Imagine que su casa está allá arriba, en Siloé, la montaña. Imagine que está tan adentro, tan incrustada en la montaña, que cuando abre la ventana de su cuarto puede tocar la tierra húmeda de los barrancos, coger, si se le ocurre, un manotado de lodo tras una madrugada de lluvia. O que cuando está en el lavadero y mira hacia arriba, ve árboles, una pendiente de pasto y barro que si cediera, cubriría todo lo demás: la cocina, los dos cuartos, la sala donde pone la nevera y encima un panal de huevos y un rollo de papel higiénico, las paredes donde aún cuelgan almanaques de 2018 y 2019, el televisor de tubos y la cama sencilla, la mesa, el radio rojo sobre la mesa, las cortinas de Mickey Mouse desteñidas por los años.
Imagine que la casa está tan arriba en la montaña, que literalmente hay que escalar para acceder a ella. Caminar por calles empinadas como paredes que hacen doler las rodillas, y después por escaleras improvisadas con restos de baldosas y concreto, levantadas por la comunidad. Es tan arriba, que se ve toda la ciudad y hay que parar a la mitad de los escalones para tomar un aliento. Tan arriba, que hay carros que no tienen la fuerza para subir, así que sus conductores no tienen otra alternativa que dar reversa. Eso, si no está lloviendo. Si llueve duro, en cambio, lo que se verán son motos arrastradas por las aguas que bajan como ríos. Y rocas y bicicletas y basuras y escombros. Imagine el miedo al dormir en noches de lluvia justo al lado de un barranco cada vez más mojado, cada vez más amenazante y recostado sobre las paredes de su casa en lo alto de la montaña. Cuando llueve, en Siloé, como en el resto de la Comuna 20 de Cali, casi nadie duerme.
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A Angélica Sandoval se le partieron las uñas por escarbar la tierra. Era la mañana del 11 de marzo de 2021, e intentaba rescatar a su sobrina, Sara Michelle Mosquera Sandoval, de apenas 4 años. También a la mamá de la niña, Jackeline Mosquera, de 26, quien trabajaba como operaria de confecciones.
Mientras dormían, fueron sepultadas por un deslizamiento que ocurrió detrás de su habitación, en el sector conocido como La Arboleda, a unos cuantos pasos de la quebrada La Cristalina. Esa madrugada había llovido duro, lo que hizo que los montones de tierra acumulada producto de una construcción de una casa más arriba se deslizaran sobre la habitación de Jackeline y Sara.
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Angélica se percató de que algo había ocurrido cuando vio, desde una ventana, un hilo de agua barro que salía debajo del cuarto donde dormían sus familiares. Cuando por fin las encontraron en medio de la montaña de lodo que tumbó las paredes, Angélica, que hizo un curso de enfermería, les tomó el pulso. Jackeline estaba muerta. Los signos vitales de Sara Michelle eran débiles. Murió camino al hospital, mientras la transportaban los bomberos.
Angélica se mira sus uñas ya recuperadas y dice estar cansada. De los periodistas y los políticos que vienen a hacerle preguntas y a tomar fotos. De estos últimos sobre todo, que prometen sin comprometerse. Así desde hace por lo menos 70 años, cuando las tragedias durante la temporada de lluvias, y los muertos, se volvieron noticia recurrente en la ladera.
— Si los políticos van a ayudar, que digan cómo lo van a hacer y para qué día. Pero que no se pongan a estar prometiendo haciendo pantalla cuando los entrevistan en televisión y después se van para nunca volver. Eso es lo que cansa.
Angélica dice que después de la noticia del fallecimiento de su sobrina, les prometieron una casa. Pero hasta ahora ha sido eso, una promesa justo en medio de las cámaras de los noticieros.
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Es miércoles, y en la montaña hace frío. Sobre la ciudad se posa la neblina. Pero ni en Siloé ni en el resto de la ladera nadie parece tener interés ni tiempo para disfrutar de las postales de la naturaleza.
