquín, un hombre recibió un golpe en la cabeza con una piedra del tamaño de un puño en medio de una riña familiar; cinco días después, un conductor del MÍO resultó herido con un machete, tras discutir con un taxista porque sus vehículos estuvieron a punto de chocar en un cruce vial.
Apenas una semana más tarde, el 22 de febrero, un agente de tránsito fue apuñalado por un motociclista que se negó a mostrarle sus documentos en un operativo sobre la Carrera 66 con Calle 11, al sur de la ciudad.
Definitivamente algo está ocurriendo con la salud mental de los caleños. Una discusión familiar, una deuda, un partido de fútbol, una diferencia de opinión y hasta una mirada pueden llegar a ser móviles para que las autoridades registren heridos y muertos en esta ciudad que aún hereda las maneras del narcotráfico.
La intolerancia en todo caso no solo deja heridos. El año pasado, en Cali se registraron 306 homicidios asociados a líos de convivencia.
La estadística incluye el caso de un hombre que, en septiembre de 2018, asesinó a su hermano menor durante una pelea a cuchillo en el centro. Se disputaban una propina de $1000 por el cuidado de una moto.
O la historia de un joven que le propinó una puñalada en un bus del MÍO a un hombre que le solicitó ceder el puesto a una mujer embarazada.
Según los datos del Observatorio de Seguridad de la Alcaldía de Cali, el 26,2% del total de las muertes violentas ocurridas el año pasado (1169), se debieron a diferencias entre ciudadanos que se pudieron resolver de otra manera: riñas, conflictos de pandillas, peleas entre parejas, violencia intrafamiliar.
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Solo hasta el 26 de febrero de este año, los mismos motivos sumaron un total de 26 asesinatos. Al menos 22 de ellos se debieron a riñas.
Durante el mismo lapso en la Línea 123 de la Policía se atendieron 37.561 llamadas para reportar peleas, sobre todo de las comunas 6, 13, 15, 14, 20 y 21, que históricamente registran los mayores índices de violencia.
Hasta el 19 de febrero pasado eran 717 las víctimas lesionadas en esta ciudad donde pareciera que no nos soportamos. Entre las víctimas, incluso, está un policía al que le lanzaron una olla con agua hirviendo.
En sus 13 años como agente, el subintendente Milton Eduardo Ramírez, patrullero del CAI de la Policía de Manuela Beltrán, en el oriente de la ciudad, recuerda haber presenciado múltiples hechos de intolerancia en Cali, Manizales y Urabá, las zonas donde ha prestado su servicio a la patria, pero jamás supuso que él sería una de las víctimas.
Desde su oficina en la Estación de Policía Los Mangos, con su mano derecha aún vendada, relata que el pasado 17 de febrero, cuando patrullaba sobre la Carrera 26 J con Calle 106, alrededor de las 10:30 a.m., recibió una llamada de auxilio del segundo piso de una vivienda: “Ayúdenos, ayúdenos, que aquí hay un muchacho como loco”, le dijeron.
Cuando ingresó a la casa, el agente Ramírez se encontró con algo parecido a un ring de boxeo, solo que no había reglas. Nueve personas de una misma familia – cuatro mujeres, dos hombres y tres niños – intentaban contener a uno de sus familiares, quien parecía salido de quicio.
“Vi al agresor dándose puños con las mujeres. Todos estaban en una habitación que también era su cocina. Mi objetivo era impedir que continuaran agrediéndose. Cuando el agresor me vio, en el acto cogió una olla con agua caliente y la lanzó”, relata el Subintendente.
Por fortuna, las personas que estaban tratando de contener al chico no le dieron la suficiente libertad para que el contenido de la olla diera directamente en el rostro del subintendente Ramírez, por lo que el agua humeante apenas cubrió su mano y su pierna izquierda, lo que sin embargo le generó quemaduras de primer grado.
