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En Cali, dice Jairo Silva, director de Medicina Legal en el Valle, los fines de semana, las fechas especiales como el Día de la Madre, Amor y Amistad o la Feria de fin de año, son los días más críticos para el Instituto. A diario ingresan entre 8 y 12 cuerpos en promedio. | Foto: Foto Ricardo Ortegón - El País

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Día de los Muertos: así es trabajar en las entrañas de Medicina Legal en Cali

Desde hace 21 años, el médico Jairo Silva trabaja en Medicina Legal. Actualmente es el director en el Valle. ¿Qué sucede con un cuerpo cuando llega allí? Crónica.

1 de noviembre de 2018 Por: Santiago Cruz Hoyos / Editor de Unidad de Crónicas de El País

Jairo Silva, el director regional de Medicina Legal en el Valle, se refiere a los cadáveres que llegan a la morgue con sumo respeto, incluso cariño. Los llama ‘cuerpitos’, ‘muerticos’.

Aunque cuando está frente a un cuerpo lo mira de una manera muy técnica, como si se tratara de un motor averiado al que le busca la falla, en el fondo lo que lo entusiasma es un sentimiento de solidaridad con las familias: entregarles respuestas. Si lo mataron, por ejemplo, tratar de averiguar cómo lo hicieron. Si en cambio se trata del cadáver de un NN, utilizar toda la tecnología disponible para identificarlo.

Desde su oficina se escucha a diario el llanto agónico de personas que llegan en busca de un familiar que salió de casa y no volvieron a saber de él.

– Tal vez ese sea el pedazo más duro de este oficio.

La muerte, se sabe, no da tregua. Entre enero y el pasado 10 de octubre de 2018, a Medicina Legal regional Valle ingresaron 3558 cadáveres de municipios como Buenaventura, Caicedonia, Cartago, Buga, Palmira, Roldanillo, Sevilla, Tuluá y por supuesto, Cali. A casi la mitad – 1772 – los asesinaron.

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Apenas 458 murieron de causas naturales; 209 se suicidaron; 208 murieron por accidentes como caerse de las gradas o electrocutarse con un cable; 730 fallecieron en accidentes de tránsito; 122 casos se quedaron por determinar y 59 continúan en estudio.

De los 3558 cadáveres ingresados, 2220 eran de Cali, además; 1132 correspondían a personas asesinadas.

En su oficina, Jairo Silva toma una hoja en blanco y comienza a explicar con la vocación de un docente cuándo un cuerpo debe llegar a Medicina Legal y cuándo no. En la hoja escribe: CAUSA DE MUERTE.

Básicamente hay dos maneras de morir. Por causas internas, una enfermedad, un virus, - los abuelos lo llaman “muerte natural” - o por causas externas, siempre violentas: una bala, un cuchillo, la picadura de una serpiente, un tóxico, un rayo. Según la Ley colombiana, el cuerpo de toda persona que muera por una causa externa debe ser estudiado por los médicos legistas de Medicina Legal. El Estado tiene la obligación de responder una pregunta: ¿qué pasó?

Pero hay otros casos en los que un cadáver debe ingresar a Medicina Legal: cuando no hay claridad sobre lo que causó la muerte, así haya sido natural. Como el atleta aparentemente sano que murió mientras caminaba por la calle. O el jugador de fútbol que se desplomó en el centro del campo.

También ingresan los cadáveres de las personas que murieron por presuntas negligencias médicas y sus familias instauraron las respectivas denuncias.

– Los muerticos, eso es muy cierto, ‘hablan’ – dice Jairo y continúa escribiendo.

Morimos por diferentes causas, pero en el cuerpo por lo regular ocurre lo mismo: en lo más profundo del cerebro existen núcleos que controlan la respiración y los ruidos cardiacos. Cuando se comprimen debido a los daños que genera una bala, un golpe, una enfermedad, un veneno, una puñalada, esos núcleos dejan de funcionar y los pulmones y el corazón se detienen. Como un pistón que deja de impulsar los fluidos de una máquina. Jairo dibuja el fenómeno en una hoja tan frágil como la vida.

