Jesús María Villalobos, el hombre que dio inicio al juego del chance en Colombia en la década del 60, se definía como un ciudadano “que no sabía leer ni escribir, pero sí sumar”. Trabajaba como cargador de mercados y mercancías en la galería y el muelle de Barranquilla. Era un gran observador.

Notó que los marinos de los barcos que se demoraban días en descargar y cargar mataban el tiempo con un juego de bolitas originario de Cuba. Cada bolita estaba numerada, y sorteaban premios. A Jesús María se le ocurrió hacer algo parecido: vender todos los días diez números, del cero hasta el 9, a 1 peso. Al que acertara el último dígito de la lotería del día, le entregaba 5 pesos. Es decir que se ganaba 5 pesos por cada sorteo, cuando a la semana, cargando bultos, le pagaban 4. Y vender 10 números en la galería le resultaba fácil.

El negoció era tan rentable, que comenzó a vender dos veces en el día las bolitas marcadas desde el cero hasta el nueve. Luego se le ocurrió vender dos cifras, 100 números, y ya contaba con un equipo de promotores.

Fue cuando apareció otro observador agudo, Tristán Ochoa, un paisa dedicado al negocio de la chatarra. Tristán llegó a Medellín, reunió a su familia, y le propuso montar el juego de la bolita en Antioquia. Solo que, dice la leyenda, cambió el nombre por el de chance. En Argentina, había escuchado, decían ‘la chance’ cuando se referían a una oportunidad.

El juego fue tan bien recibido que Tristán envió a sus familiares al resto del país para replicarlo. Llegaron al Valle, al Cauca, a Nariño, el Eje Cafetero. Eso explica por qué la familia Ochoa está en todas partes, así como el chance, que en ese entonces era ilegal, clandestino.

Hasta que, en 1982, un gobierno necesitado de recursos para los programas de salud y presidido por Julio César Turbay Ayala expidió la Ley Primera, que formalizó el juego para que comenzara a pagar regalías por su explotación. De eso, hace 40 años.

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La historia de los comienzos del chance la cuenta Carlos Cadena. Entre los empresarios chanceros, lo llaman “el gurú” de los juegos de azar después de revolucionar las formas de jugar.

Carlos, que nació en Tuluá y estudió administración de empresas, es tan desprevenido con esos calificativos al punto que se disculpa cuando advierte que debe hablar en primera persona: “yo hice”, “yo fundé”. Él creó ‘El Chontico’, el primer sorteo de chance al mediodía que se hizo en Colombia.

Todo ocurrió en Buenaventura, cuando Carlos gerenciaba la empresa Apuestas Unidas y las ventas de chance iban en picada. Entre los jugadores se decía que las ruedas con las que se hacían los sorteos de las loterías eran manipuladas, por lo que desistían de jugar. Los sorteos se realizaban en la noche.

A Carlos se le ocurrió hacer un sorteo autónomo, que no estuviera ligado a las loterías, al mediodía, para recuperar la confianza de los apostadores. Los propietarios de la empresa lo apoyaron, pese a que en el gremio la mayoría no creía que fuera a tener éxito.

En abril de 1998 se transmitió el primer ‘Chontico’ por la televisión local de Buenaventura. El nombre del sorteo que se mantiene hasta hoy es un homenaje al producto estrella de la ciudad, el chontaduro. El éxito fue tal que en el resto de las regiones comenzaron a hacer lo mismo. Si Barranquilla fue la puerta de entrada del chance a Colombia, Buenaventura fue donde inició su evolución.

– En Buenaventura funcionó el primer datáfono portátil en Colombia, con el que los vendedores de chance empezaron a recorrer las calles a pie vendiendo de manera electrónica – cuenta Carlos, quien hoy es gerente en la costa Atlántica de la empresa SuperGiros.

Cuando Carlos llegó al mundo del chance, en los 90, las casas de apuestas compraban talonarios en las Beneficencias de los departamentos y por cada uno pagaban un impuesto establecido por la ley primera de 1982. Los chances se hacían con lapicero de tinta azul y papel carbón para conservar la copia. Las apuestas se vendían desde las 4:00 de la tarde hasta las 9:30 p.m, en puestos ubicados en la calle, incluso en las afueras de los cementerios, y después del sorteo empezaba una maratón angustiante: un grupo de personas de las casas de apuestas debía encargarse de hacer el escrutinio de las copias de los chances, para buscar los ganadores.

– Era complejo porque aunque todo se hacía en un recinto hermético, no faltaba quien quería meternos chances con los números ganadores después de haber jugado las loterías. Tenemos muchas historias de cómo nos robaban a través de los escrutinios. Por lo regular eran fraudes con chances de montos pequeños. Apostar 100 pesos en la época era ganarse $400.000, sin embargo era un dineral y lo sigue siendo, ¡casi la mitad de un salario mínimo!

Carlos comenzó a darles un orden a las casas de apuestas de la región. Lo que hacía él en Buenaventura se replicaba en el resto del país. Eran empresas sin contabilidad formal, sin estructura organizativa. No hay que olvidar que los fundadores del chance eran personas que, como mucho, terminaron el bachillerato.

