Luis está sentado en el piso de la Terminal de Transportes de Cali, recostado sobre una reja de un local comercial. Pese al calor, lleva puesta una chaqueta, como quien acaba de llegar de tierras frías. Luce molesto; el rostro de un boxeador a punto de entrar en combate. Él en realidad es un obrero de construcción, nacido en Puerto Príncipe, la capital de Haití.
Con un español rudimentario, que aprendió después de migrar de su país tras el terremoto del 12 de enero de 2010 que dejó 316 mil muertos (las lenguas de Haití son el creole y el francés), dice que su molestia se debe a los abusos a los que se ha visto sometido en Colombia. Enseguida saca del bolsillo de su chaqueta una cajetilla de cigarrillos, y asegura que se la cobraron a $11.000, cuando cuesta la mitad. Lo mismo ha ocurrido con almuerzos, hoteles, transportes.
— ¡Me piden 200 dólares para llevarme a Medellín, y el tiquete, si me permitieran comprarlo, vale 20! – dice, casi gritando, el tapabocas en la cumbamba, y arruga el rostro.
— Completo diez días en Colombia y todos los días saque y saque plata. En el hotel me tocan la puerta a la 1:00 de la tarde y me dicen que si quiero seguir en la habitación debo pagar 40 dólares adicionales. En los hoteles nos cobran más plata porque dicen que se exponen a sanciones si hospedan a migrantes. Acabo de pasar por Bolivia, Ecuador, Perú, y en ninguno de esos países me sucedió algo así. En Colombia estoy de paso, ningún haitiano quiere quedarse en Cali, pero no podemos seguir el viaje porque no nos venden tiquetes en la Terminal.
El objetivo de Luis es llegar hasta Medellín, después al municipio de Necoclí, en el Urabá antioqueño, y viajar a Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México, hasta Estados Unidos, donde tiene familia, y espera conseguir un trabajo pegando cerámica. La travesía le cuesta, junto a su familia, entre seis mil y 8 mil dólares, debido a que debe pagar guías y coyotes para atravesar de forma irregular las fronteras donde no permiten el paso de migrantes.
El teniente coronel de la Policía, Hernán Carvajal, jefe de la seccional de Tránsito y Transporte del Valle del Cauca, explica que aunque en Colombia ser migrante no es un delito, las empresas de transporte están sometidas a una regulación: cualquier persona que pretenda comprar un tiquete debe presentar su documento de identificación, ya sea una cédula o un pasaporte. Y la mayoría de los migrantes haitianos que llegan a Cali o no tienen una identificación, o si la tienen, el pasaporte no cuenta con el sello que registra su ingreso regular al país, por lo que las empresas de transporte se niegan a venderles tiquetes. Si lo hacen, se exponen a multas cuantiosas y la inmovilización de los vehículos.
— Son unos parámetros de tratamiento especial frente a este tipo de ciudadanos y evitar situaciones delictivas como la trata de personas y el tráfico de migrantes – continúa el teniente coronel Carvajal, pero es justo lo que ocurrió a inicios de la semana: como a los haitianos no les vendían pasajes por disposiciones del Gobierno, a la Terminal de Cali llegaron conductores particulares que les prometieron llevarlos hasta Medellín por cifras absurdas: entre 100 y 200 dólares “por cabeza”.
Mientras converso con Luis, aparece un joven afro y delgado que pide que apure la entrevista. Me dice que prometió llevarlo a él y a su familia hasta Antioquia y deben salir de inmediato. Son diez horas de viaje. Cuando le pregunto cuánto les cobró, se sonríe.
– Zapatero a tu zapato.
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Mientras almuerza de pie una salchipapa, frente a una vitrina de fritanga de la Terminal, Alvares, un haitiano que migró desde Chile, donde trabajaba en la oficina de un senador, calcula que en Colombia ha gastado 1000 dólares, no solo porque al día debe gastar 50 en hoteles y alimentación para él, su esposa e hijo, sino porque les han prometido llevarlos hasta Antioquia y, después de pagarles a conductores piratas, los han detenido en los puestos de control ubicados en las salidas de la ciudad y la Policía los ha devuelto hasta la Terminal.
