Visto desde el aire, Cali cuenta con una especie de ‘central park’, aunque, por supuesto, no propiamente como aquel rectángulo verde de Nueva York que según Internet es más grande que dos de las naciones más pequeñas del mundo (el principado de Mónaco y Ciudad del Vaticano), es visitado cada año por 37 millones de personas, y que cuenta con lagunas, lagos artificiales, un castillo de estilo victoriano, 341 hectáreas de pasto, 250 mil árboles, sobre todo olmos.
En el caso de Cali, su parque central tiene una forma que se asemeja más bien a un óvalo irregular. El óvalo, a su vez, está conformado por cuatro parques considerados ‘emblemáticos’ por el Plan de Ordenamiento Territorial, debido a su extensión; superan los 20 mil metros cuadrados.
Son, en su orden, el parque del Acueducto en el oeste de la ciudad, que se conecta con la Colina de San Antonio y su tradicional iglesia, enseguida la loma donde está ubicado el Teatro al Aire Libre Los Cristales, y después el Parque Mirador Sebastián de Belalcázar, donde se encuentra la estatua en bronce del fundador de Cali, señalando con su mano derecha hacia el Pacífico y con su izquierda sosteniendo su espada Tizona.
El propósito de la Alcaldía con su programa Mi Cali Bonita es adecuar estos parques, conectarlos para que se puedan recorrer a pie de forma segura, y convertirlos en un gran complejo ambiental donde los caleños y los turistas se encuentren para conversar, sacar al perro, montar en bicicleta, escuchar a los animales, caminar o sentarse por ahí a leer o a escribir.
Precisamente, a un costado del monumento de Sebastián de Belalcázar, y abajo, sobre la Circunvalar, se ven obreros trabajando. Cambian los viejos e irregulares andenes hechos en piedra por unos nuevos con franjas táctiles, mucho más seguros para los caminantes, construyen senderos ecológicos y rampas para garantizar “un acceso universal”, levantan muros de contención y un andén para caminar alrededor del parque sobre la avenida sin tener que arrinconarse contra la montaña para esquivar los carros. También tienen presupuestado sembrar 100 árboles de algunas especies en vía de extinción como el guayaco.
Julián Andrés Zapata, el representante legal del Consorcio Belalcázar, encargado de la obra, asegura que después de algunos retrasos a finales de agosto todo estará listo, con lo que se espera que más gente utilice el parque.
La mayoría de los que recorren el Mirador de Belálcazar son abuelos que salen a caminar en las mañanas y mujeres jóvenes que hacen ejercicio, y en ambos casos denuncian que hay inseguridad, gente que va al parque a orinar en los árboles y en los postes de energía, consumidores de droga que se acuestan en las bancas a dormir su ‘traba’. Sin embargo, si más personas de la comunidad van al parque a hacer actividades deportivas o culturales con las nuevas obras, es la idea, desplazarán a quienes lo utilizan para otros menesteres.
Vea aquí: 'Video: el proyecto de conectar estos cuatro parques emblema del oeste de Cali'.
Una vez se terminen los trabajos en el Parque Mirador Belalcázar, el paso siguiente es intervenir el parque del Acueducto, al frente, conocido también como “el de las mazorcas”, aunque oficialmente se llama Parque Nicolás Ramos Hidalgo, en honor al exalcalde. Existe una sentencia que obliga al municipio a recuperar el predio después de unas acciones jurídicas interpuestas por algunos ciudadanos del sector, y ya hay algunos avances.
El biólogo Manuel Andrés Sánchez Martínez hizo un estudio para reconocer las especies de aves que transitan por el parque, e hizo algunas recomendaciones para sembrar ciertas especies de árboles altos, medios y bajos que crearán mejores condiciones para que los pájaros siempre regresen.
La arquitecta paisajista Gisell Sánchez, del Taller de Espacio Público de la Secretaría de Planeación, dice mientras camina la zona que los diseños del ‘nuevo’ Parque del Acueducto incluyen áreas para los avistadores de pájaros que cada vez más llegan del exterior o de otros departamentos para ‘chulear’ – mirar y anotar en una libreta - las aves de Cali.