En el barrio Tierra Blanca, en el sector conocido como La Cañada, los vecinos aún sacan la tierra que cayó sobre sus cocinas, sus lavaderos, sus patios, cuando, en la madrugada del lunes festivo 22 de marzo de 2021, cayó el aguacero más fuerte del que tengan memoria. En seis horas, llovió más de lo que llueve en todo el mes marzo, el segundo más lluvioso del año, según el Secretario de Gestión de Riesgo, Rodrigo Zamorano. Eso generó derrumbes en diferentes puntos.
La casa de José María Pencué, de 61 años, parece bombardeada. La montaña se deslizó con ella. Solo quedan las guaduas que la sostenían. José, maestro de construcción desplazado del departamento del Cauca, dice que no es posible hacer una casa de concreto en el sitio donde está, encaramado en un barranco. “No se le pude meter tanto peso”. Apenas un muro que hizo para intentar contener lo inevitable.
Cuando ocurrió el deslizamiento, él estaba ayudando a una vecina que supuestamente había quedado atrapada por otro derrumbe. Aquella falsa alarma lo salvó. Cuando escuchó un estruendo fuerte, como caballos galopando, tuvo la premonición de que su rancho se había venido al suelo, lo que comprobó enseguida.
— Me quedé sin nada. Es la segunda vez que me pasa, aunque en la primera la casa se deslizó hacia un lado, solo fue un pedazo. Ahora se derrumbó completa. Estoy durmiendo donde mi hija. Espero una ayuda de la Alcaldía, pero hasta ahora solo han venido los de la Defensa Civil.
En la zona alta de la Comuna 20 de Cali nadie se ha salvado de tragedias durante las temporadas de lluvias. Recuerdan inundaciones, avalanchas, deslizamientos que se repiten año tras año y que se llevaron sus casas o las de sus familiares o conocidos. Una noticia recurrente que se olvida pronto, cuando vuelve el sol y la tierra se afirma, hasta que retorna el ciclo. Coinciden en que los de 2021 han sido los aguaceros más intensos que han padecido.
— Yo nunca, en los 28 años que he vivido aquí, había visto que el caño se creciera tanto – dijo una señora refiriéndose a una creciente de la quebrada La Cristalina.
Varios puntos de la montaña fueron cubiertos con plásticos por los habitantes de la ladera. Es una manera de que el agua lluvia escurra por las calles pavimentadas y evitar que la tierra se siga mojando, siga cediendo. Aunque los plásticos les cuestan una fortuna, más o menos lo que ganan durante un mes vendiendo arepas, o hamburguesas, o arreglando zapatos o canguros o maletines: $240 mil para alcanzar a cubrir – con el plástico – la mayor cantidad de terreno posible.
Beyanira Cuero, 50 años, dice que cuando llueve ella se para en la puerta de su casa, “como un vigilante”, monitoreando la montaña y lista para salir corriendo en caso de que el barranco y la casa que está atrás de la suya comiencen a desmoronarse. O atenta a lo que le pueda ocurrir a los vecinos. En la ladera, donde históricamente el Estado no ha hecho presencia, ni control, aprendieron a ayudarse entre todos. Hace unos días Beyanira le salvó la vida a una de sus vecinas.
— Una roca se vino desde la montaña. A esas piedras grandes les decimos Tarzán, (a lo mejor por lo rápido que bajan). Cuando vi la roca rodar desde mi puerta, vi a doña Hilda a punto de entrar a su casa, y alcancé a gritar: ‘¡Doña Hilda devuélvase!’ Dios le dio alientos para correr, porque es viejita, pero se salvó. A mí ya me pasó, ya perdí una casa en un aguacero y desde eso, cuando llueve, no duermo. Los inviernos en esta loma son como para llorar.
A su vecina, Rosbita, le es imposible contener las lágrimas. Son pocos, dice, los que saben cómo es acostarse con el miedo de que una montaña los aplaste. Es lo que le sucede a Sergio Antonio Montenegro, un zapatero nacido “donde empieza y termina Colombia, Túquerres, Nariño”, y que llegó a Siloé hace 50 años, cuando en Cali se disputaban los Juegos Panamericanos, “buscando una mejor vida”. Sergio perdió una casa en un derrumbe, y ahora podría perder la que construyó con ayuda de su hijo por el barranco húmedo que está justo sobre su lavadero.
