Colombia
Las increíbles historias de Eduardo Valencia Ospina, el caleño que lideró la victoria de Colombia sobre Nicaragua
Como secretario de la Corte Internacional de Justicia conoció al papa Juan Pablo II, Fidel Castro, Yasser Arafat y mucho antes tuvo un encuentro con John F. Kennedy y su hermano Robert, fiscal general. Es fiel lector de El País de su natal Cali.
Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes
Eduardo Valencia Ospina asegura tener un agudo sentido de la intuición, que utiliza como catalizador para medir la compatibilidad de carácter con un amigo potencial. El valor de la amistad –dice– ocupa un lugar preeminente en su vida. Es de los amigos que están ahí, en las buenas y, sobre todo, en las malas. Las vicisitudes de sus conocidos lo conmueven y siempre está dispuesto a dar un consejo y ofrecer una ayuda, “sin contraprestación”.
Es además un hombre que prefiere escuchar a ser parlanchín, y valora la opinión de los otros, incluso cuando es contraria a la suya. No alardea de sus merecimientos y, ante todo, privilegia su privacidad, por lo que rara vez concede entrevistas.
Trata de la misma manera, siempre cortés y con respeto, a quien tenga al frente, no importa su condición social, y disfruta del buen comer y del buen vino. Por el contrario, desprecia la frivolidad y la vulgaridad, especialmente en el uso del lenguaje.
Pese a ser siempre el mejor estudiante en el colegio y la universidad, no le iba mal en los deportes. Alguna vez fue campeón de natación en el Santa Librada. También, con apenas 15 años, dirigió un programa de radio.
En su larga trayectoria como secretario de la Corte Internacional de Justicia tuvo encuentros con el papa Juan Pablo II, el Shah de Irán, Fidel Castro, Yasser Arafat y el presidente de Nigeria Olusegun Obasanjo. Mucho antes conoció al presidente John F. Kennedy y a su hermano Robert, fiscal general.
En este diálogo en exclusiva con El País, el abogado principal del equipo que defendió a Colombia en la disputa con Nicaragua recuerda su vida, días antes de que el gobierno le entregue la Orden de Boyacá como homenaje y agradecimiento por liderar la mayor victoria judicial internacional del país en su historia reciente.
Usted nació en Cali el 19 de septiembre de 1939. ¿Cómo era su entorno y qué lo llevó a ser abogado?
Mis primeros 17 años los pasé en casa de mis progenitores en Cali, alrededor de la cual habitaban no menos de una docena de distinguidas familias extranjeras, principalmente europeas. Mi padre y madre me inculcaron los valores de hombría de bien que me han guiado toda la vida, con énfasis en la solidaridad social. Crecí en una atmósfera familiar de enriquecedora cultura, que me permitió desarrollar el profundo interés que mantengo por todas y cada una de las siete manifestaciones artísticas que conforman el concepto de Bellas Artes. Y que me impulsó a procurar la excelencia tanto en mis estudios como en el deporte y otras actividades extracurriculares. De ello es ejemplo el haber sido galardonado al término de mi bachillerato con la medalla de oro General Santander, que el colegio de Santa Librada concedía a su mejor alumno. Y haber sido campeón en torneos de natación.
Entiendo que primero ingresó a la Universidad Javeriana, y allí obtiene una beca en Harvard. ¿Cómo fue la historia?
Deseoso de ampliar mis horizontes, me decidí por el derecho, porque consideré era la disciplina que mejor me enseñaría una lógica del razonamiento que pudiera ser aplicada con igual efectividad en diversos campos de la actividad humana. Aconsejado por un amigo de mi padre, el entonces Provincial de los Jesuitas, opté por seguir mi carrera en la Javeriana en Bogotá, la cual me ofrecía la gran ventaja de poder realizar al tiempo estudios en Ciencias tanto Jurídicas como Económicas.
