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El amor en los tiempos del paraguas. Ya sea para el sol o para la lluvia, los vendedores de paraguas andan de ‘agosto’ por estos días. | Foto: Archivo El País

LLUVIAS

Las alertas que el clima 'bipolar' de esta semana le envía a Cali

Hace unos pocos días Cali era el infierno, pero esta semana nos resguardamos de la lluvia. El cambio climático cada vez nos entrega señales más cercanas de que es un irreversible tan global, como local.

26 de enero de 2020 Por: Jorge Enrique Rojas, reportero de El País

Hasta hace una semana el tema en la calle era el calor, y los expertos hicieron pronósticos infernales: temperaturas diarias de por lo menos 35 grados centígrados llegando a marzo. Afuera de las casas y las oficinas, de los bancos y del aire acondicionado, el sol en Cali se derretía sobre todo lo demás. El pasado fin de semana los acalorados enloquecieron tratando de llegar a Pance, y en este diario publicamos un informe sobre el inusitado aumento en la venta de ventiladores. Pero el martes se hizo el invierno con uno de esos aguaceros en los que llueven hasta maridos, como reza el refrán; noche de nubes cuajadas de agua, y al otro día volvió a llover. El viernes amaneció cerrado. ¿En qué momento la previsible Sucursal del Cielo se convirtió en esta climática bipolar que padecemos hoy?

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Nacido en 1925, Nicolás Ramos es un historiador vinculado a la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali, que alcanzó a saber de su papá vistiendo trajes de paño y tres piezas para ir al trabajo. Aunque su papá fue Alcalde y en la época (1928-1929) el cargo tenía un código de vestuario irrompible, Nicolás dice que más allá de la ocupación, aquel solía ser el estilo porque la temperatura lo permitía. Sin embargo desde entonces la ciudad ya empezaba a calentarse paulatinamente: para los años 40 el hombre recuerda a su papá llegando a cambiarse de camisa siempre a la hora del almuerzo, con el sudor pegado a la espalda. Y para los 70, tiene la impresión, nadie más pudo resistir el traje completo.

Aunque Cali siempre ha tenido temporadas calurosas, Nicolás –ingeniero y exgerente de Emcali- dice que el aumento generalizado de temperatura tiene que ver con su propia expansión: entre más construcciones y más carros, más caliente. De modo que eso ya nos sitúa en un punto de no retorno: más de dos millones de habitantes, 700.000 vehículos, y 50.000 carros nuevos circulando cada año.

El director del programa de Biología de la universidad Icesi, Leonardo Herrera, explica que muchos de los procesos relacionados con el crecimiento urbanístico (talas de árboles, cambios en el curso de ríos, humedales secados a la fuerza), efectivamente han modificado los métodos de autorregulación calórica que naturalmente tenía la ciudad. Y sumado a eso están las construcciones que se extienden por todas partes, en forma de edificios y casas muy juntas, con el cemento como gran retenedor de calor: en las noches el concreto libera la temperatura que contuvo a lo largo del día, y por eso de un tiempo para acá hay zonas de Cali donde dormir tiene un peso adicional.

Con todo esto, cree Leonardo, la nuestra sigue siendo una de las ciudades donde más fácil resulta prevenir el clima, porque los picos de Los Farallones son un indicador sin yerro: despejados, hace calor en la ciudad; nublados, llueve acá abajo: “Detrás de Los Farallones está el Pacífico y nuestro clima depende en gran medida de toda la cantidad de agua que se evapora del mar, y que llega hasta Cali a través de las nubes. Entre el Pacífico y la cordillera están los bosques que primeramente concentran toda esa humedad. Pero cuando los vientos son muy fuertes empujan toda la nubosidad por encima y Cali tiene la lluvia”. Las olas de calor y de agua que hemos tenido en lo que va del 2020, considera el director de Biología del Icesi, están en todo caso asociadas con el cambio climático.

En Colombia, los efectos del cambio climático también se visibilizan en la erosión costera, la pérdida de playas, y el aumento de especies de fauna y flora en riesgo de extinción.

