Al vendedor de libros piratas ubicado a una cuadra de la Plaza de Cayzedo del centro de Cali le comento que los que falsificaron el libro ‘Pecoso, vida y anécdotas en el fútbol’, ni siquiera tuvieron la decencia de publicar las fotos y los perfiles de los autores: el periodista deportivo Francisco Henao Bolívar y quien escribe estas líneas.
Cuando le confieso que soy el coautor de ese libro pirateado que exhibe en su puesto, y le muestro el original con las fotos en la solapa, el vendedor, de unos 50 años y vestido con una camisa a rayas por dentro de su pantalón, se sonroja. Enseguida se excusa. Él – dice– simplemente distribuye los libros piratas que le ofrecen los “patinadores”, muchachos que trabajan en las imprentas ilegales de la ciudad y que recorren los puestos de ventas de libros de la calle entregando las últimas novedades editoriales – falsificadas - a precios absurdos.
El libro del Pecoso se lo compró a los piratas en $9.000, lo que cuesta en estos días de inflación una bolsa de leche y un pan molde. Él lo vende en más del doble, $19.000; la mitad de lo que cuesta el libro original, al que los autores le invirtieron dos años de trabajo. El descaro de los piratas llega al punto de ponerle en la última página su sello, como si se tratara de una editorial; una balanza (¡el símbolo de la justicia!) con cuatro letras (J, J, V, G).
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El bajo precio de los libros piratas está más que justificado. Son fotocopias del libro original, al que escanean. En el caso del libro del Pecoso, las fotos están manchadas, lavadas. A la edición pirata le quitaron páginas, tal vez para hacerlo más rentable, e hicieron dos versiones, una en papel blanco y otra en papel reciclable.
– Que los patinadores vendan su libro en $9.000 es caro. El promedio de estos libros cuando salen de las imprentas es de $7.000. Lo que pasa es que el papel está muy caro – dice el vendedor.
Detrás de la piratería de libros se oculta una defraudación millonaria a la industria editorial: $198 mil millones anuales, según estimaciones de la Cámara Colombiana del Libro. Pero eso pareciera no importarles a las autoridades locales. Ni en 2021, ni en los primeros seis meses de 2022, se ha hecho un operativo contra este delito, según la Policía Metropolitana de Cali.
La anécdota me la contó Felipe Ossa, el gerente de la Librería Nacional, la más importante de Colombia y otra de las grandes víctimas de la piratería. En 1999 el general de la Policía, Rosso José Serrano Cadena, publicó su libro de memorias, ‘Jaque Mate’, la historia de cómo le ganó la partida al ‘Ajedrecista’, como era conocido el narcotraficante Gilberto José Rodríguez Orejuela. Una semana después, el libro, de la editorial Norma, ya se vendía en los semáforos pirateado. El general Rosso José, distinguido como el ‘mejor policía del mundo’, le preguntó a su editor: ¿y ahora qué hacemos?
– Imagínese el alcance que tiene la piratería de libros. Si ni siquiera se salva el mejor policía del mundo, y no se hizo nada para evitar que su libro fuera falsificado, ¿qué pueden esperar los otros autores? A los personajes más poderosos de Colombia que han sacado libros los han pirateado. Le pasó a Óscar Naranjo, cuando publicó ‘El General de las mil batallas’. En la portada decía: ‘Julio Sánchez Cristo confiesa al policía más poderoso de nuestro tiempo’. Y lo piratearon. Lo mismo ocurrió con un libro del expresidente Álvaro Uribe, y más recientemente con la biografía del presidente electo, Gustavo Petro. A Gabriel García Márquez lo han pirateado todo lo que han querido, así como a cualquier autor de éxito – dice Felipe.
Uno de los problemas es que, para las autoridades, en un país con la complejidad de Colombia, las dificultades de orden público de Colombia, que pirateen un libro es un delito menor, una minucia de poco impacto. Finalmente, los piratas no matan a nadie al falsificar una obra (aunque sí tienen el alcance de amenazar a los editores que los persiguen).
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En el fondo hay un desconocimiento de los graves impactos de la piratería en la economía de la cadena del libro, que genera 5.000 empleos, pero además es evidente un rasgo cultural que menciona el escritor Ricardo Silva Romero: la de Colombia es una sociedad tan desigual que el arte se parece más a un lujo, por lo que aún se está lejos de comprender la importancia del oficio de los artistas en cualquier campo. De ahí que la piratería, un delito que se comete a la vista de todos, pareciera no importarle a nadie, no escandalizar a nadie. Hasta los policías compran libros piratas.