Para conjurar los fraudes, Carlos ideó un software que manejara la contabilidad, los pagos de los premios y el control de los escrutinios. También ideó nuevas formas de jugar chance. Al principio había tres maneras: de una, dos y tres cifras. Carlos, junto a otros empresarios del gremio, recorrió el mundo para ver qué estaba sucediendo en cuanto a juegos de azar. Fue a Las Vegas, a España, a Argentina.

A su regreso creó el Doble Play. Es una modalidad de chance en la que el jugador escoge cinco números distintos de tres o cuatro cifras cada uno y selecciona dos loterías o sorteos que jueguen el mismo día. Si no hay ganador, el premio se acumula.

El primer premio se entregó en Palmira: $1500 millones. El chance más alto en la historia de Colombia bajo esta modalidad lo ganó un habitante de Manizales cuyo nombre se desconoce. Apenas se sabe que tiene más de 60 años. Ganó $6.982 millones con los números 1919 de la Lotería del Cauca y 0709 de la Lotería de Boyacá. Invirtió $5.000.

– En Colombia somos aspiracionales: anhelamos conseguir mucho dinero de manera rápida y el chance lo permite; se apuesta poco y es posible ganar mucho. La gente sueña con adquirir el carro, la casa, resolver la vida, y esa ilusión se renueva con el chance de cada día – dice Carlos, que se define como un ‘creador de juegos’.

Todos los días en el país se hacen en promedio 6 millones de chances, la mayoría de personas del estrato 1 al 4, que por lo regular apuestan $1000. Si alguien gana y no se da cuenta, o se le pierde el papel y no reclama el premio después de un año, la plata se destina al Fondo de Premios no Cobrados de la Nación.

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El lunes 21 de noviembre de 2022, una avioneta cayó en el barrio Rosales de Medellín. Murieron 8 personas, 6 pasajeros y los dos pilotos, ambos vallecaucanos. La placa de la avioneta era 5121. 24 horas después las casas de apuestas debieron dejar de vender chances con ese número. Juan Guillermo Bedoya, del Grupo Réditos, explicó que la cantidad de chances con esa cifra era tan alta, que coparon el tope que permite la empresa para garantizar los premios. En los agüeros de los colombianos, los números que emergen de las tragedias se consideran señales de la buena suerte.

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En Buenaventura juegan con frecuencia el 121 o el 0121, que ha caído en varias ocasiones a lo largo de los últimos 50 años. Es la fecha de la muerte de monseñor Gerardo Valencia Cano, quien fundó colegios y parroquias. Falleció el 21 de enero de 1972, cuando el avión en el que viajaba se estrelló en los Farallones del Citará.

El 25 de enero de 1999 un terremoto sacudió no solo al Eje Cafetero, sino a las casas de apuestas, que ese día decidieron restringir el 0125, la fecha del temblor. Sin embargo los apostadores consideran que las señales de Dios a veces son menos evidentes y jugaron, además de la fecha, la hora de la catástrofe: 119. ¡Bingo!

Algo similar sucedió tras la muerte de la reina Isabel. Los apostadores combinaron el año de su nacimiento y de su muerte y jugaron el 2622; también combinaron los años en los que permaneció en el trono, y su edad, 7096.

En otras ocasiones los supuestos milagros resultaron ser un fraude. A principios de los 90 yo tenía 12 años cuando vi, en el noticiero, la historia de un pescado encontrado en aguas del Chocó que tenía un número en su aleta: 611. Sin decirle a nadie, hice el chance con los $500 que tenía en el bolsillo. Gané. El premio sirvió para que mi mamá me comprara un balón, unos guayos y solventara afugias de la casa. Era época electoral y años después se descubrió que el famoso pescado en realidad fue una artimaña para justificar un fraude a las casas de apuestas para, se sospecha, financiar campañas políticas con el premio.

Aunque los pescados siguen saliendo a flote con números ganadores. El 9 de abril de 2021 decenas de apostadores en Barrancabermeja ganaron el chance con una cifra que apareció en la cola de un bagre: 9107. No dudaron en que esta vez todo se trató de un milagro de Semana Santa.

En la Costa Atlántica ya es tradición hacer el número de la tumba del cantante Diomedes Díaz, y en Cali el número de la tumba del maestro Jairo Varela o del exjugador Albeiro ‘El Palomo’ Usurriaga.

A veces los apostadores sospechan que los números de la suerte están más cerca de lo que se cree: la placa de su carro, la dirección de la casa, la fecha de nacimiento de un hijo, los últimos dígitos del crédito. En un país religioso y supersticioso, los jugadores de chance están convencidos de que apuestan de la mano de Dios.

Roberto Ortiz, uno de los grandes empresarios del chance en Cali, ganó un premio millonario después de tener una pesadilla. El dinero lo utilizó para enfrentar la batalla jurídica que se libró para tener el control del negocio de los juegos de azar en la ciudad.

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La historia de los 40 años del chance legal es extensa y en el teléfono la narra Juan Carlos Restrepo, el presidente de la Asociación Colombiana de Operadores de Juegos, Asojuegos.