Según las cuentas del teniente coronel Hernán Carvajal, en el último mes se han capturado a 32 personas en la región por tráfico de migrantes. Intentan transportar a los haitianos en vehículos particulares, de servicio especial o públicos, que no cuentan con la respectiva documentación. La carretera donde más se registran capturas es la Panorama, más solitaria que la Panamericana.
— Hemos detectado que detrás de este tráfico de migrantes hay quienes buscan favorecerse de la condición de vulnerabilidad de la población haitiana. Pero también hay redes ilegales, con integrantes dispersos desde la frontera con Ecuador hasta Necoclí.
Mientras termina su salchipapa, Alvares aclara que ninguno de los haitianos que llegan a Cali migran desde Haití, “un país sin padre y sin madre” desde que el 7 de julio de 2021 mercenarios colombianos asesinaron a su presidente, Jovenel Moïse. La mayoría migra desde Chile, Brasil o Argentina. Son los países a donde se fueron tras el terremoto de 2010. El Mundial de Fútbol de 2014, y la bonanza que el certamen generó, además de la necesidad de mano de obra para remodelar y construir estadios, hizo que miles de haitianos llegaran a Brasil. El crecimiento económico de Chile también los atrajo. Pero llegó la pandemia del coronavirus, la precarización de los trabajos, los salarios bajos, lo que los está empujando hacia Estados Unidos.
Un joven que está junto a Alvares en la fritanguería, y que pide que no publique su nombre, agrega, con acento chileno (llevaba 5 años en ese país) que otra de las razones por la que sus “hermanos” están saliendo de manera masiva son los cambios en las políticas migratorias.
La nueva ley de migración de Chile, tramitada durante 8 años, y aprobada en abril de 2021, hace más complicado que un migrante se regularice, y le da herramientas al gobierno para cerrar fronteras, facilitar la detención y la deportación si se argumentan motivos de seguridad interna o salud pública. El gobierno del presidente Sebastián Piñera firmó un convenio con la aerolínea SKY para deportar 2700 migrantes.
Junto al puesto de información turística de la Terminal de Cali se encuentra Gelmy. Él cuenta la misma historia que los demás haitianos: busca llegar a Necoclí para atravesar Centro América hasta Estados Unidos y tener, por fin, una vida digna para sus dos hijos. La mayor tiene 15. Gelmy tiene 42 y es mecánico y albañil, así que es optimista. En Brasil, de donde viene, el trabajo empezó a escasear, pero está seguro de que en Estados Unidos será distinto.
Cuando le pregunto por lo que está sucediendo en el Tapón del Darién, la selva que divide a Colombia de Panamá, y donde se han reportado atracos, violaciones a mujeres y la muerte de migrantes haitianos y cubanos, hace silencio. Como queriendo demostrarse que esa suerte no es la que le corresponde.
La abogada María Teresa Palacios Sanabria es la directora del grupo de investigación en Derechos Humanos de la Universidad del Rosario y experta en movilidad humana. Básicamente, explica, los haitianos salen de su país por dos causas: la economía y la violencia.
Para hacerse una idea de lo que ocurre en la isla ubicada en el Caribe, cuando sucedió el terremoto de 2010, y meses más tarde la epidemia del cólera, Puerto Príncipe, la capital, apenas contaba con tres ambulancias para una región de tres millones de habitantes. Según estimaciones del Banco Mundial, el 60 % de los haitianos vive con un promedio de dos dólares diarios, y el 25% está en la pobreza extrema.
Haití de hecho fue el primer país latinoamericano donde los afrodescendientes esclavizados declararon su independencia y, pese a eso, históricamente ha sido sometido a invasiones. Lo invadió España, Francia, Gran Bretaña, y Estados Unidos intervino la isla entre 1915 y 1934.