Igualmente se van a restaurar las bancas en madera o cemento, se van a cambiar las canecas de basura, instalar nuevas luminarias, se construirán senderos ecológicos y terrazas, se restaurará la fuente de agua de la virgen, se instalarán cámaras de seguridad. Lo que no está muy claro aún es qué hacer con las señoras que venden mazorcas a orillas del parque, donde algunos conductores paran y generan trancones.
Se pensó en hacer una bahía, pero eso implicaría tumbar árboles y poner un obstáculo en una vía rápida como la Circunvalar, por lo que se descartó. Otra propuesta es reubicar a las vendedoras de mazorcas en la Colina de San Antonio, donde se puede parquear, pero eso apenas está en estudio.
La Colina de San Antonio es justamente el siguiente parque a intervenir, recuperando lo que ya hay – bancas, senderos, árboles, el prado para acostarse a hacer la siesta o sentarse a mirar el centro de la ciudad – y después pasar al Parque Auditorio al Aire Libre Los Cristales para terminar ese gran complejo ambiental con el que sueña Cali.
Algunos parques recuperados:
Parque de la Tercera Edad:
Parque Villa del Mar:
Parque Las Caracolas:
El parque Residencial El Bosque del barrio de mismo nombre, antes de la adecuación.
El paisaje, dice la directora del Dagma, Claudia María Buitrago, hace parte del derecho al ambiente sano, y en ese asunto Cali tiene una deuda histórica que se está intentando saldar con la recuperación de los parques emblemáticos pero también interviniendo los parques de los barrios.
Hace unos días el programa Mi Cali Bonita entregó los primeros 36 parques recuperados durante 2018, y al final de año intervendrá 61 más en todas las comunas, “sin distingo de estrato”, dice la arquitecta Ximena Zamorano, asesora de la Alcaldía.
En el parque de la Tercera Edad del barrio Aguacatal, de la Comuna 1, para citar un caso, se construyeron senderos elevados, se sembraron jardines, se mejoró el kiosko y se construyó un mirador con vista al río.
En Capri se instalaron nuevos juegos infantiles y se recuperaron los senderos que estaban agrietados por las raíces de los árboles; en el parque Paraíso de Ciudad Jardín se adecuó una pista de trote y en el parque El Triángulo Valladito el piso donde juegan los niños ahora es de caucho reciclado.
En el parque del barrio Morichal sucede algo curioso. Allí se mejoraron los senderos para las personas con movilidad reducida, se sembraron árboles y jardines, y los líderes del barrio, cuenta Magnolia Bedoya, integrante de la Mesa de Cultura Ciudadana de la Comuna 15, dotaron de pitos a quienes viven cerca del parque. Cada que ven a alguien fumando marihuana, orinando en un árbol, tirando basura o escombros o dejando los desechos del perro en el pasto, los vecinos salen a pitar.
Desde entonces pocos se han atrevido a ganarse una pitada comunal.
La arquitecta Ximena Zamorano dice que los diseños de los 36 parques que ya fueron entregados, y los 61 que se van a intervenir el resto del año, se realizaron de acuerdo con las peticiones de los habitantes de cada comuna, que se reunieron con los funcionarios del Taller de Espacio Público de Planeación. En total en las reuniones participaron 1170 personas de todas las comunas, lo que confirma que el parque es algo de lo que nos apropiamos y nos duele como si se tratara de nuestra casa.
En el parque de La Flora, de hecho, un hombre que paseaba su perro se acercó raudo apenas vio el automóvil de este diario con las calcomanías que decían “prensa” para denunciar molesto que el parque se ha convertido en punto de expendio de drogas y jíbaros. Enseguida señaló a algunos muchachos que estaban sentados en una banca, otros bajo un árbol, y otros en una esquina. “Son ellos, y nadie dice nada, como si fuera normal”.