Aunque el miedo no es solo por las lluvias. Durante el aguacero del lunes festivo, las columnas de la casa de don Arnulfo Pareja, ubicada en el sector conocido como El Hueco, “quedaron prácticamente en el aire”. Él sin embargo ha decidido no salir de su casa hacia el albergue temporal que dispuso la Alcaldía en el colegio Juana de Caicedo y Cuero. De hacerlo, explica, lo más seguro es que le invadan su predio o los ladrones lo dejen sin nada. Además, también hay temor de un contagio de coronavirus en el albergue. El plan de don Arnulfo es conseguir cemento, tejas, ladrillos, y hacer lo que siempre ha hecho pese a sus 78 años: volver a empezar.
— Hasta ahora la Alcaldía no ha venido. No nos han ofrecido ayudas. Así pasó la otra vez, cuando ocurrió lo mismo: casi pierdo mi casa.
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La leyenda la cuentan en el Museo Popular de Siloé, en la calle novena oeste, diagonal 50. Al parecer el nombre de la montaña lo pusieron jóvenes turistas alemanes, que en 1915 recorrieron la ladera y la encontraron llena de agua cristalina. La compararon con el estanque de Siloé, donde, según la Biblia, Jesucristo le devolvió la vista a un ciego.
La leyenda tiene distintas versiones, pero lo cierto es que la Comuna 20 está rodeada de agua. Hay siete quebradas: Isabel Pérez, Guarrús, La Cristalina, El Indio, Los Pozos, Microcuenca Mónaco y Pila Seca. Justo al lado de esas quebradas, e incluso dentro de ellas, han construido casas, barrios, lo que, en días de aguaceros y crecientes, incrementa los riesgos de que ocurran tragedias como las que se repiten desde hace casi un siglo.
En el libro ‘Espacio y poblamiento en la ladera sur occidental de Cali: sector Siloé, décadas 1910-2010’, del historiador Apolinar Ruiz López, se lee que Siloé comenzó a poblarse tanto por su riqueza hídrica, como de carbón. Con la llegada del Ferrocarril del Pacífico, la explotación minera fue un negocio que atrajo a mineros de diferentes regiones, quienes levantaron ranchos cerca de las bocaminas. El carbón era el combustible de la época tanto para el tranvía municipal, como para los vapores que navegaban el río Cauca.
Posteriormente, a mediados de los años 50, y cuando el carbón ya había sido reemplazado por otros combustibles, a Siloé siguió llegando gente que huía de la violencia política, o personas atraídas por el crecimiento de Cali. Cada quien construyó donde pudo, y como pudo. Por eso aún hay casas que no tienen canaletas, por lo que el agua lluvia escurre hacia la montaña o hacia la casa del vecino, lo que pone en riesgo la zona. O conexiones cruzadas: instalaciones de aguas residuales que se conectan con los canales de aguas lluvias.
“Siloé como barrio de Cali, aparte de vivir un proceso lento de reconocimiento oficial, siempre ha estado relegado en la agenda de propuestas urbanísticas de la ciudad, su legalidad frente a la propiedad de la tierra sigue en entredicho para las autoridades locales”, dice el libro del historiador Apolinar Ruiz.
Y agrega: “El área formada con la primera oleada de poblamiento (barrios Belén y Siloé en la actualidad), aun hoy presenta problemas de canalización y fuga de aguas servidas; hasta nuestros días hay sectores con alcantarillados artesanales elaborados por las mismas familias, no existe un cubrimiento total de las empresas municipales en este servicio y tampoco en el de acueducto. La falta de canalización de aguas lluvias ha generado graves problemas de erosión en todo el barrio, pues las aguas destruyen a su paso la capa de fijación vegetal y deterioran cada vez más las vías existentes. Las quebradas se convierten en amenazas debido a que hay construcciones a sus orillas, incluso encima de ellas, lo que aumenta los riesgos en días de crecientes. Técnicamente hay barrios enteros levantados en áreas consideradas de riesgo no mitigable, donde ni siquiera hay un metro de margen con las quebradas, a las que algunos llaman ‘caños’”.