“La vida política de Haití ha estado marcada por la violencia. Entre 1957 y 1971, Francois Duvalier padre, gobernó y aterrorizó Haití a través de los escuadrones de la muerte conocidos como ‘Tonton Macoutes’. Esta tradición la continúo su hijo, ‘Baby Doc’ Duvalier, quien gobernó Haití entre 1971 y 1986. Más de 50.000 haitianos fueron asesinados durante los períodos de los Duvalier”, escribe la licenciada en ciencias de la educación, Gabriela Bernal, en un ensayo titulado ‘¿Por qué migrar?, algunos apuntes sobre las viejas y nuevas heridas de Haití’.
— Tradicionalmente los haitianos migran hacia República Dominicana; de hecho, la mayoría de esta migración está en ese país. Quienes prefieren ir a otros países lo hacen porque tienen algún familiar y también porque en República Dominicana hay una política anti inmigración que hace que sea muy limitado el acceso a sus derechos. Colombia ha sido un estado de tránsito de migración de muchos países, incluida la haitiana. Infortunadamente, cuando hay cierres de fronteras o dificultades para continuar con el recorrido migratorio como sucede en Necoclí, siempre hay abusos en contra de los inmigrantes, pueden ser víctimas de los especuladores, pero también de los traficantes y tratantes de personas – dice la abogada María Teresa Palacios.
Colombia ha sido un país que históricamente ha migrado, y no una nación receptora, algo que ha venido cambiando con la migración venezolana. Sin embargo, dice la abogada Paula Andrea Cerón, coordinadora del Gapi de la Icesi, el consultorio jurídico de la Universidad, la poca experiencia del país como receptor de población migrante ha hecho que el marco normativo migratorio “apenas esté abriendo los ojos al fenómeno”, con una particularidad: mientras que la población venezolana que llega a Colombia pretende quedarse, los haitianos están de paso.
Y dentro de esa vocación transitoria, continúa la abogada Cerón, no existe todavía un marco normativo definido para proteger a esta población. Eso explica porqué las autoridades no saben muy bien qué hacer con los haitianos. Tampoco las ONG y entidades dedicadas a la atención del migrante. La mayoría de estas organizaciones establecidas en Cali prefirió no pronunciarse sobre lo que está ocurriendo.
Apenas al final de la semana, tras gestión de la Secretaría de Bienestar Social, a cargo de María Fernanda Penilla, el gerente de la Terminal de Transportes, Ivanov Russi, Migración Colombia, la Policía, la Personería y la Defensoría del Pueblo, se estableció una ruta humanitaria para que los haitianos puedan comprar los tiquetes y seguir su viaje hacia el norte de Colombia, donde les espera el inicio de una peligrosa travesía.
Raúl López es de Albacete, España. Desde 2011 hace parte de Médicos Sin Fronteras. Empezó en el Congo, en una campaña de vacunación, y ahora es el coordinador en terreno de un campamento en Panamá. Allá llegó después de escuchar los testimonios de los migrantes que atendía la organización en la frontera con México: “la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, es uno de los peores puntos que hemos atravesado”, decían.
Tamara, una haitiana de 39 años embarazada de seis meses, contó que junto a su marido y su cuñado pagaron 2600 dólares para que una agencia los llevara a EE.UU. Supuestamente cruzarían la selva del Darién en helicóptero. Los estafaron.
— Nos dieron una bolsa con galletas y ya en la selva los guías nos atracaron. Nos dejaron en la montaña sin comida. Nunca hubiéramos puesto nuestras vidas en peligro. Esto no debería suceder. No puede ser que haya gente muriendo ahí, en la selva. Deberían poder salvar a la gente o impedir que se acceda. Tienen que avisar de que no se haga ese camino — dijo.