“Yo sentí un ardor intenso en la piel, pero el uniforme me permitió resistir por más tiempo el ataque. Solo escuché el grito de una de las jóvenes que lamentablemente recibió el agua caliente en casi todo su cuerpo. A ella la auxiliaron los demás, mientras mi compañero y yo terminamos de esposar al agresor. Entregué el caso y fui a recibir atención médica”, continúa el agente Ramírez, quien desde entonces no ha dejado de pensar en la suerte de la menor herida.
“Sé que las quemaduras en su caso llegaron a ser de tercer grado. Si a mí me ardía demasiado, no imagino el dolor que sentía ella. Me gustaría saber cómo avanza su recuperación, si la mía ha sido complicada...”
El policía de 32 años sabe que es cierto que a veces nos destruimos unos a otros en cuestión de segundos.
En Cali, especialmente en el oriente de la ciudad, así como en el centro, las riñas son parte del paisaje cotidiano.
La mayoría de las víctimas acuden al mismo lugar: el Hospital Universitario del Valle, HUV.
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El médico Ricardo Gallego, del área de Trauma y Reanimación del Hospital Universitario del Valle, dice que los heridos por la intolerancia en Cali son, sobre todo, jóvenes de entre los 14 y los 30 años.
“Llegan prácticamente al quirófano, con signos vitales al límite por heridas que van desde traumas craneoencefálicos severos, generalmente por armas de fuego, pero también de arma cortopunzante, hasta heridas producidas por objetos contundentes, con toda la intención de arrebatar la vida. También llegan con golpes producidos por patadas y puños. Esas marcas son la prueba más clara de la intolerancia en Cali”, dice el doctor Gallego, quien describe el panorama de la ciudad como triste y desalentador.
“Acá en el Hospital Universitario del Valle todo el tiempo hacemos de ‘tripas corazón’ para salvar la vida de ciudadanos que fueron agredidos por conflictos que se pudieron resolver por caminos distintos a la violencia”.
Los días en los que más conflictos surgen entre los caleños son, paradójicamente, los mismos en que todo debería ser una fiesta: el Día de la Madre, la Feria en diciembre, el Día del Amor y la Amistad, los fines de semana que coinciden con el pago de la quincena.
“Desafortunadamente el consumo de alcohol y drogas tienden a ser los principales detonantes o estímulos para que las personas adopten estas conductas agresivas”, asegura el médico Ricardo Gallego.
A unos cuantos pasos del HUV, en las instalaciones de Medicina Legal, el patólogo Jorge Paredes, uno de los especialistas encargados de las autopsias, dijo alguna vez que en Cali, sobre todo, lo que nos hace falta es entender al prójimo, nada más.
“Aquí han llegado cadáveres de personas que fueron asesinadas simplemente por llevar una camiseta del América o del Deportivo Cali”.
Desigualdad genera violencia
La diversidad cultural que tiene Cali por ser una ciudad migrante, las secuelas de un pasado violento debido al narcotráfico, la falta de confianza en la justicia, así como las condiciones de desigualdad que se viven en ciertos sectores de la ciudad, son algunas de las explicaciones que expertos en seguridad estudian para explicar el por qué en la capital del Valle se presentan altos niveles de intolerancia.
Cali, una ciudad diversa
Según explicó Álvaro Pretel, analista e investigador, si se analizan las densidades de los homicidios en la ciudad, se concluyen que están sectorizados en zonas como el Oriente y la Ladera. Pero, si se hace el mismo ejercicio con el comportamiento de riñas, por ejemplo, el mapa revela que se presentan en casi toda la ciudad.
“Las situaciones de riñas, violencia intrafamiliar, conflictos entre pandillas, entre otras, entran en la categoría de tipo de homicidios por convivencia, los cuales se detonan básicamente por hechos de intolerancia. La espacialidad de estas situaciones está asociada a casi todo el territorio”, señaló Pretel.
De acuerdo con el analista, la principal explicación que se puede dar es que Cali es una ciudad heterogénea, hablando en términos culturales y de identidad.