Tras la expedición de la ley primera de 1982, cuenta, pasaron diez años hasta que, con la Constitución de 1991, se le ordenó al Congreso expedir una nueva ley que definiera el monopolio rentístico de los juegos de azar.

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Hasta entonces, en cada ciudad podían existir decenas de casas de apuestas, cada una trabajando por su lado. También surgían empresas clandestinas de chance con las que se financiaban grupos armados ilegales. No son pocos los empresarios del chance que fueron asesinados.
Hasta que, tras 11 años de la orden del Congreso, en 2001 se expidió la Ley 643 que reguló no solo el chance, sino los juegos de azar en el país, incluyendo a los casinos. Juan Carlos Restrepo, el presidente de Asojuegos, era representante a la Cámara y conciliador de la ley.

– La Ley 643 se convirtió en una oportunidad para el sector de juegos de azar, porque por un lado, la necesidad de transmitir los datos en línea y en tiempo real, como lo exigía la norma, obligó a que las empresas tuvieran que hacer unas inversiones muy importantes y para hacerlo debieron unirse. También fue definitivo que después de 100 años, Colombia se acogió al tratado universal postal. Todo esto permitió que los operadores de chance se organizaran para explotar el juego. Hoy no hay casas de apuestas en el país, hay redes multiservicios transaccionales conformadas por varias empresas donde, además de jugar el chance, se pagan los servicios públicos, se recarga la tarjeta del sistema de transporte y se hacen giros.

Gane, la empresa donde el mayor accionista es la familia de Roberto Ortiz, hace parte del grupo conformado por SuperGiros, BetPlay y Baloto.

Es jueves y en Cali llueve a cántaros. Roberto Ortiz recorre el oriente de la ciudad. Dice que en días así piensa en quienes no tienen techo para resguardarse. El hoy concejal construyó un barrio de 150 casas para las vendedoras de chance de su empresa, conocidas como ‘Las chonticas de verdad’. Él registró el nombre.

Roberto tendría 15 años cuando comenzó a vender chance. Todo ocurrió en el barrio Sindical. Allí trabajaba como vendedor de verduras en el granero de su papá. Madrugaba a las 3:00 a.m. a las galerías a comprar el surtido, vendía hasta las 11:00 a.m. y en la tarde estudiaba, hasta las 6:00. Como le gustaba trabajar, se preguntó qué podría hacer en las noches.

Se le ocurrió acudir a Apuestas La Sultana, ubicada en Juanchito, y solicitar un cajón para vender chance. Roberto lo ubicó justo donde se bajaban los pasajeros de las rutas de bus Verde Plateada y Amarillo Crema, un paso obligado. Pronto se dio cuenta que el chance era tan buen negocio, que empezó a soñar con ser empresario. Cuando terminaba la jornada, miraba la esquina de donde estaba su cajón e imaginaba la empresa que podría montar allí. A principios de los años 2000 construyó en ese punto el edificio de Las Chonticas de Verdad.

En la ciudad se contaban por lo menos 20 casas de apuestas. La de Roberto se llamaba Apuestas Azar. Implementó el pago de los premios a domicilio, llevó a las vendedores hasta la panadería, el taller de mecánica o donde estuvieran los apostadores y, cuando un número se estaba haciendo con tal frecuencia que las demás casas dejaban de venderlo, él seguía permitiéndolo.

– Era una manera de transmitir confianza al apostador, a pesar de que era uno de los empresarios del chance más pequeños.

A mediados de 2006 en Cali surgió la necesidad de que las casas de apuestas se fusionaran en un gran ‘pull’. En un principio Roberto Ortiz no aceptó. Según su testimonio, no estaba de acuerdo con las condiciones que beneficiaban a los empresarios del chance pero no a los que vendían el producto. Entre unos y otros interpusieron demandas.

Fue cuando Ortiz se ganó el chance. Meses antes, la esposa de su hermano fue asesinada en circunstancias que la justicia no ha aclarado. Roberto comenzó a jugar el número de la tumba. En la primera semana no ocurrió nada. Un mes después tuvo una pesadilla. Escuchaba la voz de su cuñada que decía: “no desampares a tu hermano y a mi hija”. Roberto se levantó sobresaltado. Y el sueño lo interpretó como un llamado a hacer el número, el 1039. Al tercer día cayó, con El Chontico.

Ganó tanto dinero, que las casas de apuesta no tenían cómo pagarle. Él les propuso que lo hicieran en un año. Algunos pusieron en duda el resultado, pero los que vigilaban el sorteo eran la Beneficencia del Valle y las empresas de la competencia. No había manera de que fuera un fraude.

Con el premio pagó los abogados del litigio hasta que, a mediados de 2010, el lío se resolvió. Apuestas Azar, de Roberto Ortiz, y Gane, se unieron bajo ese mismo nombre y conformaron una de las compañías más grandes de la región, cuyos ingresos, en un 70%, provienen del chance. Roberto Ortiz cree que seguirá así por muchos años. El ritual se sigue repitiendo: los colombianos salen de su trabajo a las 6:00 de la tarde para sellar su chance.