– Piratear libros es tan lucrativo como el narcotráfico. Con la diferencia – y la ventaja para los delincuentes - que a los piratas no los persiguen. La piratería se tiene que cometer a la vista de todo el mundo. La exhibición en las esquinas, en los parques, en las plazas, en las redes sociales, es la vitrina de los piratas. Y todo el mundo sabe dónde venden los libros piratas en Colombia. En Medellín es en La Bastilla, en Cali es en Santa Rosa. Entonces, en principio, por lo menos la comercialización al público podría ser controlada. La política pública debería ser cero tolerancia con la piratería. Ya son muchos años en los que los creadores se han visto muy afectados. Las sociedades no evolucionan con el irrespeto por el derecho ajeno – dice Manuel José Sarmiento Ramírez, el Secretario General de la Cámara Colombiana del Libro, y quien es reconocido en la industria editorial por su lucha contra la piratería.
Desde la Cámara Colombiana del Libro se hace “pedagogía” con las autoridades para explicarles el daño que genera la falsificación de las obras. Algunos altos mandos los han escuchado en Bogotá, donde a inicios de 2022 la Sijín desmanteló dos talleres en la localidad de Kennedy e incautó diez mil libros piratas. También desmanteló una red de producción de textos escolares, que tenía en sus bodegas otros 23 mil libros. Los piratas se reproducen por toneladas.
– Sin embargo, en la Cámara Colombiana del Libro no tenemos los recursos para enfrentar este fenómeno en otras ciudades como Cali, Barranquilla, el Eje Cafetero. Por ahora hacemos presencia en Bogotá, donde existe otra dificultad: la rotación en la Policía hace que cada que se cambie a uno de los altos mandos debamos hacer esa labor de pedagogía. Por eso insisto: se necesita una política nacional contra este delito – dice Manuel.
Los piratas tienen otra ventaja: la tecnología cada vez más les hace más fácil su trabajo. Para piratear un libro compran el original (o lo roban de las librerías), lo desarman y escanean sus hojas. Después lo reproducen en máquinas ‘duplicadoras’, fotocopiadoras de alto rendimiento. Las portadas las reproducen en talleres de impresión en cuatro colores. Luego arman el libro. O lo que han escaneado lo convierten en un archivo PDF que suben a las plataformas digitales.
En la Cámara Colombiana del Libro se patrulla a diario la red. Cuando se encuentra una página que ofrece libros piratas se inicia un extenso proceso judicial. Se debe hacer demandas por cada título pirata que se encuentre, lo que hace que la lucha sea económicamente inviable. En Estados Unidos, en cambio, gracias a la ley Digital Millennium Copyright Act, es posible solicitar la eliminación de un contenido de inmediato con solo demostrar la autoría.
El criterio para elegir qué libro piratear se basa en la popularidad de la obra. Qué tanto se pregunta por un título en la calle o qué tanto se menciona en los medios. De 20 mil libros que se publican cada año en el país, los piratas, como la industria editorial, viven de unos 500: los más vendidos. Bien sea autoayuda, literatura, periodismo, textos escolares, no importa. Se piratea lo que sea mientras el contenido despierte cierto interés en la gente.
En su oficina en Ícono Editorial, Gustavo Mauricio García Arenas se sonríe. Alguna vez le pusieron el rótulo de haber sido el único editor capaz de llevar a la quiebra a los piratas. Sucedió hace varios años, cuando Gustavo publicó un libro con un título sugestivo: ‘El testamento de Pablo Escobar’, del escritor francés Jean Francois Fogel. Se trata de un ensayo sobre la correlación que existe entre los países consumidores de drogas y los productores. La gente en la calle tomaba el libro atraída por el título, pero cuando ojeaba las primeras hojas en busca de las historias del ‘patrón’ y se encontraba con una especie de tesis académica, lo dejaba a un lado.
– La piratería genera un desastre total en Colombia. Es el peor enemigo tanto de los escritores como de los editores. Y no me parece que tenga nada de filantrópico. Los piratas siempre han tratado de mostrarse como si fueran los encargados de llevar la cultura a la gente que no puede pagar los precios de los libros, cuando en realidad son una mafia a la que lo que menos le interesa es la cultura – dice Gustavo.
El del precio bajo de los libros es uno de los argumentos de quienes justifican, de cierta manera, la existencia de la piratería. El debate es amplio. Es cierto que en una sociedad tan desigual como la de Colombia no es fácil sacar de un salario mínimo el presupuesto para comprar libros. Pero también es cierto que la industria legal ofrece ediciones para intentar cubrir las capacidades de todos los bolsillos, aunque jamás logrará igualar los precios de la piratería. Los piratas se saltan de tajo los honorarios de escritores, correctores de estilo, editores, distribuidores, libreros.
– Lo que sucede es que en Colombia tenemos un problema cultural con respecto al valor del libro y de la cultura. Se considera que un libro de $50,000 es caro, pero por una botella de aguardiente en una discoteca, que cuesta el triple, no hay problema. Conozco personas que me han dicho que un libro de $70.000 es costoso, pero tienen un celular de $5 millones. No se dimensiona el valor del libro, el valor espiritual, de crecimiento, de nutrir el intelecto, de hacer pensar. Hay gente muy distinguida a la que le han hecho reportajes en los que se vanaglorian de haber robado libros en algún momento de su vida. Lo curioso es que nadie se vanagloria de robarse una corbata o un pantalón. El libro sí, como si eso fuera una hazaña, cuando es un delito – dice Felipe Ossa, el gerente de la Librería Nacional.
