Cali no solo es una ciudad de científicos capaces de enviar robots a Marte, como lo acaba de lograr la ingeniera aeroespacial Diana Trujillo, jefa del equipo de ingeniería del brazo robótico del Perseverance de la Nasa, que ya recorre el ‘planeta rojo’. También es cuna de hematólogos-oncólogos como el doctor Cristhiam Rojas Hernández, quien, en el MD Anderson Cáncer Center en Texas, es uno de los investigadores principales de un estudio clínico sobre el efecto de los anticoagulantes para tratar la infección por Covid–19.

— Todavía no se ha determinado si los anticoagulantes generan un efecto protector o no, y es lo que pretendemos averiguar. El estudio se llama Rapid Coag e incluye centros de investigación y hospitales en Canadá, Estados Unidos, Suramérica, con más de 25 investigadores en el mundo –dice por celular desde su consultorio, después de terminar las consultas de la mañana.

El doctor Rojas nació en Cali hace 39 años. Fue en su colegio, El Claret, durante las clases de biología, química y física, cuando descubrió que quería ser médico. En 1999 ingresó a la Universidad del Valle y en 2005 se graduó con honores. Un viaje le cambiaría la vida para siempre.
Después de terminar su año de internado en el HUV, hizo una pasantía en la Universidad de Miami, gracias al programa William Harrington.

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Harrington fue un hematólogo prominente en EE. UU., justo la rama de la medicina en la que eligió especializarse el doctor Rojas. En la Universidad de Miami tuvo la oportunidad de acceder a tecnología de punta y relacionarse con médicos reconocidos mundialmente, lo que hizo que “abriera los ojos” ante las oportunidades que tendría en caso de ejercer su carrera en Estados Unidos.

Aplicó para validar sus estudios e hizo una residencia en la Universidad de Yale. Después, en la de Nuevo México, se formó como hematólogo–oncólogo. Fue en esa universidad donde comenzó su carrera como investigador. Trabajó con mentores mundiales en leucemia, cáncer hepático, trombosis y en general los problemas de la coagulación, lo que lo llevó a donde trabaja hoy, el MD Anderson Cáncer Center. Hasta que apareció la pandemia del coronavirus y la necesidad urgente de dar respuestas.

—Lo que se ha reconocido es que uno de los problemas que genera el coronavirus es el riesgo de coágulos sanguíneos, mi área de especialidad. El estudio en el que trabajo se enfoca en pacientes hospitalizados. Es una investigación en la que hay dos ‘brazos’ de comparación: a los pacientes se les da anticoagulación en ambos casos, pero lo que queremos determinar es cuál es la dosis óptima –dice el doctor Rojas, quién igualmente se dedica a entrenar estudiantes “para dejar un legado”.

Entre sus objetivos está concretar un programa de pasantías en el MD Anderson Cáncer Center con estudiantes de Univalle. Una de las frases que les transmite la leyó en la pared de una biblioteca. Se la atribuyen al filósofo romano Seneca: “Suerte es lo que sucede cuando la preparación coincide con la oportunidad”.

Víctor Manuel Bastidas Valencia es, literalmente, un adelantado a Colombia. Lo llamo a las 8:00 de la noche de un miércoles y él contesta el jueves, a las 10:00 de la mañana, en Japón. Trabaja en la empresa de telecomunicaciones Nippon Telegraph and Telephone (NTT), en una división llamada NTT Basic Research Laboratories.

Víctor es físico. Se enfoca en hacer investigaciones con aparatos tan extraños como los computadores cuánticos. También realiza investigaciones que han sido publicadas en las revistas científicas más prestigiosas del mundo como Science Advances. Una de esos estudios se lo dedicó a su profesor del bachillerato, Francisco Wuman: Teoría del Metamorfismo Cuántico.

Víctor nació en Yumbo en 1983, y estudió en el Colegio José Antonio Galán. Sus profesores Francisco Wuman, Walter Montes y Phanor Gómez se encargaron de que se enamorara de la física, sin importar que no tuviera plata para estudiar la carrera: apenas la pensión de un salario mínimo de su mamá. Tanto Wuman, como el colegio, reunieron para pagar su matrícula en Univalle. De ahí su cariño por “el profe”.

Para ahorrar, Víctor llegaba a las clases de cálculo montado sobre las pipas de gas que distribuían en Cali los vehículos que salían desde Yumbo a las 5:00 a.m. Lo dejaban en el Batallón Pichincha, y de ahí caminaba hasta la universidad.

