Cali es una ciudad de gente que prefiere moverse en moto. De hecho, después del MÍO, es el vehículo más usado. Lo dice la Encuesta de Percepción Ciudadana Cali Cómo Vamos (2019).

La moto debe ser el medio de transporte más democrático del mundo. En algunos concesionarios de la ciudad hay carteles que dicen que basta presentar la cédula (y alguna referencia laboral) para tener una. Parece cierto.

En Cali hay 223.391 motos matriculadas. En el Valle son 1.119.641. Después de Cali, los municipios de Florida, Guacarí, Palmira, Tuluá y Pradera son los que más motos registran. El municipio que menos es Yotoco: apenas hay 313. Los datos son del Registro Único Nacional del Tránsito, Runt.

Una ley —sin proponérselo— financia la compra de motos. En 1959 se reglamentó el decreto 1258 (Ley 15) que dice que a los empleados de Colombia se les debe dar un auxilio de transporte para subsidiar su movilización desde la casa hasta el trabajo. Así, quien gane hasta dos salarios mínimos, tiene derecho al auxilio ($97.032 en 2019).

De esta manera, dice el Secretario de Movilidad, William Camargo, muchos caleños, sobre todo parejas jóvenes que apenas están ingresando al mercado laboral (y ganan el mínimo), deciden juntar sus subsidios y en vez de destinarlos a comprar tiquetes del transporte masivo, ahorran para la cuota inicial y pagan la mensualidad de una moto.

Una Boxer CT 100, modelo 2020, de las más económicas del mercado, cuesta, por citar un caso, $3.700.000. La cuota mensual es de $200.000 promedio, durante dos años.

Aunque hay motos más baratas y que “se pagan solas”. En días de temores mundiales por una posible recesión económica, altas tasas de desempleo, los caleños  utilizan sus motos para ganar dinero extra.
Jhonatan Villamil Galeano, un exarquero aficionado, es uno de ellos. Hace dos años decidió iniciar un emprendimiento gracias a su moto: Logística y Mensajería J & D. La J es la inicial de su nombre, y la D, la inicial del nombre de su novia: Diana. Para inscribir su empresa en la Cámara de Comercio, se explica sonriendo, necesitaba un nombre “rápido”.


Mensajería J & D en todo caso parece ser de fácil recordación para sus clientes, la mayoría comerciantes y diseñadores gráficos del centro. Jhonatan llega al barrio San Nicolás a las 7:30 a.m. y ha habido días en los que regresa a su casa en la noche. Su lema es que puede transportar desde un calzón hasta un bulto pesado y parece que ha funcionado.
Son tantas las diligencias, que cada día de por medio debe echarle a su moto $15.000 de combustible. Hay motos que pueden recorrer 200 kilómetros por galón de gasolina, incluso más.

Y está comprobado que los motociclistas de Cali y el Valle prefieren las motos con un cilindraje bajo, máximo de 125 centímetros cúbicos. Son las que menos consumen gasolina y también las que menos contaminan. Del millón y un poco más de motos que circulan en el departamento, 923.260, casi el 85%, tienen ese cilindraje o menos.


Transitar largas distancias sin gastar mucho y además ir más rápido que otros medios de transporte son ventajas que hacen que los caleños compren moto. Mientras que en el MÍO el tiempo promedio de viaje es de 57 minutos, en un bus tradicional de 51 y en un carro particular de 32, en una moto es de solo 25 minutos.

Por cada encomienda que entregue, Jhonantan cobra $8000, aunque la tarifa varía precisamente de acuerdo con la distancia y el tiempo requerido. A veces le encargan entregar un regalo sorpresa para una novia o esposa que esté cumpliendo años, y él considera que una encomienda así no se puede entregar de manera formal, por lo que llega cantándole el ‘happy birthday’ al destinatario. Cuando aquello sucede, sus clientes le dan una recompensa.

Jhonatan aclara enseguida que no es que esté loco, pero él le habla a su moto. Es inevitable estar montado en ella todo el día y no establecer ningún tipo de relación. Hablarle a la moto es una manera de desahogarse, sobre todo cuando se permanece solo en la calle librando una especie de batalla contra los carros. Para evitar que les toquen el retrovisor, o les rayen el vehículo, o por miedo a la inseguridad, los conductores de carros tienden a cerrar los espacios por donde pasan las motos. Además, en Cali la ley que parece primar en las calles es que hay que pasar primero, sin importar los demás.