También en la Javeriana fui el mejor alumno de mi promoción. Por ese motivo, la facultad me escogió para ser beneficiario de un viaje de estudio por los Estados Unidos patrocinado por la Asociación Interamericana de Abogados. Pude así disfrutar de pasantías en prestigiosas Universidades y firmas de abogados en varias importantes ciudades de ese país, y ser recibido por personalidades de los mundos político y judicial norteamericanos, empezando por el presidente John F. Kennedy y su hermano Robert, fiscal general. De ese viaje surgió la iniciativa de realizar estudios de posgrado en la Facultad de Derecho de Harvard, que se concretó gracias a becas que me otorgaran el Icetex, la OEA y la misma Harvard. Allí obtuve en 1963 el título de “Master of Laws” (L.L.M.) y continué por un año más profundizando en mis estudios de Derecho Internacional Público.
En 1964 ingresó a Naciones Unidas. ¿Cómo se da su llegada a la entidad y cuáles fueron sus principales batallas jurídicas allí? Entiendo que se jubiló como subsecretario general.
En el otoño de 1964, por recomendación de Harvard e invitación de la Secretaría de la ONU, ingresé como funcionario de planta a la Oficina de Asuntos Jurídicos de la Organización en Nueva York, en donde permanecí por 20 años hasta 1984, ascendiendo gradualmente desde el nivel más bajo del escalafón, y en donde integré por todo este período la Secretaría de la Comisión de Derecho Internacional (CDI).
En 1984 fui elegido por la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en La Haya, primero como su subsecretario general por dos años y después como secretario general por dos períodos consecutivos de siete años cada uno, habiendo sido el único Latinoamericano en ocupar esa alta posición. Terminé mi carrera de 36 años como funcionario internacional, jubilándome con el rango de secretario general adjunto de la ONU.
En mi condición de funcionario internacional, debo destacar mi participación en la Conferencia que adoptó la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados –piedra angular del Derecho Internacional Público–, donde fui el asistente jurídico del autor del proyecto de base de la CDI, el profesor de Oxford Sir Humphrey Waldock, luego presidente de la Corte Internacional. Y en esta, merece especial mención mi participación en todas las etapas del proceso en el caso de las Actividades Militares y Paramilitares en y contra Nicaragua, entre este último país y los Estados Unidos, que partió en dos la vida de la Corte, reviviendo su relevancia para la solución pacífica de las controversias internacionales.
Como secretario de la Corte Internacional de Justicia, ¿cuál fue exactamente su papel en esta instancia?
Mi llegada a la Corte el 9 de abril de 1984 coincidió, después de una década de relativa inactividad de la misma, con un resurgimiento de su utilización por los Estados. Al yo asumir mis nuevas funciones, la Corte conocía solamente de un caso. En los 16 años que yo la serví, la Corte conoció de más de 50 casos contenciosos y peticiones de opinión consultiva. En todos participé activamente, con voz aunque sin voto, en cada una de las diversas etapas del proceso judicial previas al pronunciamiento de un fallo u opinión, especialmente la deliberación colectiva entre los jueces una vez terminadas las audiencias y en los respectivos Comités de Redacción.
Por otra parte, dado el reducido número del personal calificado en derecho en la Secretaría durante mi mandato, me correspondió desempeñar personalmente diversas tareas normalmente encomendadas a un asesor jurídico. En este contexto, tuvo especial significado la estrecha relación profesional que siempre mantuve con los jueces que ocuparon la Presidencia tanto de la Corte como de sus Salas y Comités.
Otro aspecto que merece ser destacado fue la representación de la Corte en sus relaciones con el mundo exterior, función diplomática inherente a la condición de secretario general de la institución. Cubrió una amplia gama de interlocutores, incluyendo los agentes y abogados de Estados Partes en un litigio y las altas autoridades y organismos de estos y de Estados no Partes, del Estado anfitrión, de las Naciones Unidas y otras Organizaciones Gubernamentales y No-Gubernamentales, de la Sociedad Civil y de la Academia.
En este contexto merecen mención especial mis impactantes encuentros con personajes como el papa Juan Pablo II, el Shah de Irán, Fidel Castro, Yasser Arafat y el presidente de Nigeria Olusegun Obasanjo, entre muchos otros. Yo le dí a mi función en la Corte, con su anuencia, un carácter más dinámico y proactivo, que repercutió en su mayor visibilidad y disponibilidad como la última instancia para el arreglo pacífico, conforme a derecho, de las controversias interestatales.