Una vez se graduó, aplicó a una beca en Alemania para cursar un doctorado en transiciones de fases cuánticas. No pagó un peso por estudiar allá. Luego hizo dos posdoctorados más, uno en Alemania y otro en Singapur, hasta que, en 2017, lo contrataron para hacer investigaciones en la empresa japonesa.

Cuando leyó las entrevistas que le hicieron a la ingeniera aeroespacial Diana Trujillo, se sintió identificado con su propia historia.

— Toda la vida amé la física y fue ese amor lo que hizo que superara las dificultades que tuve en Colombia para encontrar una oportunidad en mi campo. No se debe escoger una carrera por plata. Hay que seguir la pasión que se tenga, sea físico o panadero, o lo que sea. Como la doctora Diana Trujillo, yo no sabía inglés cuando salí del país, y viajé a Alemania a hacer mi doctorado. Aprendí primero el alemán que el inglés. A veces se piensa que para estudiar en el exterior se requiere tener un montón de plata y saber varios idiomas y no es así. Basta soñar.

Los sueños son como una brújula que te lleva por un camino de oportunidades, dice desde la Florida Hever Moncayo, investigador en Embry-Riddle Aeronautical University.

Hever nació en Pasto, hizo su carrera de ingería física en la Universidad del Cauca, y en Cali cursó su maestría en la Universidad del Valle, donde además conoció a su esposa.

En la universidad trabajó con el profesor Peter Thomson, un ingeniero aeroespacial, en la aplicación de la física a la seguridad de los vuelos en la Fuerza Aérea. Después Hever hizo un doctorado en la Universidad de West, en Virginia, donde aprendió a desarrollar sistemas para lograr que drones, aviones y naves espaciales sean más autónomos e inteligentes y no dependan de un operador en tierra.

Es lo que hace en su laboratorio, Advanced Dynamics and Control Laboratory, en la Embry-Riddle Aeronautical University.

—Piensa en el cuerpo. Tenemos redes neuronales que nos ayudan a pensar. También un sistema inmune que detecta cuando un intruso entra al organismo y se defiende. Yo desarrollé inteligencia artificial que hace eso: logra que los vehículos espaciales estén protegido de ‘virus’, que en este caso son fallas como, por ejemplo, un daño en un sensor.

Estos vehículos pueden tomar decisiones: compensarse, seguir con la misión o regresarse. Es un proyecto que financia la Nasa para desarrollar tecnologías en futuras misiones espaciales. Pretenden enviar no uno, sino varios robots al espacio que cooperen entre sí. También desarrollamos investigaciones para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos.

Desde niño, Hever se sintió atraído por la ingeniería. Le sacaba los motores a sus juguetes para ponérselos a otros. En una ocasión desbarató un robot que le había dado su papá, un expolicía, para ponerle el motor a un avión de plástico y simular que sonara como si tuviera una turbina.

Eran años en los que Hever creía que trabajar en proyectos espaciales era imposible. Lo mismo pensaba cuando ingresó a la Universidad del Valle. Sin embargo, sus profesores, con contactos en el exterior, le hicieron ver que no era así. Hever ahora intenta lo mismo, mostrar que no es imposible trabajar para entidades como la Nasa. Cuenta con estudiantes colombianos en varias de sus investigaciones.

El colombiano, con respecto a los estudiantes de otros países, dice, tiene una ventaja: valora la oportunidad de estudiar en el exterior, y pone esa oportunidad por encima de todo.

— Y no hay que ser un genio para hacer ciencia, sino tener motivación.
Hay, además, ‘sabios’ que decidieron quedarse en Colombia. Uno de ellos es Jaime Cantera, uno de los oceanógrafos más reconocidos del país, secretario técnico en la comisión encargada de estudiar los océanos en la Misión de Sabios que convocó el presidente Iván Duque.

En la unidad donde vive el profesor Cantera, en la vía entre Cali y Jamundí, le consultan cualquier asunto que tenga que ver con animales. Hace unos días un vecino le pidió que fuera a su casa para mostrarle unos extraños gusanos. Tal vez eso se deba a que conocen su trayectoria.
El profesor Cantera nació en Cali hace 66 años, en un edificio frente al Parque Panamericano. Su papá, cartagueño, era ginecólogo, así que atendió el parto en la casa. Su madre era francesa, y eso explica sus rasgos europeos: cabello y ojos claros.