Germán Ramírez, edil vicepresidente de la Comuna 2, también caminaba presuroso desde la cancha de fútbol y contó que hubo un tiempo en el que en el parque de La Flora robaban y algunas parejas tenían sexo sin ningún problema tras una banca o detrás del tronco de un árbol, pero eso se logró erradicar programando actividades deportivas y culturales e instalando juegos para los niños.
El problema, ahora, decía Germán, es que el parque de La Flora se volvió atractivo para las ventas ambulantes, los food truck, “y han empezado a poner negocios alrededor del parque sin tener uso del suelo. Lo quieren convertir como el parque del Ingenio en la 16 o el Parque del Perro”.
A través de Facebook, Sebastián Coronnel, un estudiante de literatura de la Universidad del Valle, denunció de otro lado que fue víctima de un robo “en los muritos que están al lado de la iglesia de la Colina de San Antonio” donde le hurtaron su celular y casi pierde la vida.
Todo ocurrió hace una semana, cuando un jovencito llegó hasta donde él estaba sentado con un amigo, les apuntó con el revólver, y les pidió el celular, el maletín y la plata que llevaban encima. Después de que le entregaron todo, el ladrón disparó. El tiro, dice Sebastián, le rozó la cabeza, al punto que debieron llevarlo a un centro médico donde le cogieron puntos. Desde entonces Sebastián no ha vuelto al parque.
En el Parque del Perro, la señora Catherine Dupriez, presidenta de la JAC, una belga que vive en Cali hace 50 años y en San Fernando Viejo desde la década del 80, estaba vestida elegantemente de pantalón blanco, gafas negras, un bastón y llevaba unas hojas recién impresas con fotos que resumen los problemas del parque, su parque: un ladrón robándose un espejo de una camioneta captado por una cámara de seguridad; habitantes de calle durmiendo en la puerta de los restaurantes; canecas de basura desbordadas; trancones; vías en mal estado; andenes ocupados por mesas de algunos bares, calles invadidas de carros parqueados.
El sueño de la comunidad, decía la señora Catherine, es que el Parque del Perro sea un destino gastronómico de Cali - y no rumbero - y para eso necesitan que los negocios de alrededor instalen cámaras de seguridad –es una de las zonas de Cali donde más roban carros – se mejore la iluminación y el estado de las vías.
En el parque de El Ingenio, en cambio, denuncian algunos problemas con las basuras que dejan los que acostumbran a hacer picnics, los robos de los espejos de los carros, los huecos sobre la Carrera 83 que estallan llantas con frecuencia, las motos que a veces se meten por los senderos del parque, y los trancones que se forman sobre la 16, sobre todo los domingos, cuando algunos llegan a parquear a lado y lado de la vía para comer cholado.
Sin embargo, y pese a sus problemas, en el Ingenio y en el resto de barios de la ciudad los caleños se niegan a dejar de visitar los parques. En el del Perro, al mediodía, se ven ejecutivos de las empresas cercanas almorzando bajo los árboles, los practicantes de medicina del HUV conversando y riéndose duro, las parejas dándose besos en las bancas, el poeta Jhonatan Manfor, que llegó hace unos días de Ciudad de México, escribiendo versos.
Liliana Ossa, de la Fundación Paz Animal, por su parte, arrima todos los días al Parque del Perro para alimentar a las palomas con un “revuelto” que ella misma hace a base de maíz, avena, lentejas. En su carro también carga dos tarros para cambiarles el agua, mientras las palomas vuelan alrededor suyo como recordándonos que la vida está en esos pequeños placeres que nos podemos encontrar en un parque.
Baños públicos, un lío
Uno de los principales requerimientos de los caleños para los parques es la instalación de baños públicos.
Sin embargo, aunque normativamente es viable, ninguna dependencia de la Alcaldía ha asumido el manejo, y el mantenimiento, de los mismos.
Igualmente empresas privadas ofrecen estos servicios, pero los costos, explicaron en la Administración, son muy altos.
Por ello, de momento, los parques de la ciudad no cuentan con este servicio.