“Es una ciudad de inmigrantes en la cual se concentran personas de diferentes poblaciones: del Pacífico, del interior del país... son personas diversas, incluso, entre sí. Tienen diferentes patrones sociales de comportamiento, diferentes maneras de celebrar, factores que a la hora de encontrarse en espacios territoriales, muchas veces pequeños, con carencias, o sin una autoridad clara, detonan en interacciones de violencia por hechos de convivencia, principalmente”, dijo Pretel.
¿Mejor la justicia por cuenta propia?
De otro lado Katherine Aguirre, investigadora del Instituto Igarapé de Brasil, una entidad dedicada al estudio de la violencia, aseguró que los altos niveles de intolerancia en cualquier territorio, no solo en la capital del Valle, se deben a la combinación de dos ausencias.
“El primero es la ausencia de acciones de seguridad y justicia por parte de la Fuerza Pública que hace que la gente prefiera resolver sus conflictos por su cuenta. Eso se combina, además, con la ausencia de educación y de cultura ciudadana que ha llevado a que se tenga la violencia como la manera más efectiva de resolver conflictos”.
Aguirre señaló los bajos niveles de empatía y sensibilidad que manejan las redes sociales, las cuales juegan un papel importante en el momento de rechazar o naturalizar la violencia.
“En muchos de los casos de intolerancia que fueron noticia este mes en Cali, llamaban la atención porque fueron grabados por personas que tenían un celular en la mano, pero lo único que se les ocurría era poder captar la riña para subirlo a redes sociales, ya que es un espacio que parece premiar estas acciones”.
La perdida de espacio público
Según Jesús Dario González, investigador de la Fundación Ciudad Abierta, uno de los principales factores generadores de intolerancia en Cali está estrechamente relacionado con las condiciones de hacinamiento y pérdida de espacio público que ha tenido la ciudad a través de los años.
“Vivimos en un caos urbanístico, la construcción de la ciudad se ha dado en espacios mal distribuidos. Ese aspecto tiene que ver propiamente con el vínculo cotidiano de la ciudad y las condiciones de vida. Tenemos una ciudad profundamente informal, en la medida que no hay acceso a oportunidades se generan unas condiciones muy difíciles de angustia social y hasta de salud mental. Por situaciones de exclusión también se generan culturas de pobreza que se arraigan en la violencia”.
Por otro lado, el investigador aseguró que existe una oferta pública precaria y desarticulada en cuanto a temas de paz, convivencia y desarrollo.
“Necesitamos una intervención más exhaustiva con la cultura profunda de la ciudad. Es decir, tenemos una gran cantidad de programas dispersos que rascan donde no pica, que terminan pensando más en el gasto que en la inversión social. Lo que se ve es que esos programas de intervención de las administraciones pasadas han estado llenos de alternativas de prevención, pero hay un problema de dispersión de esas acciones”, acotó González.
Es salud mental
Según explica Carlos Alberto Mejía, psicólogo clínico y máster en salud mental, en el mundo de los animales la agresividad es algo instintivo, sin embargo, en el ser humano este comportamiento está más ligado a las emociones.
“La tolerancia a la frustración es el sentimiento que aparece cuando no conseguimos lo que queremos y en cada ser humano actúa de una manera diferente. Se trabaja mucho en los niños, cuando les enseñamos a tolerar que no todo lo que quieren lo pueden tener”, dijo el profesional.
Y agregó: “Muchas de las personas que interactúan de forma violenta tienen problemas sicológicos, de su infancia. O de consumo y adicción. Lo más recomendable siempre es buscar ayuda profesional. Primero hay que trabajar lo individual para ver resultados en lo colectivo”, aseguró Mejía.
"¿Qué tipo de ciudad queremos construir?"
Para la secretaria de Paz y Cultura Ciudadana de Cali, Rocío Gutiérrez Cely, reducir los índices de intolerancia en la ciudad es un reto enorme para las autoridades y la Administración.
Trabajos que van desde enseñar a respetar las filas en las estaciones del MÍO, incluir la cátedra ciudadana en los curriculum de las instituciones educativas, así como transformar las fronteras invisibles en calles del color, son algunos de los proyectos liderados que hasta el momento revelan resultados positivos.