Otro fenómeno curioso sucede con algunos autores, que no dependen de la venta de los libros para vivir: se alegran de que una obra suya se piratee. Lo toman como una señal de éxito. Héctor Abad Faciolince, uno de los escritores más reconocidos de Colombia, considera en cambio que un libro pirateado no es señal de nada.
– Me han pirateado varios de mis libros y esto para mí es simplemente una estafa. Gente que no ha hecho ningún esfuerzo ni de escritura, ni de edición, ni de promoción, se apodera del trabajo ajeno e imprime con mal papel, mala tinta y sin ningún control de calidad un libro ajeno. Me ha pasado que me pasen para firmar más libros piratas en los colegios privados que en los colegios públicos, así que tampoco me sirve el argumento de que con los libros piratas los jóvenes pobres pueden leer. Los que no tengan con qué comprar un libro lo pueden pedir prestado, gratis, en una biblioteca pública. A veces capturan a los autores o a los vendedores de piratería, pero el problema no se soluciona porque los jueces los sueltan con argumentos insostenibles, como que esos piratas contribuyen a la cultura. A lo que contribuyen es a afianzar la cultura de la ilegalidad y del robo – dice Héctor.
En teoría piratear un libro en Colombia tiene una pena de entre 4 y 8 años de cárcel. En algunos casos este delito ha sido el primer escalón de mafias que después incursionan en la elaboración de juegos de azar o de billetes falsos. Sin embargo, lo ya mencionado: la percepción de las autoridades es que piratear un libro es un delito menor, luego no se sanciona con rigurosidad.
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Además, comenta Fernando Rojas, gerente de Panamericana Editorial, iniciar un proceso penal contra un pirata no solo toma mucho tiempo, sino que es costoso para las editoriales, que deben lidiar con los números que les representa la piratería. Cuando un libro es exitoso, la proporción de ventas es de dos a uno; por cada libro legal, se venden dos piratas. La mayoría de ciudadanos desconoce también que comprar un libro pirata es un acto ilegal.
– El que imprime un libro pirata está de un lado del delito, pero el que lo compra está del otro. Y le está mandando un mensaje a la sociedad, en el sentido de que la trampa es buena. Lo vemos en los colegios, papás que compran piratas los textos escolares para sus hijos y se sienten bien de no haber pagado el precio del libro original. Hay una doble moral del consumidor. Los estamentos educativos deberían hacer pedagogía sobre lo que significa estar en la legalidad – dice Fernando.
Al escritor Ricardo Silva Romero le ha sucedido eso de que le pasen ediciones piratas de sus libros para firmarlas. Él accede, porque sospecha que detrás hay una inocencia de ese lector, que no siempre está preparado para distinguir una obra original de una que no lo es. Y aunque entiende la dificultad de comprar libros en un país desigual como Colombia, la piratería se le hace un sistema perverso: los piratas no solo le arrebatan la que deberían ser sus ganancias por lo escrito, sino que arruinan el libro, un objeto que es sobre todo eso: algo muy cuidado y al que se le invierten años de trabajo.
Aunque hay algunos autores que de cierta manera justifican la piratería, solo en algunos casos. La periodista Olga Behar recuerda que las obras piratas han sido una manera de esquivar la censura y la obstrucción de algunos poderosos para que los libros se lean. Le sucedió con ‘El clan de los doce apóstoles’, un libro que ya va por la décima edición, y en el que detalla los vínculos que tendría Santiago Uribe Vélez, el hermano del expresidente Álvaro Uribe, con el paramilitarismo. Cuando se lanzó el título, algunas de las librerías de Medellín, la tierra de los Uribe, devolvieron los ejemplares, sin explicar por qué. Mientras el libro se vendía como pan caliente en toda Colombia, en Medellín no. Hasta que la piratería hizo lo suyo y puso el libro en los semáforos.
En las dictaduras ha sucedido algo parecido. Los libros corren de mano en mano fotocopiados, o en impresiones artesanales de regular calidad. Pero en un escenario diferente, de libertades, la piratería genera el efecto contrario: impiden que los autores creen, produzcan. Es otra manera de censura.
– Y no se trata solo del consumo nacional. Las creaciones también se exportan. Y el autor tiene derecho a vivir de su creación. En la mayoría de los países los escritores viven de lo que escriben. En Colombia, por esa falta de protección, no. Deben ser profesores, periodistas, trabajar en otra cosa. Por eso debería ser un propósito nacional ponerle fin a la piratería. Colombia podría ser una potencia en América Latina en su industria editorial. Pero no ha podido crecer en los niveles que necesita por cuenta de los piratas – dicen Manuel José Sarmiento Ramírez, el Secretario General de la Cámara Colombiana del Libro.