En noviembre de 2016 llega a la Comisión de Derecho Internacional, fue su presidente. ¿Cuál es su legado en esta comisión?
A partir de 2000 y por diez años, ejercí en París como consultor en Derecho Internacional del Bufete Británico de Abogados ”Eversheds/Frere Cholmeley”. En 2006 fui elegido por la CDI para reemplazar como miembro al excanciller mexicano Bernardo Sepúlveda, elegido juez de la CIJ. Posteriormente, la Asamblea-General de la ONU me reeligió tres veces, para períodos quinquenales consecutivos desde 2007 a 2022. En la Comisión fui nombrado relator especial sobre la ‘Protección de Personas en caso de Desastres’, tema sobre el cual su Proyecto de Artículos definitivo, de mi autoría y mi legado, se halla actualmente a consideración de la Asamblea General con miras a la elaboración de una convención internacional. Fui, además, elegido primer vicepresidente y posteriormente presidente de la 70.ª sesión conmemorativa (2018-2019) de la Comisión. Finalmente, en 2021 decliné el ofrecimiento de la Cancillería colombiana de candidatizarme para una cuarta reelección. En los 74 años de existencia de la CDI, he sido uno de los dos únicos colombianos elegidos como miembro, sucediendo yo en ese cargo, después de un interregno de 50 años, a Jesús María Yepes, mi profesor de Derecho Internacional en la Javeriana.
En síntesis, durante mi carrera profesional de casi 60 años he tenido el privilegio de haber sido partícipe influyente en los procesos tanto de desarrollo y codificación del Derecho Internacional como de la aplicación de sus reglas a controversias y situaciones internacionales concretas, en los dos más altos órganos de Naciones Unidas creados para implementar los respectivos mandatos de la Carta de la ONU.
A partir de 2000 hasta el día de hoy he actuado ininterrumpidamente como consultor en Derecho Internacional de Colombia ante la CIJ, responsabilidad con la que me han honrado cinco gobernantes del país: el presidente Pastrana, el primero en nombrarme, y sus sucesores los presidentes Uribe, Santos, Duque y Petro. He sido asimismo consultor de un buen número de Estados de Latinoamérica, Europa y Asia en asuntos sometidos a la Corte y a tribunales arbitrales, de algunos de los cuales he sido también juez.
Por cierto, también tiene vínculos con el periodismo…
En 2002 fundé la revista jurídica El Derecho y la Práctica de las Cortes y Tribunales Internacionales, publicada por las casas editoriales Kluwer y Brill, en Leiden y Boston. Fue el internacionalista Israelí Shabtai Rosenne, el más calificado e influyente de los autores sobre la CIJ, quien convenció a Kluwer de la importancia de crear una revista dedicada a analizar sus fallos y los de otros tribunales internacionales, bajo condición de que fuera yo quien la dirigiera. Lo que hice como su editor en jefe por quince años. También he sido miembro de las Juntas de Editores de anuarios y revistas especializadas en Derecho Internacional en países europeos y en Colombia.
Mis vínculos con el periodismo se remontan a una edad muy temprana cuando, todavía estudiante quinceañero de bachillerato en Santa Librada, establecí y dirigí un programa semanal de una hora en Radio Pacífico en el que presenté diversas personalidades y grupos, desde el filósofo francés Étienne Gilson hasta una banda autóctona de música folclórica de la costa Pacífica Colombiana. Esa vocación mía, reflejada asimismo en un sobrino ganador dos veces del premio Simón Bolívar, fue sin duda una de las herencias de mi padre, quien mantuvo una columna sobre asuntos económicos en Relator, en esa época el más importante diario de la región.
Pese a vivir mucho tiempo en el exterior, ¿cómo es su relación con Cali, con sus raíces?