Hizo la primaria en el Colegio Alemán, el bachillerato en el Camacho Perea, y desde entonces ama la zoología. Imaginaba su vida en África, montado en un jeep mientras observaba leones y jirafas. En su casa tenía un museo de pájaros e insectos que él mismo disecaba. Su plan de los sábados era ir al Museo de Ciencias Naturales y dibujar aves.
Sin embargo, una salida al mar en Juanchaco le cambió el destino. Sucedió en quinto semestre de la carrera de biología en Univalle, en el curso de zoología de los invertebrados.

–Esa mañana vi la luz.
Desde aquel día, hace 41 años, el profesor Cantera se ha dedicado a estudiar el océano, sobre todo el Pacífico. Fue uno de los primeros colombianos en hacer investigación en la Antártida y la región Subantártica (su esposa estaba embarazada y apenas se podía comunicar con ella con telegramas), coordinó el proyecto de Uruguay y Argentina para hacer la protección ambiental del río de la Plata, regresó a Univalle, donde fue jefe del Departamento de biología, decano, vicerrector de investigaciones y hoy se dedica a la docencia y a investigar lo que ocupa la mitad de Colombia, el mar.

Uno de sus más recientes proyectos junto a otros docentes y estudiantes consiste en un estudio sobre la red alimenticia de los manglares en el Pacífico. Determinar quién se come las hojas de los manglares, y a su vez quién se come al que se come las hojas, y descubrir de qué finalmente se alimentan los peces. Al determinar la fuente de alimentación, se protege dicha fuente, lo que a la larga cuidaría la población de peces que comemos todos.

—Los científicos nacemos de la capacidad de asombrarnos y hacernos preguntas. Es lo único que se requiere: tener vocación.
Cerca de donde vive el profesor Cantera trabaja la doctora María Adelaida Gómez, una de las científicas que más conoce sobre leishmaniasis en Colombia. Es la coordinadora del laboratorio de bioquímica y biología molecular del centro Cideim.

La doctora Gómez se dijo que quería ser científica a mediados de los 90, con la llegada de la parabólica. Todo ocurrió después de ver en Discovery un documental sobre los brotes del ébola en África, lo que le pareció impresionante: cómo un virus puede hacer tanto daño y cómo a su vez científicos valientes infundados en trajes que parecían espaciales lo combatían.

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La doctora Gómez tenía 15 años y se prometió trabajar en enfermedades infecciosas. Ingresó a la Universidad de Los Andes para estudiar microbiología, hizo una pasantía en el Centro Internacional de Agricultura Tropical, Ciat, en Palmira, (ahora Alianza Bioversity-Ciat), después un doctorado en Canadá sobre leishmaniasis y regresó para cumplir su sueño de ayudar a las comunidades que sufren de esta enfermedad que, entre los científicos, la llaman “desatendida”. No hay interés en la industria farmacéutica en invertir recursos para encontrar vacunas o medicamentos porque el retorno económico no sería significativo.

Por lo pronto, en las investigaciones de Cideim en las que ha participado la doctora Gómez se han logrado avances como darle viabilidad a medicamentos orales para tratar la enfermedad en niños, y no como comúnmente se hace: 20 días seguidos de inyecciones de antimonio, lo que en la zona rural es un problema. Hay pacientes que deben viajar a caballo durante horas para ponerse el medicamento.

—Si estamos involucrados en las problemáticas que queremos trabajar y tenemos la capacidad de hacer ciencia internacional, es decir fortalecer colaboraciones en el exterior que nos permitan tener acceso a tecnologías que no hay acá, vamos a beneficiar a las comunidades de nuestra realidad. Así que hacer ciencia en Colombia es un reto, como lo es en cualquier parte del mundo, pero también es algo muy bonito.

La microbióloga María Francisca Villegas, directora del centro BioInc de la Universidad Icesi, piensa de la misma manera. Junto a otros científicos como Paola Caicedo, la doctora María Francisca busca descubrir fármacos con productos naturales de la biodiversidad colombiana para tratar el covid. Ya encontraron uno, solo que tiene un problema: es tóxico. El trabajo de las mentes brillantes es ese: resolver un problema para continuar con el siguiente.

Es lo que pretende la psicóloga Marcela Arrivillaga, directora de la Oficina de Investigación y Desarrollo de la Universidad Javeriana. Durante su carrera ha trabajado en VIH-Sida, realizando estudios de seroprevalencia en hombres que tienen sexo con hombres. También diseñó una metodología para medir el acceso a los servicios de salud usando como fuente los hogares y no las EPS, sobre todo porque el 70 % de las tutelas por violaciones al derecho a la salud tienen que ver con barreras al acceso a los servicios.