Sin embargo, dice Gutiérrez, el principal esfuerzo debe hacerlo la ciudadanía, la cual debe reflexionar sobre la ciudad que quiere construir.
¿Es prioritario para la Alcaldía los altos índices de intolerancia en Cali?
Claro, siempre ha sido una de nuestras principales preocupaciones. En Cali nosotros tenemos un porcentaje de violencia muy ligado a temas de microtráfico e ilegalidad, pero también índices muy altos relacionados con la incapacidad de regular el comportamiento. Esto se ve reflejado en los hechos que han sido noticia, pero también en la cotidianidad de las personas.
¿Qué decirle a los caleños frente a esta situación?
Hemos venido haciendo un ejercicio muy juicioso de disminución de indicadores de violencia, pero ese ejercicio tiene que ser complementado con un compromiso ciudadano.
Los caleños no podemos seguir reaccionando de manera tan agresiva y violenta frente a cualquier situación, tenemos que aprender a resolver nuestros conflictos de manera pacífica. Esa es la única oportunidad que tiene una sociedad para desarrollarse, porque las dinámicas de violencia generan pobreza.
¿Cómo lograr eso?
Sintiéndonos dueños de la ciudad y preguntándonos cuál está siendo nuestro aporte para construir la ciudad que soñamos y de la que la mayoría del tiempo, de pronto, nos estamos quejando.
Explico: cuando uno es dueño de la casa, el anfitrión, está bajo su responsabilidad que todo funcione. Es una metáfora, pero se trata también un poco de señalar que está en nuestras manos, en un porcentaje muy amplio, transformar las condiciones de convivencia.
En muchas ocasiones nosotros no somos tan conscientes de aquellos factores positivos que tenemos, sino que nos esforzamos en hacer hincapié en los factores negativos. Eso hace que las dinámicas psicológicas y afectivas del caleño tiendan a ser ansiosas, irritables, intolerantes, con menos capacidad de controlar los impulsos.
¿Qué tan difícil es contrarrestar ese comportamiento?
Nosotros trabajamos, por ejemplo, en las estaciones del MÍO con el programa de Gestores de Paz, recordando la importancia de hacer la fila y de cómo eso nos facilita la vida a todos.
Pero el trabajo se hace muy difícil porque en un primer momento las personas siempre son reactivas, porque los cambios en comportamientos sociales desafortunadamente no tienen lugar de un día para otro, son procesos que toman tiempo porque estamos hablando de conductas humanas.
Lo que empezamos a ver es que las intervenciones siempre van a hacer falta y siempre va a ser necesario trabajar mucho más.
¿En qué escenarios se ha visto reducción de índices de intolerancia?
En muchas comunidades, un ejemplo simple es la Comuna 16. Una zona que ha sido de concentración permanente de pandillas y fronteras invisibles, estos jóvenes ahora hacen parte de los modelos de prevención y de acompañamiento social en materia de prevención de violencia. La tensión que tenían los docentes para salir de las instituciones educativas de ese sector, que antes tenían que solicitar acompañamiento policial, ya no se vive.
La transformación de una calle en el barrio Petecuy, uno de los sectores que tenía mayores indicadores de violencia en la Comuna 6. Esa calle, que era una frontera invisible donde había de manera permanente enfrentamientos entre pandillas, hoy se llama La Calle del Color y es un espacio que tiene intervención de urbanismo táctico, de gráfica urbana para la paz y tratamiento social con jóvenes expandilleros.
Ejemplos más sencillos, a través de los gestores de culturas de paz en estaciones del MÍO muy complicadas como Andrés Sanín, donde hace dos años atrás era absolutamente imposible que las personas respetaran la fila. Hoy tú vas a esa estación y ves a la gente respetando esas normas y, sobre todo, haciéndolas respetar. Es decir, empezamos a ver cambios de comportamiento.
Toda nuestra batería de prevención suma más de 7000 personas impactadas en las 22 comunas de Cali y cuatro corregimientos.