Cuando la moto falla por alguna razón, entonces, Jhonatan le pregunta: “mi amor, ¿qué pasó?”. O cuando está en un trancón apurado para entregar un paquete, le dice: “mi amor, sácame más rápido”. A veces le encargan llevar un objeto pesado y él le dice: “aguántame que es un ratico y con esta vuelta nos va a ir bien”.

El peso máximo que se le puede cargar a una moto —depende del modelo— es de 30 kilos, dice James Betancourt, un pensionado del Ejército que ahora trabaja en su moto haciendo mensajería.
Con su compañero de labores, Hugo Darío Rincón, recorren Cali todos los días a veces recogiendo los medicamentos de una señora a quien le acaban de hacer una operación a corazón abierto, o radicando licitaciones en la Alcaldía, o repartiendo compras online, o pagando recibos, o madrugando a las 6:00 a.m. para hacer vueltas de EPS. Jamás harían una diligencia en una EPS después de esa hora, advierten. Sería tanta la espera que perderían el día.

Recorrer la ciudad a diario les ha permitido aprenderse los huecos de memoria. Nadie sabe cuántos huecos hay, pero en la Encuesta de Percepción Ciudadana Cali Cómo Vamos hay un dato para hacerse una idea.

Según la Secretaría de Infraestructura, de los 2300 kilómetros de calles urbanas que tiene Cali, solo el 16 % se encontraba en buen estado. La cifra es de 2017. La Secretaría de Infraestructura no le suministró a la Encuesta la información de 2018.

Además de los huecos, otra de las amenazas para motociclistas y moteros (los aficionados a las motos) es la inseguridad. Paola Sánchez, del Club Pulsar Panteras Cali y Moto Pasión Cali, y Gustavo Candelo, del Club Moto Revolution, dicen que las salidas de la ciudad son las zonas más peligrosas. A veces les tiran piedras o les atraviesan obstáculos para que se detengan.

Entre el 1 de enero y el 17 de julio de 2019 en Cali se robaron 1602 motos, según el Observatorio de Seguridad de la Alcaldía. Algo así como 228 motos hurtadas cada mes; entre 8 y 10 al día. 790 se las robaron usando armas de fuego; 630 fueron haladas; 43 las hurtaron con armas blancas; 36 atracos fueron sin armas a la vista; a 26 víctimas las engañaron; a tres les suministraron sustancias tóxicas.

Los ladrones, por supuesto, prefieren las motos nuevas. Del total de motos robadas, 771 eran modelos 2016 —2019; 411 eran 2011— 2015. Aunque no falta el que se robe una moto vieja. En lo que va de 2019 se han robado cuatro motocicletas modelo 1980 – 1985. Las primeras cinco marcas más hurtadas, entre un listado de 30 que tienen las autoridades, son Yamaha, Aro Power, AKT, Sunbeam y Bajaj.


Los investigadores del Observatorio de Seguridad mapearon las direcciones donde más hurtan motos. Son 13 puntos. La Calle 14 con Carrera 9 del barrio Petecuy, por ejemplo; la Carrera 15 con Calle 15A, en el centro; la Carrera 31 con Calle 25, en Santa Elena; la Calle 45 con Carrera 37, en El Vergel. Los seguros ‘todo riesgo’ para las motos son cada vez más costosos, pero la demanda crece.

En el primer semestre de este año en Cali se matricularon 36.512 nuevas motos. La mayoría son Honda, Yamaha, Suzuki, AKT, Bajaj, las marcas más vendidas. Además, se han realizado 25.407 traspasos de motos usadas.

James Betancourt, el pensionado del Ejército que ahora trabaja en mensajería, dice que la bonanza de aquel mercado se explica porque andar en moto ofrece muchas ventajas. Al ser un medio de transporte económico y rápido, en su caso le permite ser dueño de su tiempo. En la empresa donde trabajaba como supervisor de seguridad había días en los que laboraba 14 horas por un salario mínimo. Con su oficio como mensajero independiente puede ganarse ese salario mínimo (además de los gastos de gasolina, la salud, la ARL) y trabajando 8 horas o menos. Eso le asegura atardeceres libres para ayudarle a su hija con las tareas del colegio.