Una vez llega el cuerpo a Medicina Legal, es recibido por un asistente que radica el caso en el sistema. Posteriormente se encarga de trasladar el cadáver a la morgue, donde hay dos neveras con capacidad para 100 cuerpos.

En la morgue el cadáver queda “en espera”. Sí: incluso muertos esperamos. Se debe aguardar a que el Coordinador de Patología le asigne los casos de la jornada a cada patólogo forense, según su especialidad.

El doctor Jorge Paredes es un experto en hacer necropsias de personas que han muerto en cirugías estéticas, por ejemplo. Es una autoridad mundial en el tema. Así que si hay un cuerpo en esas condiciones, se lo asignan a él.

El doctor Óscar Plaza en cambio es especialista en necropsias de niños. Fetos, incluso. Otros se han especializado en muertes por accidentes de tránsito. Y hay una doctora que cuando está de turno solicita hacer las necropsias de los cuerpos descompuestos: calcinados, o que permanecieron días en el río o en el mar.

Al día, es el promedio, a Medicina Legal ingresan entre 8 y 12 cadáveres y, una vez asignados a los patólogos, se inicia el proceso de necropsia para identificar el cuerpo y escudriñar por qué murió.

Se revisa el cadáver desde la cabeza hasta los pies. Para abrirlo se utiliza un bisturí. En el caso del cráneo, se debe usar una sierra eléctrica. La necropsia puede tardar cuatro horas, y en ella también interviene un fotógrafo que va captando cada detalle relevante – las heridas, los tatuajes de la víctima, las señales de tortura - un asistente que ayuda a tomar medidas como el agujero que dejó la bala, y un dactiloscopista que toma las huellas dactilares del cuerpo para cotejarlas con la base de datos de la Registraduría.

Identificar un cuerpo sin embargo no siempre es tan sencillo. Algunos llegan con tres cédulas distintas en sus bolsillos. Otros están tan descompuestos, que ni siquiera se les puede tomar las huellas. En ese caso se acude a la Carta Dental. Cada diente tiene una particularidad que nos hace únicos. Sin embargo en Colombia la mayoría no tenemos una Carta Dental, por lo que queda otro recurso: el perfil genético.

Se les toma muestras de sangre a los familiares y se comparan en el laboratorio de genética con las muestras que se le toman al cadáver. Fue así como identificaron los cuerpos del periodista Javier Ortega (32 años), el fotógrafo Paúl Rivas (45) y el conductor Efraín Segarra (60) del diario El Comercio de Quito, que fueron secuestrados y asesinados por las disidencias de la guerrilla de las Farc en la frontera con Ecuador.

Hace dos décadas no habría manera de hacer algo parecido. Medicina Legal no contaba con la tecnología actual, y eso está haciendo que las autoridades paguen algunos pecados: gente que supuestamente ya murió según los registros, y en realidad continúa delinquiendo. Hay un caso en Jamundí, otro en Cartagena y otro en Yumbo, donde una señora que falleció atropellada por un carro según los reportes, está viva. La señora forma parte de los carteles del narcotráfico en el Valle.

– Lo que sucede es que hace 15 años la gente llegaba por su familiar y decía “es el de la camisa roja, el más gordito”. Y se lo llevaban así, sin más. Entonces esos errores de procedimiento, que se daban en todo el país, hacen que aparezca gente viva que supuestamente estaba muerta. Con la tecnología actual ya no ocurre. A cada cadáver que sale de Medicina Legal, así se lo entreguemos a la familia, se le pone un chip que contiene toda su información. En el caso de los no identificados que sepultamos en el cementerio de Siloé, los NN, si requerimos estudiar el cuerpo de nuevo después de una pista para identificarlo, no es sino llevar un bastón electrónico que funciona como lector de código de barras y así encontramos fácilmente el cuerpito – cuenta Jairo y deja el bolígrafo sobre la mesa.