A eso se le suma el histórico problema del manejo de las basuras y los escombros. Según Ciudad Limpia, el operador encargado de recoger la basura en la Comuna 20, en febrero de 2021 se levantaron 1100 toneladas de residuos. Pero no toda la basura se recoge. Hay lugares con problemas de seguridad donde los carros recolectores no entran. Otros donde las calles son tan estrechas y empinadas que tampoco pueden acceder. Para solucionarlo ubican puntos de acopio en vías principales, que se convierten en zonas críticas debido a que algunos llevan la basura allí todos los días, y no cuando pasa el carro recolector: martes, jueves y sábado. Y hay quienes deciden lanzar su basura a las quebradas, lo que incrementa los riesgos de represamientos e inundaciones en tiempos de cambio climático y fenómenos como el de La Niña. Emcali asegura que al día retira 120 toneladas de basuras y residuos de los canales de aguas lluvias.
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Hay un abismo entre las expectativas de los damnificados por la temporada de lluvias y la oferta institucional de la Alcaldía. Quienes perdieron sus casas solicitan materiales para volver a levantarlas. “Nosotros sabemos de construcción, ponemos la mano de obra”, dicen. En las zonas donde hay deslizamientos, claman porque entidades como Infraestructura o Vivienda hagan muros de contención.
Eso, aclara la Secretaria de Vivienda, Martha Hernández, no es tan fácil de que suceda. Por norma, los despachos de la Alcaldía no pueden invertir recursos públicos en sitios que son declarados de riesgo no mitigable, como las viviendas que están sobre un barranco o encima de una quebrada. Es un delito – agrega el gerente de Emcali, Juan Diego Florez – invertir en esas áreas, por lo que tampoco se pueden construir alcantarillados o acueductos.
Por lo pronto, explica el Secretario de Planeación, Roy Barreras, así como el Secretario de Bienestar Social, Jesús Darío González, la Alcaldía diseñó un plan de acción “en tres dimensiones”. Primero, atender la emergencia: acompañar a los damnificados en el albergue, otorgar subsidios de $299.000 por tres meses para pagar los arriendos de quienes decidan salir de las zonas de alto riesgo, recoger escombros y material de arrastre de las calles, limpiar las quebradas, e impermeabilizar los terrenos con plásticos.
Y por último ejecutar un plan con dineros de la ciudad, el departamento y la Nación, “como lo que se hizo en el jarillón del río Cauca”, que articule diferentes dependencias, para determinar cuáles son las áreas donde el riesgo sí es mitigable e invertir en ellas en acueducto, alcantarillado, sistemas de recolección de basuras, muros de contención, y buscar por otro lado una reubicación concertada con las personas que están en las zonas de riesgo no mitigable. Pero aquello tardará por lo menos dos décadas.
“Cali requiere grandes sistemas de retención de agua”: Acodal
Hugo Salazar, presidente de la Asociación Colombiana de Ingeniería Sanitaria, Acodal, seccional Valle, explica que para prevenir inundaciones en la parte plana de Cali, como en Siloé y las zonas de ladera, se deben construir sistemas de retención de aguas de escorrentía.
“Hemos propuesto hacer lagos de retención de aguas lluvias. Uno se podría hacer en el lote frente a Cosmocentro. Por encima puede tener una capa verde, y debajo los tanques de almacenamiento. También se podría hacer un sistema de retención debajo del parque de Las Banderas, y buscar otras zonas verdes para hacer estos tanques, al igual que en la zona de ladera”, dice Salazar.
Según el presidente de Acodal, uno de lo problemas que generan inundaciones es la construcción, tanto regular como irregular, de la ladera. “Construir en la ladera es un exabrupto y es lo que está pasando en Cali. Eso significa que las aguas de escorrentía van a ser mayores, porque se está reemplazando tierra que retiene agua por cemento. El problema se agrava con el cambio climático y fenómenos como el de La Niña, que aumentan las lluvias. Ya es hora de que en Cali se haga control y se respete el POT”.