En estos días de calores intensos, una sensación térmica de 40 grados —julio de 2019 fue el mes más caliente de la Tierra en los últimos 140 años— andar en moto también es refrescarse. El viento baja la temperatura, aunque mientras se está en un semáforo se suda a chorros. La lluvia sí es un problema —alguna vez James se cayó en medio de un aguacero y dañó dos tortas que debía entregar— pero por fortuna en la ciudad el invierno es corto, lo que también motiva a comprar moto.

Ni siquiera los accidentes parecieran desestimular a los amantes de las motos. En 2019 en Cali se han expedido 7552 licencias de conducción, entre categorías A1 y A2, para conducir moto. Lo que no está muy claro —al menos por las estadísticas de siniestralidad— es si el trámite y los cursos para obtener esas licencias fueron rigurosos.

Entre el 1 de enero y el pasado 13 de agosto en la ciudad fallecieron 71 motociclistas y 9 de sus pasajeros en accidentes de tránsito.
Desde que asumió su cargo, el secretario de Movilidad, William Camargo, ha determinado que en el caso de los motociclistas “hay una recurrencia en conducción de riesgo y violación de normas de tránsito, mucho más alto de lo que puede uno observar en conductores de vehículos particulares y de transporte público”.

El Secretario se ha detenido cerca de algunos semáforos concurridos para contar cuántos motociclistas se pasan en rojo. “De diez, entre dos y tres lo hacen”.

También es común que invadan los espacios del peatón o los ciclistas —los andenes, los parques, la ciclorrutas, además de los carriles del MÍO— y desde la Secretaría de Movilidad se anuncia un plan para sancionar aquellos comportamientos que terminan en accidentes. Entre el 1 de enero y el 13 de agosto de 2019 se contaban 3242 siniestros con motos involucradas.

Que los motociclistas infrinjan las normas de tránsito mucho más que los conductores de vehículos particulares se explica porque la moto, para empezar, es más versátil, lo que permite subirla a un andén, más pequeña como para ir en contravía, y por lo regular está a la mano de todos. Es común que los sobrinos o hijos de 13 o 16 años salgan en moto a hacer los mandados de la familia, así jamás hayan hecho un curso de conducción.

Además, al ser un vehículo asequible a diversos bolsillos, dice el experto en movilidad Ciro Jaramillo, algunos conductores, quizá por asuntos culturales, tienen un bajo nivel de respeto a la norma, luego las infringen.
Eso en parte explica las restricciones que se han impuesto en Cali, como prohibir la circulación de motos entre la 1:00 a.m. y las 5:00 a.m. entre jueves y domingo. Según las estadísticas, antes de la restricción, eran los horarios donde más se accidentaban las motos (las calles están más solas, luego se puede acelerar más).


Los únicos que pueden transitar en moto a esa hora son, por supuesto, los policías y domiciliarios acreditados de algún restaurante. Sin embargo, en próximos días se expedirá un decreto para ampliar ese espectro, con lo que muchos que trabajan en la noche que quedaron cobijados con la medida, ya no lo estarán: meseros, chef, DJ, domiciliarios independientes.

Los moteros dicen, en todo caso, que la medida les restringe su derecho a movilizarse. Ellos se reúnen entre jueves y domingo a hacer “rodadas”, la mayoría cortas dentro de la ciudad, pero a veces van a Buga o a Ginebra y regresan a la madrugada, exponiéndose a una multa que consideran injusta. Además, les sucede algo curioso: en algunas estaciones de gasolina, argumentando “medidas de seguridad”, a los motociclistas no les suministran combustible después de las 9:00 o 10:00 p.m.

Mientras todo ello se resuelve, los moteros dicen que las motos son una manera de hacer familia, amigos. Las reuniones semanales son sagradas. También mueven la economía. Que 30 o más moteros vayan todos los jueves a comer a algún restaurante siempre será beneficioso para el sector gastronómico. Y además hacen trabajo social.

Si alguna vez los habitantes se movieron en caballo o en mula para levantar a Cali, agregan, definitivamente la moto es el medio de transporte que conquista a la ciudad. Incluso el Alcalde Maurice Armitage es feliz andando en moto. Tiene varias, por si acaso.