A pesar de los aterradores incendios que se devoran los koalas australianos, hay quienes siguen viendo el cambio climático como una lejana noticia de televisión, o como el embeleco que le da vida viral a Greta Thunberg. Pero también hay quienes lo viven en la piel. En el barrio Nueva Floresta de Cali, por ejemplo, Vanessa B.Q., la pasa realmente mal con los imprevistos del clima, porque desde los 5 años fue diagnosticada alérgica a los excesos de frío y calor. Hoy, a los 15, la chica ha terminado por resignarse al vaticinio médico según el cual su enfermedad solo puede tener tratamiento, más no una cura definitiva.

Su mamá cuenta que cuando tiene un episodio de crisis, a la niña se le reseca la piel, se le enrojecen los ojos y le pica todo el cuerpo con una concentración especial en la nariz. Hace poco, indispuesta en medio de una clase en el colegio, un profesor la abordó para preguntarle si estaba drogada. La madre cuenta el episodio batiendo la cabeza lentamente de un lado a otro, indignada ante la talla de la incomprensión. Según el reporte especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, a partir del año 2030, la temperatura aumentará 1.5 grados centígrados cada década.

Marcela Navarrete, coordinadora del Observatorio de Conflictos Urbanos de la Universidad del Valle, dice que todos estos cambios extremos son un llamado de atención local para generar estrategias que nos ayuden a mitigar el cambio climático. Delegada de la Univalle al Comité Internacional de Seguimiento a los Acuerdos de París (el convenio mundial para reducir las emisiones de gases efecto invernadero), señala que lo que estamos viendo es el retrato, justamente, de una serie de políticas que al día de hoy no terminan de considerarlo como una realidad cercana: “Y debemos entender esto de forma sistemática. Tenemos reservas de agua limitadas a nivel global y a nivel local, y los incendios forestales del planeta son un reflejo. Aquí ya tenemos que hablar de la adaptación al cambio climático porque es irreversible”.

De acuerdo con cálculos del Ideam, si la temperatura sigue elevándose al mismo ritmo, en tres décadas los glaciares de Colombia podrían ser apenas un recuerdo.

En el caso de Cali, por eso, es más que necesario que las decisiones de gobierno dejen de tener pequeñas pretensiones para darle paso a la articulación de una postura colectiva que una al sector empresarial en torno a resultados concisos, como la generación de energías alternativas. “Hay que comprometer al sector productivo con la reconversión tecnológica, y eso es algo que se le puede plantear a través de un programa de exención de impuestos. Hay que tener ya un transporte público intermodal, regular la tenencia y rodamiento de vehículos particulares, y trabajar más en educación ambiental a otros niveles. Es un asunto de voluntad política”, piensa Marcela.

El año pasado la Corporación Autónoma Regional, CVC, y la Gobernación del Valle dieron a conocer el Plan Integral de Cambio Climático, que contiene medidas acordadas en un esfuerzo conjunto con el propósito de mitigar los efectos negativos del clima sobre el recurso hídrico, páramos, agricultura y salud de la región. Teniendo el 2030 como meta, en Cali particularmente, está en marcha la estrategia de los ‘ecobarrios’, a través de la cual distintos sectores de la ciudad poco a poco han ido transformando sus dinámicas de vida en favor de la conservación.

Los ‘ecobarrios’ son un movimiento cultural y formativo que le ha servido a decenas de habitantes para impulsar huertas orgánicas en espacios reducidos, promoviendo de manera paralela una pequeña revolución alimenticia. Así ocurre con vecinos de San Antonio, para no ir tan lejos. Algunos, en sus terrazas, hoy tienen cultivos de tomate y otras legumbres, que además de nutrir sus mesas les ayudan a regular el calor de las viviendas. Por estos días, eso sí, los tiempos de la cosecha son una incertidumbre. En las terrazas de la Sucursal del Cielo era posible pronosticar el brote de un tomate; bajo la reglas de esta nueva climática bipolar, todo parece distinto.

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