Jairo Silva se graduó como médico en la Universidad del Valle en 1985. Su año rural lo hizo en Quibdó, Chocó, entre 1986 y 1987. Siendo un médico rural, debió hacer algunas necropsias cuando el encargado estaba en vacaciones. Desde entonces se apasionó por los ‘muerticos’.

Aún recuerda el primer cuerpo que debió estudiar. Era el cadáver descompuesto de un indígena que había sido recuperado del río Atrato.
Cuando regresó a Cali, el camino natural era presentarse a Medicina Legal, donde enseguida lo admitieron.

Su primer trabajo, mucho antes de ser el director regional, fue en la morgue. Fue allí donde le surgió una curiosidad por los cuerpos descompuestos, los cadáveres de niños, pero sobre todo, por los cadáveres no identificados. Los NN.

A Jairo le angustiaba el desespero de las familias por saber de sus seres queridos. Sentía el mismo afán de conocer la verdad.

En una ocasión, recuerda, estaba ante un cuerpo de un hombre no identificado. Jairo lo miraba y lo miraba, con la sensación de que le faltaba algo por revisar para averiguar quién era. Después de varias horas frente al cuerpo, se detuvo en las uñas. Tenían grasa.

Jairo sospechó que quizá se trataba de un mecánico e informó del hallazgo para que se comenzara a rastrear la pista. Después de las averiguaciones, se comprobó que el cuerpo correspondía al dueño de una chatarrería que había sido reportado como desaparecido.

Cuando le entregó el cadáver a los familiares, suspiró aliviado.

– El ‘muertico’ pues ya se murió, pero la tristeza es de los vivos. Así el fallecido haya sido el peor delincuente, siempre hay una mamá, quizá unos hijos, una esposa. Quienes trabajamos como patólogos tenemos esa sensibilidad hacia esas personas. La gente necesita saber qué pasó.

Como el caso del muchacho que estudiaba en una universidad, era hijo único, y el día que terminó el semestre en el que sacó las mejores notas, se fue a celebrar con sus amigos. Cuando llegó a su apartamento, se lanzó desde un octavo piso. ¿Qué le pasó?, se preguntaba Jairo mientras hacía la necropsia. Pensaba sobre todo en su hijo: al igual que el cuerpo del muchacho que tenía al frente, lo tenía todo, estaba en la universidad, parecía irle bien. ¿Qué le pasó?

En otra ocasión hizo la necropsia de una niña de 3 años. Cuando Jairo abrió el cuerpo, encontró fracturas por todas partes. Había señales de un maltrato sistemático. Después de las investigaciones, el padrastro de la niña fue declarado culpable. Le dieron 40 años de cárcel. Aún está pagando la condena.

– Nuestro objetivo es escudriñar el cadáver para darle al fiscal todas las herramientas y hacer justicia. En el caso de la niña pude comprobar que la habían torturado desde que nació hasta que murió. Con los cuerpos, de alguna manera, se establece una conexión.

Jairo sin embargo jamás ha soñado con un cadáver. Tampoco le han ocurrido sucesos sobrenaturales pese a que, durante muchos años, permaneció en el turno de la noche en la morgue.

Los muerticos, eso también es cierto, no asustan, así en estos días de Halloween algunos quieran hacer creer lo contrario.

El rastro de los NN

Cuando termina el proceso de identificación del cadáver se pueden dar tres posibilidades: un cuerpo identificado y reclamado por sus familiares; un cuerpo identificado que no tiene familia, es decir no reclamado; y un cuerpo que no fue posible identificar: un NN.

En los últimos dos casos, un cuerpo identificado pero no reclamado o un cadáver no identificado, permanecen durante algunos meses en las neveras de Medicina Legal.

Mientras tanto, hay un grupo de expertos que se dedican a buscar a sus familias.

Sin embargo no siempre dan con algún conocido del fallecido, así que, después de varios meses en las neveras, tanto los cuerpos no reclamados como los NN son sepultados en el cementerio San José de Siloé.

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