A pesar de haber dejado Cali a los 16 años para ir a estudiar en Bogotá y luego a estudiar y trabajar en el exterior, siempre he mantenido con mi tierra natal un inalterable vínculo emocional, alimentado con periódicas visitas a la ciudad al menos una vez por año, para disfrutar en familia temporadas de vacaciones y las fiestas decembrinas o para consultas médicas. Después de perder a mi padre en Suiza hace precisamente 50 años, en la última década sufrí también la pérdida sucesiva de las dos mujeres que formaban parte del estrecho círculo familiar, mi madre y mi hermana, con quienes me unieron los más estrechos lazos de comprensión y afecto. Aunque ellas, como toda mujer, constituyeron el más sólido baluarte familiar, su ausencia no ha debilitado para nada mi compromiso de compartir en persona con lo que resta de ese núcleo, centrado en Cali y dignamente representado especialmente por mi sobrina y sobrinos y sus hijos. Ellos me mantienen constantemente al tanto de lo que sucede en Cali, profundizando en las noticias que a diario recibo como fiel lector digital que soy de El País.
Hablando del pleito con Nicaragua, y para finalizar, ¿cómo se logró esa victoria contundente?
Como lo enfatizara en mi alocución desde el Palacio de la Paz en La Haya inmediatamente después de pronunciado el fallo, este no solo reivindicó la posición de Colombia sobre el meollo jurídico de la controversia, sino también la política de Estado adoptada por todos los Gobiernos nacionales que se sucedieron una vez Nicaragua presentara su primera demanda. Dicha política, que constituyó el indispensable telón de fondo del proceso que termina, consistió en emplear siempre el Derecho como el medio idóneo para la solución pacífica de las controversias internacionales, privilegiando el Imperio de la Ley y fortaleciendo progresivamente los mecanismos judiciales. Esta política de Estado se mantuvo inalterable desde el principio hasta el fin de más de dos décadas de juicios sucesivos ante la CIJ, a pesar de las diferencias ideológicas existentes entre los sectores políticos que detentaron el poder, y de las enormes presiones de todo tipo que para quebrantarla ejercieron sus opositores sobre el Gobierno de turno.
Para un mejor entendimiento, debo precisar que el caso decidido el 13 de julio es el último de la serie de tres casos incoados por Nicaragua contra Colombia, de los cuales dos ya fueron objeto de fallos definitivos en 2012 y 2022, respectivamente. Aunque el contexto geopolítico fuera el mismo para los tres, cada uno fue un caso jurídicamente autónomo, por lo que las audiencias de diciembre fueron las primeras y únicas sobre el fondo del caso intitulado ‘Cuestión de la Delimitación de la Plataforma Continental entre Nicaragua y Colombia más allá de las 200 millas náuticas de la costa Nicaragüense’.
Este fue un caso en donde se entrelazaban aspectos altamente técnicos y científicos con aspectos complejos de Derecho Internacional Público y, en especial, del Derecho del Mar. En principio, según la práctica habitual, las audiencias hubieran debido abarcar ambos aspectos. Sin embargo, por primera vez en su historia, la Corte decidió separar el debate entre las partes y limitar inicialmente las audiencias a lo jurídico. Y dentro de este ámbito, restringir aún más el procedimiento oral, ordenando a las partes dirigir sus respectivos argumentos no a todos los elementos jurídicamente relevantes para el conjunto del caso, la mayor parte de los cuales ya habían sido reflejados en los alegatos escritos, sino a responder exclusivamente, en un tiempo abreviado, a dos cuestiones concretas relacionadas con un tema fundamental: la relación entre la noción de ‘Plataforma continental extendida’ y el Derecho Internacional Consuetudinario
En consecuencia, los argumentos de Colombia, así como los de Nicaragua, debieron ceñirse sin desviación posible al marco jurídico claramente definido por la Corte. Miradas desde esta perspectiva, las audiencias de diciembre se tranformaron en lo que el canciller Leyva ha caracterizado acertadamente como el punto de inflexion de todo el proceso. Las dos cuestiones planteadas por la Corte se sitúan en el centro de la controversia jurídica entre las partes. La manera en que el nuevo equipo colombiano, bajo la firme y efectiva dirección del agente y co-agentes, se vio obligado en escasamente un mes a diseñar y organizar alegatos orales, en cierta medida novedosos, que se conformaran con la directiva de la Corte, y la sólida y persuasiva presentación que de ellos hizo en las audiencias, fueron indudablemente la clave del rotundo éxito obtenido al alinearse la Corte completamente con la posición defendida por Colombia.