Además, la doctora Arrivillaga lidera el desarrollo de un dispositivo llamado Citobot, que facilita la detección del cáncer de cuello uterino, y participa en un estudio para implementar en el país la profilaxis pre exposición al VIH-Sida, una terapia que permite, a base de medicamentos antiretrovirales, que las personas que no están infectadas con VIH, pero conviven con quien sí lo esté, prevengan el contagio.
—Hay que soñar en grande.

Javerianas en la ciencia

El próximo 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, la Universidad Javeriana Cali realizará un reconocimiento a sus egresadas investigadoras que cuentan con una amplia trayectoria en diferentes áreas del conocimiento.

En la primera versión de este certamen participarán 24 científicas e investigadoras en representación de cinco facultades, el programa Ómicas y el Instituto de Estudios Interculturales de la universidad.

Bio–aprendiz: el laboratorio al salón de clases

Desde niño, a Roosevelt Humberto Escobar Pérez le gustó la biología, una pasión heredada de sus profesores del Colegio Santa Librada.
Como no podía ser de otra manera, Roosevelt estudió licenciatura en biología y química en la Universidad Santiago y desde hace 31 años trabaja en el Ciat (hoy Alianza de Bioversity International y Ciat).

Es un experto en desarrollar técnicas de cultivo de tejidos aplicadas a la propagación de plantas como la yuca, por ejemplo. Incluso, en el Ciat participó en el desarrollo de la ‘tecnología de los túneles’, un método que logra aumentar las tasas de multiplicación de las plantas de yuca entre 80 y 100 veces y que ahora se implementa en Asia.

En parte, el trabajo de Roosevelt y del Ciat es ese: desarrollar tecnologías que mejoren los cultivos para transferirlas a campesinos y agricultores tanto de Colombia como del resto del mundo.
Además, Roosevelt, un enamorado de la docencia, dirige el proyecto Bio–Aprendiz y Bio Escuela del Ciat.

Se trata de un laboratorio de puertas abiertas que se lleva a los colegios públicos, urbanos y rurales, para que estudiantes y profesores se acerquen a la biotecnología: la ciencia al servicio del mejoramiento de los cultivos de las comunidades.

Primer trasplante de corazón en el Valle a bebé de 2 años

Además de llegar a Marte, Cali es una ciudad de mentes brillantes capaces de trasplantar un corazón a una bebé de 2 años. Sucedió hace unos días, en el Centro Médico Imbanaco.

Todo comenzó en agosto de 2020, cuando los padres de Isabella Salamanca acudieron a la clínica. La niña presentaba dificultades para respirar con bastante frecuencia y se ahogaba al menor esfuerzo.

Cuando los doctores la evaluaron, se determinó que Isabella padecía de un problema cardiaco de origen genético, cuya única solución era un trasplante. La bebé, incluso, tenía alto riesgo de muerte súbita.

De inmediato su caso ingresó a la lista de espera de donantes, pero seis meses después no había aparecido ninguno. No es fácil conseguir un corazón acorde a la edad de Isabella, explica la doctora Anabel Vanín, jefe de la Unidad de Trasplantes de Órganos y Tejidos de Imbanaco.

Hasta hace unos días, cuando lamentablemente una niña falleció en un accidente. Su familia accedió a donar el corazón para salvar a Isabella. Era un corazón un poco más grande, pero el de la bebé era igualmente tan grande como para soportar uno de una donante de edad más avanzada.

Una vez la familia de la donante dio el consentimiento, un equipo de médicos la llevó a cirugía para extraerle el corazón y después, en una carrera contra reloj, ponérselo a Isabella. Un corazón debe ser implantado en máximo cuatro horas, explica la doctora Vanín.

Una vez extraído el órgano, debe enfriarse en un recipiente que permanece a 4 grados centígrados. Tras finalizar ese proceso, se pasó a Isabella a cirugía para ponerle el corazón que, una vez conectado a su cuerpo, comenzó a latir.

Fue un momento muy bonito, dice la doctora Vanín. La vida dando una nueva oportunidad. Al ser una cirugía de tan alto riesgo, en Imbanaco sospechan que es la primera vez en Cali y el Valle que se le hace un trasplante de corazón a una bebé de 2 años que hoy está como si nada. Apenas seis horas después de la cirugía, Isabella dejó de estar conectada a las máquinas de cuidados intensivos.