Los migrantes que logran atravesar la región del Darién llegan a una población llamada Bajo Chiquito, donde Médicos sin Fronteras levantó el campamento. Allí ha ofrecido 14000 consultas médicas desde mayo. Más de 11.000 migrantes llegaron a Panamá desde Colombia en junio, la cifra más elevada en lo que va de 2021. La mayoría son haitianos. Le siguen los cubanos.
Aún, dice Raúl López a través de audios de WhatsApp, (la señal de Internet es deficiente como para una llamada) no se sabe cuántas personas han muerto en esa travesía. Porque cruzar la selva del Darién tanto en época seca como lluviosa es peligroso. No solo hay que subir y bajar montañas o lidiar con animales. Las crecidas provocan que los migrantes se ahoguen en los ríos o sean arrastrados de su grupo. Otros mueren de hambre porque llevan pocas provisiones. Les mienten cuando les dicen que máximo deberán caminar por el bosque durante tres días, cuando en época seca se tarda mínimo 5, y en días de lluvia hasta 14.
También deben sortear bandas que los roban en el camino, tanto en el lado colombiano como en el panameño. Las mujeres son violadas. Nadine, una de las migrantes que logró llegar hasta Bajo Chiquito, les contó a los enfermeros de Médicos sin Fronteras que a su grupo lo atracaron dos veces.
— Nos quitaron la comida, el dinero. A mí me registraron y me tocaron. Tenía la menstruación y me dejaron en paz. Fue todo muy agresivo, muy sucio. A una jovencita de unos 20 años la violaron.
En su último audio, Raúl dice que lo que están viviendo los migrantes en esa selva tendrá consecuencias en la salud mental para toda la vida. Sus pies llegan destrozados. No pueden dar un paso más.
— Los haitianos están migrando con su familia. Mínimo uno, dos y hasta tres niños que deben atravesar el Tapón del Darién. Es indignante, intolerable, que se tengan que poner en riesgo porque no hay una ruta segura. Nos cuentan cosas atroces por las que nadie debería pasar. Por favor: hacemos un llamado a las autoridades colombianas y panameñas para que aseguren esa ruta, protejan al migrante. Migrar no es un crimen; es no tener otra opción.
88 migrantes han sido agredidas sexualmente en la selva del Darién
El campamento de Médicos Sin Fronteras en Bajo Chiquito, Panamá, la primera población con la que se encuentran los migrantes tras cruzar la selva del Darién, cuenta con 15 trabajadores entre personal médico, de enfermería y psicología, quienes solo en el mes de julio atendieron 6000 consultas. La mayoría son producto de laceraciones por caídas, afectaciones cutáneas por picaduras y afectaciones en los pies, fruto de largas caminatas en terreno húmedo y embarrado, informó la organización.
“Solo en el mes de julio se ha facilitado la evacuación por urgencia médica a 14 pacientes. Además de las condiciones extenuantes de una ruta en la que hay que atravesar montañas y precipicios y atravesar ríos ahora crecidos por las lluvias, los migrantes continúan relatando cómo son objetivo de bandas criminales que los asaltan, roban sus pertenencias e incluso la comida que llevan para el camino. 88 mujeres han reportado haber sido agredidas sexualmente al ser registradas en busca de dinero y con frecuencia, haber sido objeto de violación”.
Los psicólogos explican que, sobre todo, atienden a los migrantes afectados por lo vivido en la selva, donde han encontrado cadáveres de personas que sufrieron caídas mortales o se ahogaron durante las crecidas de los ríos. En total, los psicólogos de Médicos Sin Fronteras han atendido 411 consultas individuales y 154 en grupo de salud mental.
“Seguimos siendo testigos del enorme flujo de migrantes por el Tapón del Darién, pero lo que nos indigna es seguir siendo testigos del nivel de desprotección de esta población, que sufre ataques y agresiones sexuales en el camino. Es por ello que pedimos a los gobiernos involucrados, de Colombia y Panamá, protección para la población migrante en una ruta que sea segura”, dice el coordinador de terreno de Médicos sin Frontera en Panamá, Raúl López.